El Hermano Jerónimo y el Santo Cura de Ars
Historia de una amistad escrita por el Hermano Atanasio y los Hermanos de la Sagrada Familia,
Autor: H. Robert Ruffier
1. El H. Jerónimo en la intimidad de su Párroco

H. Jerónimo
El Hermano Jerónimo vino a Ars en octubre de 1849. A partir de este momento, se hace el acompañante inseparable del Santo Cura y ejerce las funciones de sacristán con un celo que nunca disminuyó. Su primer deber, el que más agradaba a su corazón, era proteger al Sr. Vianney ante la muchedumbre que a él se acercaba y que cada día iba en aumento. Había llegado a tal extremo que el hombre de Dios no podía dar un paso en medio del mar humano que le rodeaba.
Era contra esta invasión producida por la piedad y el entusiasmo que el Hermano Jerónimo debía servir de defensa. Caminaba cerca del digno Cura como la sombra sigue su cuerpo, lo protegía, velaba por él, como un fiel guardián del tesoro que se había confiado; y cuando sus brazos no bastaban ya para apartar a la muchedumbre emocionada, la contenía con sus súplicas. Escribía a su hermana, un mes apenas después de su llegada a Ars:”Muy querida hermana, estoy de sacristán este año en Ars; buena parte de la jornada la paso junto al buen Cura. Lo acompaño a su casa, donde si no fuese acompañado, no podría ir, ¡tanta es la muchedumbre que le rodea! No tengo tiempo de escribirte más detenidamente…”
Este fragmento de carta muestra que el Hermano Jerónimo desde su llegada había recibido el encargo de ser el guardián del cuerpo del santo Cura.
2. El Hermano Jerónimo “protector” del santo Cura
El trabajo de sacristán en Ars no era excesivo, sobre todo en la época del Hermano. No se habían establecido aún los Misioneros pero las peregrinaciones que acudían a la pequeña iglesia del pueblo eran cada día más frecuentes… Entre la muchedumbre que rodeaba al Sr. Vianney, un gran número de sacerdotes venían a edificarse y solicitar sus luces. Casi todos celebraban el Santo Sacrificio de la misa; de ahí la necesidad del sacristán…
Cuando a las 7 h, el digno Cura dejaba el campo de su combate (su confesionario) para descansar celebrando la misa, encontraba a su sacristán en su puesto, se dejaba revestir con los ornamentos sacerdotales e iba al altar, seguido de su piadoso y fiel discípulo, feliz por poder asistirlo durante el Santo Sacrificio pero en ocasiones se le retiraba esta felicidad: a menudo peregrinos venidos de lejos le suplicaban le cediese el puesto.
Cedía pues por caridad este consuelo durante la semana, pero el domingo por la mañana, hacía oídos sordos y era inflexible a esas peticiones. Ese día el Sr. Vianney siempre decía la primera misa, que siempre era servida por los Hermanos y este derecho lo tenían en gran estima, puesto que el Hermano Jerónimo se negaba absolutamente a ceder su puesto o el del Hermano Atanasio.
El ornamento azul, comprado en 1854, fruto de una generosa suscripción parroquial era el más precioso de los tesoros. Encontramos en una carta a su hermana una prueba de su entusiasmo con el cual lo recibió: “Nuestro buen y santo Cura está muy contento desde que la Iglesia ha proclamado la Inmaculada Concepción de nuestra buena madre, y para perpetuar este recuerdo en Ars, hizo hacer una espléndida casulla que estrenó el 8 de diciembre. ¡Es la más bonita de la diócesis de Belley! Hemos hecho una gran fiesta ese día: iluminación en toda la parroquia, fuegos artificiales, bendición de una bonita estatua en nuestro jardín, en fin, no faltó nada para celebrar a nuestra buena Madre“. E l Hermano Jerónimo, testigo diario de los prodigios de Ars, los recogía en su corazón para meditarlos, para tener nuevos motivos para venerar a su maestro.
Consideraba como un deber acompañar al Sr. Cura cuando visitaba a los enfermos para quienes su presencia era un consuelo.
