Ir. Pierino Dotti | Se é de Deus |
Ir. Lino Da Campo | La Fiesta de la Sagrada Familia |
Ir. Lino Da Campo | La Sagrada Familia en nuestras Constituciones |
Ir. Juan José del Cura | Día de reflexión: Adviento 2008 |
Mónica Martínez de C. | Textos evangélicos de nuestra espiritualidad |
Ir. Teodoro Berzal | El “espíritu familia” con Chiara Lubich |
Rosa Ramos | Pasajes que tocan nuestra espiritualidad |
Ir. Teodoro Berzal | Los Evangelios de la Infancia de Jesús |
Ir. Esteban Baffert | El espíritu de familia y las “pequeñas virtudes” |
P. Andrés Fossion | Pequeña gramática para una pastoral que engendre vida |
Ir. Teodoro Berzal | La espiritualidad del H. Gabriel y su incidencia en nuestras familias y escuelas |
Mercedes Guerreo | Una mirada: lo que significa “ser Hombre” desde Nazaret |
Ir. Enzo Biemmi | El destierro como gracia y profecía |
Ir. José Pineda | Gabriel, un hombre de fe |
Benedicto XVI | Caritas in veritate |
Se é de Deus..
O Venerável Irmão Gabriel Taborin, nascido em Belleydoux (França), em 1799, é o Fundador do Instituto dos Irmãos da Sagrada Família.
Uma fé profunda, recebida como dom de Deus através de uma família piedosa, iluminou o caminho de sua vida numa época de contrastes e ruínas morais que se seguiu à revolução francesa. Precisamente esta situação desfavorável foi para ele uma oportunidade para ir a Deus, dando-lhe acolhida generosa em seu coração.
E o Espírito, a quem Gabriel pedia cada dia, com confiança e simplicidade, como ser testemunho do Evangelho naquele tempo, naquele lugar, naquelas circunstâncias, o conduziu, -a ele leigo- , a enriquecer a Igreja com uma nova família religiosa.
As características assumidas e transmitidas pela nova Congregação são manifestações dos dons e (e também as limitações) que o Espírito nos tem dado através de nosso Fundador: esteve muito unido a sua família natural, gostava de catequizar a adultos e crianças, ensinar em especial nas escolas dos meios rurais, cuidar as cerimônias religiosas, o canto gregoriano, adornar os lugares de culto. “Simplesmente Irmão” será o núcleo do carisma e identidade de seus Irmãos, expressão que convida a ser com todos verdadeiros irmãos, seguindo o espírito de família próprio da Sagrada Familia de Nazaré.
“Educar a juventude através da catequese e do ensino na escola” será o serviço mais importante que os Irmãos oferecem à Igreja e à sociedade.
“Ajudar aos párocos” nas obras e atividades pastorais dirigidas aos jovens, às famílias, aos anciãos… será uma das intuições geniais do Irmão Gabriel.
Como qualquer obra que vem de Deus, também a “criatura” de Gabriel encontrou dificuldades de toda sorte, mas “se é de Deus, Ele saberá sustentá-la”, afirmou. Hoje a Congregação está espalhada em quase todos os continentes. O Irmão Gabriel morreu em Belley (França), em 1864.
Fr. Pierino Dotti
LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
El misterio de la encarnación no se revela sólo en la concepción y en el nacimiento, sino también en la vida de familia en la cual Jesús se manifiesta hombre y su presencia llega hasta nosotros en la EUCARISTÍA. La fiesta de la Sagrada Familia recuerda a la Iglesia que es familia y pueblo de Dios y a cada familia que ella es una “Iglesia doméstica”
CICLO A
Primera lectura: Sir 3,2-6.12-14: Las virtudes familiares
Salmo responsorial: 127,1-2.3.4.5b. R: Dichosos los que habitan en tu casa, Señor.
Segunda lectura: Col 3,12-21: Vivir unidos en el Señor
Evangelio: Mt 2,13-15.19-23: La Sagrada Familia en Egipto y en Nazaret
1. LA FAMILIA DE JESÚS, SALVADOR DE SU PUEBLO
La Encarnación del Hijo de Dios conlleva también su inserción en una familia humana y en el pueblo elegido. La Iglesia iluminada por la Palabra de Dios, descubre desde el comienzo el significado salvífico de los acontecimientos vividos por la Familia de Jesús. “Toda la vida de Cristo es revelación del Padre: sus palabras, sus acciones, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar” (CIC 516).
El Ciclo A destaca un aspecto central de la historia de la salvación: Para salvar al hombre, el Hijo de Dios a tomado la condición humana y ha vivido con su familia la experiencia de la salvación del pueblo de Israel.
De esta manera él realiza lo que su nombre significa: Jesús es la salvación y la liberación definitiva de Dios para todos los hombres.
El VERBO al encarnarse en un pueblo elegido, en una familia elegida (La de José y María) en la cual él vivió todas experiencias de su pueblo amado por Dios= La Sagrada Familia participará a todas las experiencias de la Iglesia y de cada familia.
