La espiritualidad de la familia Sa-Fa propone un camino para llegar a la madurez de la vida cristiana y a su plenitud.
Desde hace algunos meses hemos podido leer y meditar la exhortación del papa Francisco sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. No se propone en ella “un tratado sobre la santidad” o presentar “los medios de santificación”, sino “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).” (GE 2)
Vamos a destacar algunos puntos en la exhortación que parecen más cercanos a la espiritualidad Sa-Fa y que nos permitirán al mismo tiempo abrirnos a las orientaciones actuales de la Iglesia haciendo así más viva nuestra espiritualidad particular.
Los santos que nos acompañan
El punto de partida de la exhortación es concreto: evoca “la nube de testigos” (Heb 12) que con su ejemplo “nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas (cf. 2 Tm 1,5). Quizá su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor.” (GE 3)
¡Cómo no pensar, leyendo estas líneas, en los Hermanos y otras personas de la Familia Sa-Fa, o de nuestra familia, que hemos conocido directamente a lo largo de nuestra vida o de nuestra historia institucional! Entre ellas figura naturalmente el Hno. Gabriel Taborin, cuya santidad de vida (“virtudes heroicas”) fue reconocida oficialmente por la Iglesia.
Recordando el gran principio del Concilio Vaticano II «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo”, se subraya la relación y conexión necesaria entre todos los miembros del pueblo de Dios: “Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo.” (GE 6)
La espiritualidad Sa-Fa, teniendo en cuenta la experiencia de vida de la Sagrada Familia en Nazaret como es presentada por el Evangelio, subraya con fuerza la importancia de la vida ordinaria, de las ocupaciones cotidianas, de las virtudes domésticas. Todo ello parece muy en armonía con algunas expresiones de la exhortación: “Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad» (GE 7).
Una voluntad sin humildad
En el cap II de la exhortación se trata de “dos sutiles enemigos de la santidad”. Uno de los apartados se titula: “una voluntad sin humildad”.
Sin olvidar el peligro del intelectualismo, que “supone una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan” (GE 36), si consideramos globalmente la historia de nuestro Instituto, se puede decir que la tentación más fuerte ha venido del lado del voluntarismo. Una formación que se apoyaba sobre todo en la fuerza de voluntad para corregir los defectos y adquirir las virtudes; la insistencia en la fidelidad a las normas; la valoración excesiva del dominio de sí y de un cierto perfeccionismo narcisista, han podido acercar a veces a la mentalidad de los que “en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles” (GE 49).
Nos ha faltado en el aspecto de la formación, pero también en otros de la vida religiosa, esa humilde aceptación del juego entre la gracia de Dios y la libertad humana en que se construye la madurez de la persona y de la comunidad. “En el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento” (GE 50).
Podemos recordar lo que el Hno. Gabriel Taborin decía a los Hermanos: “Deben considerar la humildad como la virtud característica de su vocación, persuadiéndose que éste es su camino de santificación. (Nuevo Guía 247)
Dos bienaventuranzas
Los miembros de la Familia de Nazaret pertenecían sin duda a esa categoría de personas del pueblo de Israel que se habían mantenido fieles a la alianza viviendo en la sencillez y humildad, y en esa confianza total en Dios y en sus promesas que caracterizaba a los llamados “pobres de Yahvé”. Ellos vivieron el espíritu de las bienaventuranzas “avant la lettre”.
Las bienaventuranzas “son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas” (GE 63).
La espiritualidad Sa-Fa nos lleva a subrayar las dos primeras bienaventuranzas, sin que por ello descuidemos la importancia de las demás. «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» y «Felices los mansos, porque heredarán la tierra».
El evangelio de Mateo subraya en la primera bienaventuranza la pobreza de espíritu, la actitud de quien coloca la seguridad de la propia existencia en Dios y no en los bienes de este mundo. “Lucas no habla de una pobreza «de espíritu» sino de ser «pobres» a secas (cf. Lc 6,20), y así nos invita también a una existencia austera y despojada. De ese modo, nos convoca a compartir la vida de los más necesitados, la vida que llevaron los Apóstoles, y en definitiva a configurarnos con Jesús, que «siendo rico se hizo pobre» (2 Co 8,9)”.(GE 70). En realidad los dos aspectos de la pobreza son importantes y complementarios. La exhortación establece una conexión con la segunda bienaventuranza: “La mansedumbre es otra expresión de la pobreza interior, de quien deposita su confianza solo en Dios. De hecho, en la Biblia suele usarse la misma palabra anawin para referirse a los pobres y a los mansos” (GE 74).
“La santificación es un camino comunitario” (GE 42)
Después de presentar varios ejemplos de comunidades santas y de recordar que “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado» (VC 42), la exhortación se centra en aspectos más concretos y es ahí donde llega a evocar el punto focal de la espiritualidad Sa-Fa. “Pero estas experiencias no son lo más frecuente, ni lo más importante. La vida comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos. Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo.” (GE 143).
Hablando de esos “pequeños detalles cotidianos”, no se puede por menos de pensar en la “pequeñas virtudes” de nuestra espiritualidad en las que se expresa el “espíritu de familia”. “Recordemos cómo Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los detalles. El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta. El pequeño detalle de que faltaba una oveja. El pequeño detalle de la viuda que ofreció sus dos moneditas. El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el novio se demora. El pequeño detalle de pedir a sus discípulos que vieran cuántos panes tenían. El pequeño detalle de tener un fueguito preparado y un pescado en la parrilla mientras esperaba a los discípulos de madrugada.” (GE 144)
En la lógica del crecimiento
Vivir una espiritualidad supone el convencimiento de que el don recibido en el bautismo, la vida nueva, tiende constantemente a desarrollarse. Es verdad que pueden llegar momentos de desaliento y dificultades e incluso retrocesos y caídas. Eso no impide que, con la ayuda de Dios, podamos siempre remprender el camino y seguir progresando.
En la exhortación se da mucha importancia a algunos medios de crecimiento como son la calidad de las relaciones con los demás en la vida en grupo, en familia, en comunidad, la oración y sobre todo el discernimiento. “Una condición esencial para el progreso en el discernimiento es educarse en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros” (GE 174).
Para crecer verdaderamente hay que tener en cuenta la interrelación entre todos los aspectos de nuestra vida: no se puede pretender un crecimiento espiritual sin una sólida base humana. “Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar.” (GE 175).
Belley, agosto de 2018.
Hno. Teodoro Berzal