3. El Hermano Jerónimo y la familia de los Garets de Ars
Se guardaba un grato recuerdo del castillo por la doble visita del Cura de Ars y del Hermano Jerónimo que recibía cada año el segundo domingo del Corpus, con motivo de la procesión del Santísimo Sacramento. El altar se levantaba delante de él en medio del césped; La visita era durante los preparativos que tenían lugar
Ese domingo, hacia el mediodía, se veía en el camino que llevaba al castillo un tan grande movimiento de gente que se diría que se trataba de una primera procesión. Pero era el siervo de Dios que venía a ver por sí mismo si se preparaba un trono digno del Soberano que portaría triunfalmente dentro de algunas horas. La muchedumbre lo seguía y lo apretujaba. Él avanzaba bendiciendo y hablando con amabilidad con los que componían la escolta necesaria para defenderlo contra las prisas de los fieles. El Hermano Jerónimo iba junto a él, siguiendo sus rastros y sonriendo.
Cuando el santo llegaba a la verja, encontraba arrodillada a la familia a la que bendecía… Después, rodeado de padres y niños, se dirigía a los empleados para darles una palabra de aliento, los bendecía y se enjugaba las lágrimas: ¡”Oh. queridos niños, qué bonita fiesta! ¡Pero en el Cielo, será más bonita aún donde iremos y gozaremos de ella »!.
Luego, una vez dentro del castillo, siempre tenía palabras de ánimo que repetía con viva emoción a la madre rodeada de sus niños; ¡”Ayúdelos a ser santos” ! Y a los niños que se apretujaban en su torno, colocando sus manos sobre sus tiernas cabezas les decía: “¡Necesitamos amar mucho al Buen Dios, queridos niños, para que nos lleve al paraíso”!.
Al escribir estos recuerdos, no descartamos el de nuestro buen Hermano Jerónimo. No se puede separar el rayo de luz del fuego y el Hermano Jerónimo siempre estaba allí de pie cerca de su amigo, compartiendo la emoción de los habitantes del castillo y haciéndose incluso intérprete de sus peticiones…
4. El Hermano Jerónimo y los cuidados al Santo Cura
Si el Hermano Jerónimo cumplía celosamente con todos sus deberes, había uno al que se entregaba con amor: rodear con sus atenciones y cuidar al Sr. Vianney. Este deber le llenaba de felicidad, suplía todos sus cansancios y compensaba sus dolores.
¡Qué puede existir más confortable que servir a un santo!… De mañana a noche, el Hermano Jerónimo gozaba de este inmenso favor, y sólo, las horas que el santo Cura pasaba en el confesionario lo separaban de él. Pero en cuanto salía del mismo, el Hermano Jerónimo estaba allí, como un centinela vigilante y un guardián fiel.
Por eso ¿cómo expresar la suavidad de las relaciones entre el maestro y el discípulo, la benevolencia del uno y las atenciones del otro? ¿Cómo describir los lazos de tierna caridad que unían al Cura de Ars y al Hermano Jerónimo?
Todos los sentimientos cristianos llenaban el corazón del buen Hermano respecto a su Párroco. Amor filial para este padre que lo trataba con tanta bondad, entera sumisión a este maestro encendido que lo conducía con tanta seguridad en las pruebas y consuelos, confianza del discípulo que escuchaba las lecciones y seguía los ejemplos del maestro, abandono de niño que ama y cree. Tenía todos estos sentimientos, todas estas disposiciones, y se puede decir que los 2 únicos pensamientos que absorbían su vida, los 2 únicos móviles que lo ocupaban eran: Dios y su fervoroso Ministro.
Dijimos que sus cuidados para el Sr. Vianney comenzaban por la mañana al pie de los santos altares. Después del Santo Sacrificio, cuando extenuado por los cansancios prolongados de confesionario, agotado por la necesidad de hablar a tantas almas, el santo hombre iba a tomar la poca leche que componía su desayuno, el Hermano Jerónimo lo conducía a su habitación y presenciaba esa pobre colación que la mortificación del siervo de Dios disminuía cada día.
5. El Hermano Jerónimo confidente de su Párroco
Nos gustaría saber las palabras intercambiadas entre estas dos almas hermanas durante aquellos momentos de intimidad; pero la humildad no reveló estas gracias inefables. Sólo algunos ecos fieles nos han revelado que a menudo estas palabras eran lecciones. Así, pues, un día, el Hermano Jerónimo, observando que el Sr. Cura comía en primer lugar su pedazo de pan y que bebía a continuación su pequeño cuenco de leche, no pudo por menos que decirle: – “Pero Sr. Cura, sería mejor que mojase el pan en la leche”. – “Lo sé”, se limitó a responder el hombre de Dios, poniendo en esas palabras una profunda lección de mortificación.
La muchedumbre que formaba dos filas desde la puerta del campanario a la del Cura, esperaba la salida del digno sacerdote y cuando reaparecía, se ponía de rodillas y hacía el paso casi imposible. Es entonces cuando el Hermano Jerónimo se convertía obviamente su ángel tutelar, sus brazos lo rodeaban como dos alas para protegerle y a través de la muchedumbre de peregrinos, permitía al hombre de Dios recuperar la iglesia y el confesionario. Es a la puerta del confesionario que las peleas terminaban gracias a la intervención del buen Hermano. Ante la lucha entre estas almas que querían la luz, que venían de todos los pueblos, era necesaria la firmeza del Hermano para mantener a cada uno en su puesto; era necesaria su calma para oponer una paciencia sin debilidad a cuantas reclamaciones le hacían
6. El Hermano Jerónimo testigo de las penitencias del Santo Cura
Incluso en el confesionario el Sr. Vianney se protegía con el Hermano Jerónimo y a las 11 h, cuando salía para dar sus catequesis encontraba su ayuda para llegar al lugar donde iba a darlas: la de su palabra y la de su presencia. Durante la comida, -todo el mundo conoce la austeridad- el Hermano Jerónimo compartía con Catherine Lassagne, el honor y la felicidad de servirlo. Ambos intentaban hacerle comer pero sus esfuerzos fallaban ante sus deseos de hacer penitencia. Su celo por la salud del santo Cura encontraba en ello un obstáculo insuperable. Después de esta cena más sobria aún que la de un solitario, el Hermano acompañaba al Sr. Cura a dar un pequeño paseo que tenía a veces por objetivo la visita de los enfermos y siempre a la casa de los Misioneros.
La vuelta a la iglesia se efectuaba en medio de una muchedumbre tan numerosa que los dos brazos del Hermano Jerónimo eran insuficientes para protegerle. Los Misioneros, el Conde de Garets, los Hermanos y algunos hombres sacrificados formaban entonces un círculo en torno al santo sacerdote cuyo paso por las calles del pueblo parecía un paso triunfal. En medio de este grupo fiel, después de haber observado al que era el centro, se quería ver la figura del buen Hermano Jerónimo, sonriente y feliz por las muestras de veneración que se prodigaban a su maestro y se preocupaba cuando las filas se estrechaban. Llegado a la puerta de la iglesia, el santo Cura agradecía amablemente a su escolta y se ponía de nuevo a confesar… Sólo salía del confesionario para subir al púlpito hacia las 7 horas de la noche, para la oración… A continuación, volvía a entrar en su pequeña curia y el Hermano Jerónimo lo seguía a su pobre habitación, apresuradamente le prestaba los cuidados que creía convenientes y no lo dejaba hasta haber cumplido su papel de ayudante sacrificado. Nos imaginamos el adiós de todas las noches que se debían intercambiar padre e hijo y que sin ninguna duda, se acababa en una paternal bendición que el discípulo pedía con amor y que el maestro le impartía con reconocimiento.
Una noche, algunos minutos después de su salida de la curia, el Hermano volvió precipitadamente; hacía frío y había dejado su abrigo en la habitación del santo. “Perdón, Sr. Cura, dijo llamando a la puerta, olvidé mi abrigo”. Entonces con una sonrisa, el Sr. Vianney le respondió:
-“Amigo mío, eso nunca me ha ocurrido”.
-“Sr. Cura, porque no tiene”.
– “Es verdad” respondió el santo, feliz de su pobreza.
7. El Hermano Jerónimo, enfermero del Santo Cura
Cuando el Cura de Ars cedía a sus cansancios y caía enfermo, el Hermano Jerónimo no lo dejaba un momento. Pasaba los días y las noches junto a él, feliz de poderlo servir pero triste por verlo sufrir. “Nuestro buen Cura estuvo enfermo, escribe a su hermana el 29 de enero de 1855, actualmente está bien. Te recomiendo a sus oraciones. Tú me hablas de tus penas: cada uno tiene las suyas; la vida ¿no es un continuo sufrimiento? Pero así es como merecemos el Cielo. Este pensamiento nos llena de consuelo”.
8. El Hermano Jerónimo se santifica al lado del Santo Cura
Como se puede juzgar, las lecciones del Sr. Vianney no eran inútiles para su alumno y el Hermano Jerónimo subía, por decirlo así, cada día, más arriba en la vía de la perfección con la ayuda de su venerado maestro. Estaba completamente desprendido de la tierra y sólo vivía para obedecer a Dios y ser útil a su párroco.
Siempre que el Sr. Vianney manifestó su voluntad de retirarse a la soledad para llorar su pobre vida, el Hermano Jerónimo estuvo allí para pedirle y suplicarle que permaneciese en el lugar donde Dios lo había colocado. En el intento de fuga que el Sr. Vianney hizo en 1853, una correspondencia particular habla del celo del buen Hermano por descubrir los proyectos secretos del siervo de Dios y su prontitud a trasladarse a las 8 h. de la noche al castillo para informar al Conde des Garets. (Mns. Trochu, chap. XXI).
Nos es difícil reflejar la paciencia del Hermano Jerónimo en medio de la muchedumbre que día y noche asaltaba al santo Cura. Siempre estaba cercano a él. Naturalmente, compartía sus dolores y sus cansancios. Ni una palabra brusca, ni un gesto de impaciencia ante las exigencias de los peregrinos… Los llevaba ante el santo Cura y los más infelices, los que más sufrían eran sus preferidos. Luego, hacía el vía crucis, rezaba el rosario en público y otros rezos a los cuales los peregrinos asistían de buen grado
9. El Hermano Jerónimo frente a la muchedumbre
Por la mañana, cuando después de su misa, el Sr. Vianney entraba en la pequeña sacristía y de pie junto al mueble que se ve aún hoy, firmaba imágenes, bendecía objetos de piedad y daba medallas, la muchedumbre era entonces más avasalladora que un torrente: habría ahogado al hombre de Dios si su fiel sacristán no hubiera hecho milagros para defenderlo. Hablaba, rechazaba a los más apremiados, pero siempre con suavidad. ¡Cuántas veces se le oyó decir: “Ahora los unos y después los otros, esperen, que su turno llegará”! Y los peregrinos, dóciles a esta voz eran más pacientes.
A veces, el Cura quiso ponerlo a prueba. Un día en que el Hermano Jerónimo había tenido más trabajo que de costumbre, se dirigió sonriendo hacia los peregrinos diciendo: “Vengan, mis pequeños, entren”. A esta llamada, las filas se duplicaron. La avalancha se precipitó y nuestro buen Hermano movía la cabeza con humildad y sumisión. El Sr. Cura repetía a menudo esta prueba. Un día una persona que fue testigo dijo al buen hermano: “Hermano Jerónimo, tantos esfuerzos como usted hace para hacer retroceder a los peregrinos y el Sr. Cura los llama, ¿qué le parece?”. – “Pues, si, respondió con sencillez, eso hace sufrir un poco al amor propio”.
10. Su solicitud con los enfermos y los peregrinos con pruebas
¡Cuántas veces al ver a un enfermo que no podía acercarse al Sr. Vianney, el Hermano Jerónimo fue a buscarlo, para llevarlo hasta el santo, para que recibiera también su bendición! Si un afligido estaba sin fuerza para salir y ponerse por donde iba a pasar el Siervo de Dios, el Hermano Jerónimo se convertía en su aliado y trabajaba hasta que el Santo Cura fuera a verlo; o, mensajero fiel y discreto, decía a su maestro las confidencias dolorosas que acababan de hacerle y se volvía pronto con la respuesta que era una invitación a orar y una promesa de consuelo. ¡Cuántas santas comisiones de este tipo hizo el Hermano Jerónimo durante los 10 años que pasó cerca del Sr. Vianney y no solo de palabra sino también por escrito…!
Escribía un día a su hermana Claudina: “Hablé a nuestro buen Cura de todos tus encargos. Me dijo que hicieses en Navidad una novena a Santa Filomena, a continuación me dio para ti una medalla de plata que había tomado de la caja de los amigos“.
Esta caja de los amigos de la que habla el Hermano Jerónimo hacía a muchos felices. El santo lanzaba a la muchedumbre medallas de cobre que llevaba en su bolsillo. Pero cuando encontraba un alma privilegiada y -era la desdicha la que le otorgaba este título-, tomaba una medalla en una caja particular que graciosamente había nombrado la caja de los amigos. El Hermano Jerónimo tenía una maravillosa habilidad para que la abriese. Es cierto que en cuanto la veía vacía, renovaba la provisión y el santo Cura no la encontraba nunca vacía.
Los peregrinos encargaban al Hermano Jerónimo de entregar al Sr. Vianney medallas, rosarios y otros objetos de piedad. Pero esta generosidad tenía a menudo por objeto obtener, un intercambio… Un día nos dijo: “El Sr. Cura no se sirve mucho tiempo de sus rosarios: me los hace cambiar cada 15 días e incluso más a menudo”.
Algunos meses antes de su muerte, el santo Cura hizo llamar al Hermano Jerónimo y le dijo: “Lleve este rosario a tal persona de mi parte, es la única persona de su familia que no ha recibido uno de mi“. Esta persona no lo esperaba. El Hermano Jerónimo, consciente de la alegría que le iba a causar, se lo llevó y le repitió las palabras del Sr. Vianney añadiendo: “¡Cuánto le gustaba este rosario, porque sus cuentas venían de Tierra Santa!, Durante 4 meses, se sirvíó de él sin que yo se lo haya podido cambiar para aquellos que me lo pedían!”. Y terminaba con su frase acostumbrada que revelaba bien la dedicación de su corazón: “estoy bien contento de darle gusto”.
El contacto de esta alma tan bien dispuesta con la del Cura de Ars había mejorado al religioso Hermano Jerónimo. Había llegado a ese punto de abnegación en el que uno se esfuerza en morir a sí mismo para revivir por los demás. No tenía ya más que un deseo, más que un objetivo: agradar. La caridad era la norma de su conducta y sólo era feliz si tenía la ocasión de satisfacer su deseo, hacer algún favor.
11. El Hermano Jerónimo, icono viviente del santo
Ningún ejemplo, ningún detalle de los peregrinos se le escapaba. Veía tod con los ojos del cuerpo y del corazón y cuando llegaba la noche, cuando se le preguntaba por curiosidad: – “Hermano Jerónimo, ¿qué novedades hay hoy?”. Se recibían respuestas muy interesantes, y al día siguiente volvía a la carga sin cansarse nunca. Por otra parte, su repertorio era inagotable y cuantos peregrinaron a Ars durante la vida del Sr. Vianney saben que cada día había nuevas gracias.
¡Cuántas veces, nos ha contado el arrepentimiento de estas almas extraviadas que encontraban aquí el perdón y la paz! Venían por curiosidad pero caían en la trampa y volvían después de haberse confesado y llorando de alegría, decía riéndose el Hermano Jerónimo.
12. Muerte del Sr. Vianney
El 29 de julio de 1859, el santo sacerdote de noche había entrado en su curia, cansado y extenuado por el duro día que acababa de pasar en el ejercicio de su santo ministerio. No podía ni hablar, ni tenerse en pie. Hizo sus oraciones y se acostó, lo dejamos solo. El Hermano Jerónimo permaneció, como de ordinario, para prestarle algunos cuidados. Al final salió de esta habitación venerada para respetar el sueño de su santo enfermo. El 30, hacia la 1 hora de la mañana, se levantó para ir a la iglesia pero ni siquiera pudo salir de su habitación. Pidió ayuda. Pronto, Catalina Lassagne y el Hermano Jerónimo estuvieron ante él.
A todas las ofertas de alivio que le hicieron, respondió: “es inútil, veo que es mi pobre final”. Se volvió a la cama de donde no debía ya levantarse. El Hermano, tras repetidas súplicas, obtuvo poder añadir un colchón al miserable jergón sobre el cual los miembros doloridos del santo hombre no podían encontrar descansos y apenas lo había colocado sobre él, el Sr. Vianney se dejó caer extenuado. No había tenido la fuerza de rechazarlo.
A pesar de los cuidados más asiduos y las ayudas de los médicos, el Sr. Vianney, de 73 años, 2 meses y 27 días (nacido el 8 de mayo de 1786 en Dardilly), después de haber recibido los sacramentos de la Iglesia el 2 de agosto, con la fe viva que había animado toda su vida, voló al cielo el jueves 4 de agosto de 1859, a las 2 de la mañana, sin agonía entre los brazos del Hermano Jerónimo, mientras que éste le prestaba un servicio que le había pedido. El nombre de este buen Hermano fue la última palabra salida de su boca.
B. Otras cartas del H. Atanasio

H. Atanasio
- El Sr. Vianney recibe la esclavina de canónigo
Mns. Georges Chalandon vino a Ars el viernes pasado. Impuso la esclavina de canónigo a nuestro digno y santo Cura, lo que fue del agrado de todos, excepto al interesado Su recepción fue una escena curiosa que contaré en otra ocasión, pues hoy no tengo tiempo ( 24 de octubre 1852).
Mns. Chalandon, en efecto, vino a Ars para hacer al Sr. Vianney lo que éste llamó una broma, es decir, para imponerle la esclavina de canónigo. Nadie conocía el objetivo de la visita de Monseñor Al día siguiente de su llegada al entrar Mons. en la iglesia y ser recibido a la puerta por el Sr. Vianney, sacó una esclavina que llevaba escondida y se dispuso a ponérsela al Sr. Vianney. Al verlo, éste se retiró defendiéndose con todas sus fuerzas. El Sr. Poncet que acompañaba a Mns. con el Sr. Pernet, profesor del Gran Seminario, tomaron al Sr. Vianney por el brazo y lo retuvieron mientras Mns. imponía la esclavina al Sr. Vianney y se la abotonaban a pesar de sus protestas y decía: “En vez de dármela a mí, pobre y pequeño Cura a quien no me sienta bien, dádsela a mi auxiliar que le sentará mejor”.
A regañadientes consiguieron que la conservase durante la misa y la instrucción que Mons. hizo. Pero prometió que sería la primera y última vez de su vida que lo hacía juzgándose indigno. De tal manara mantuvo esa postura que al fundar dos misiones, la vendió a Ricotier por 50 francos. Sin embargo, lo tuvo siempre en su casa como el resto de sus muebles (30 de octubre 1852).
El Sr. Cura de Ars hace resplandecer todos los días cada vez más su virtud y santidad. Recibió ayer su título de canónigo. Al recibirlo, dijo: “Pero parece que no es para reírse de mí sino para hacer el bien que quieren que sea canónigo, yo… pobre pastor de 3 ovejas. Pero ¿qué bien he hecho?… Mons. se equivoca, nunca conseguirá que lleve la esclavina porque no la merezco”.
¡Qué humildad! Y mantendrá su palabra. Fue imposible hacer que se pusiese su esclavina en las grandes solemnidades. (3 de noviembre de 1852).
2. Una de las fugas del Sr. Vianney
El Sr. Vianney ha intentado marcharse de Ars esta misma noche. Prevenidos a tiempo por algunas muchachas que se ocupan de él y por algunas palabras que nos dijo el domingo por la noche al Hermano Jerónimo y a mí. Lo velamos y a la una de la mañana, lo detuvimos a la puerta de la curia en el momento en que ponía su intención a ejecución. El Misionero a quien habíamos avisado a tiempo estaba con nosotros. Con todo no pudimos impedir que llegase hasta el río que pasa cerca de la casa de Givre. En ese momento hice sonar las campanas, Toda la parroquia se levantó y lo detuvo. Era el 4 de septiembre de 1853.
3. La Legión de Honor
El Sr. Cura acaba de ser nombrado, como se lo habían anunciado, Caballero de la Legión de Honor. Tomó este honor con indiferencia. El Canciller de esta Orden acaba de escribirle y entre otras cosas le reclama 12 francos de gastos. El Sr. Cura no quiere enviar ni un ochavo. Le gusta mejor dárselo a los pobres. (26 de agosto 1855).
4. Parte facultativo (sobre JMBV)
El Sr. Cura de Ars está muy cansado. Su salud nos preocupa. Ayer perdió sangre pero eso no le impide seguir sus fatigosos trabajos. A pesar de la prohibición del médico, ayer confesó todo el día, como de ordinario. Tose mucho y escupe. Lo que nunca había hecho. (10 de febrero 1851).
El Sr. Cura sigue muy cansado. Sin embargo no dejó de confesar durante la Misión y a pesar de su estado de sufrimiento confiesa mañana y noche. Pero sale o se le obliga a salir a menudo de la iglesia para tomar la comida o los medicamentos que le ha recetado el médico.
El Sr. Cura está muy cansado. Se ha visto obligado durante varios días a quedarse en la habitación e incluso en cama. La víspera de Navidad lo cuidaron 2 médicos. Se quería que no dijese la misa el día de Navidad, pero insistió tanto que los médicos consintieron y la pudo decir a la 1 h. Ahora va un poco mejor. Se piensa que esta enfermedad no tendrá consecuencias.
Se hicieron todos los esfuerzos posibles para que permaneciese en casa. En cuanto veía a alguno esperando en el confesionario, nadie lo puede retener. El buen Hermano Jerónimo y el Sr. Raymond hacen lo posible por impedírselo (30 de diciembre 1851).
El Sr. Cura ha estado un poco indispuesto pero ahora va mejor. (16 de diciembre 1852).
Se le ha visto muy cansado al Sr. Cura este domingo pasado. Guardó cama todo el día del lunes pero ahora está mejor. Reanudó sus trabajos ordinarios con el mismo celo y el mismo calor que en el pasado. (19 de noviembre 1854).
Al Sr. Cura se le ve un poco cansado. Confiesa sin embargo como siempre. (3 de diciembre 1854).
El Sr. Cura va muy bien ahora. Prueba una alegría muy grande desde que la Iglesia declaró artículo de fe la Inmaculada-Concepción (29 de diciembre 1854).
Estamos bien. No ocurre lo mismo con nuestro santo Cura. Está cansado actualmente. Pero eso no lo para. Es realmente intrépido. Ve que los peregrinos son numerosos y eso mueve más su caridad y celo. Nunca se vio tanta gente en Ars como hace 15 días. Hay que aceptarlo pues el Sr. Cura lo lleva bien a pesar del cansancio que ello supone. Es milagroso.
El Sr. Cura está cansado como todos los inviernos. Teme al frío. Tose mucho y tirita por la fiebre. Pero gracias a Dios, no es alarmante. Eso no le impide seguir sus trabajos como hace ordinariamente. Su trabajo le cansa mucho sobre todo por la noche debido a la fiebre y a los males de cabeza que padece durante el día y alguna vez por la noche. (1 de diciembre 1855).
El Sr. Cura va un poco mejor, pero se le nota cansado. Su estado cambia de un día para otro. Pero sigue confesando desde muy temprano. (6 de diciembre 1855).
Nuestro Cura continúa sufriendo mucho por la herida que se hizo en la pierna al caerse. Eso nos preocupa mucho. Necesitaría un descanso completo para curarlo y no quiere tomarlo. (6 de marzo 1858).