CICLO B
Primera lectura: Gn 15,1-6;21,1-3: Dios promete una descendencia a Abraham
Salmo responsorial: 104: R: El Señor nunca olvida sus promesas (Alianza)
Segunda lectura: Hebreos 11,8.11-12.17-19. La fe de los antepasados del Mesías.
Evangelio: Lc 2,22-40: La Sagrada Familia ofrece a su Hijo al Padre en le templo.
2. LA FAMILIA DE JESÚS LUZ PARA LAS NACIONES
La referencia al misterio pascual de Cristo constituye el hilo conductor de los evangelios de la infancia. Sobre ellos los evangelistas han proyectado la luz de la Pascua, para subrayar algunos acontecimientos de los primeros momentos de la vida de Jesús y de los que lo rodeaba.
En la mesa del ciclo B, el tema “Jesús luz de las naciones” presentado al templo por María y José, ocupa el lugar central. En el episodio de la presentación al templo (Lc 2,22-35) la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha visto, un misterio de salvación: Ella ha revelado la continuidad de la ofrenda fundamental que Jesús hace a su Padre entrando en el mundo (Hb 10,5-7); Ella ha visto también la universalidad de la salvación proclamada por Simeón, porque saludando en el niño Jesús la luz para iluminar a las naciones y la gloria de Israel (Cfr. Lc 2,3); ella ha reconocido la referencia profética a la pasión de Cristo. En efecto las palabras de Simeón relacionan en una única profecía el Hijo “signo de contradicción” ( Lc 2,24) y la Madre a la cual una espada le traspasará el alma. (Cfr Lc 2,35) y se realizará en el monte Calvario (Mc 20; Cfr RC 13)
Es empezando de esta ofrenda al Templo que Jesús llega a ser LUZ PARA LAS NACIONES.
CICLO C
Primera lectura: 1Sam 1,20-22.24-28: El Señor dona el hijo
Salmo responsorial: 83, 3, 4, 5-6, 9-10: R Señor, dichosos los que viven en tu casa.
Segunda lectura: 1Jn 3,1-2.21-24
Evangelio: Lc 2,41-52: Los padres encuentran a Jesús en el Templo cerca de su Padre.
3. LA FAMILIA DE JESÚS, HIJO DE DIOS.
La revelación de la identidad de Jesús ocupa un lugar central en el Nuevo Testamento. Los primeros en acercarse a este misterio han sido María y José que desde el comienzo contestaron con la obediencia de la fe a las indicaciones dadas por el ángel, relativas al hijo que iba a nacer y que ellos acogieron en su familia. Esta Misa del Ciclo C presenta y celebra al Cristo que en el Templo revela su identidad de “Hijo”.
En este episodio del Evangelio “Jesús deja vislumbrar el misterio de la consagración total a una misión que le pertenece por su filiación divina” (CIC 524). El evangelista presenta ese acontecimiento con categorías pascuales que ayudan a ubicarlo en el conjunto de la vida de Jesús. Las primeras palabras de Jesús en el Evangelio (“Debo ocuparme en las cosas de mi Padre”) manifiestan su obediencia a la voluntad del Padre. Este primer viaje a Jerusalén para la fiesta de Pascua puede ser considerado como la anticipación de aquel otro viaje de su vida pública que culminará con la pasión, muerte y resurrección.
La misión de Cristo es ligada a su identidad de HIJO. Él viene a revelarnos cómo llegamos a ser hijo de Dios y por consecuencia, hermanos…
LA PRESENCIA DE LA SAGRADA FAMILIA
EN NUESTRAS CONSTITUCIONES
C/5. La Sagrada Familia da son nombre al Instituto e inspira la espiritualidad de los Hermanos.
Hay diferentes maneras de acercarse al tema de cómo nuestras Constituciones nos presentan la Sagrada Familia y orientan nuestras relaciones hacia ella.
El camino “ascendente” consiste en: el amor de base empieza por el culto a la Sagrada Familia (=confidencia, oración, alabanza…) Un verdadero culto no se conforma con palabras o a las oraciones, el busca de vivir como la Sagrada Familia. La imitación se concentra en las “virtudes de familiares”, porque ellas son las características de un grupo de personas que se relacionan entre sí y con… Cuando la imitación, llega ser una característica constante de la vida, gracias a la fuerza del Espíritu, la llamamos espiritualidad. Este es el camino indicado a los hermanos en las Constituciones y en todos los ámbitos de su vida (oración, votos, relaciones fraternas, formación etc.)
Podríamos también retomar esta realidad para una lectura “teológica” según la característica a tres dimensione de la “traditio fidei (el contenido fundamental de nuestra fe) la verdad, la moral, el culto. En este caso tendríamos:
El contenido de nuestra espiritualidad:
Las fuentes bíblicas (principales)
Mt 1 y 2: al comienzo de una genealogía que remonta a David y a Abraham, le Hijo de María esposa de José es nombrada por él como JESÚS (el Señor salva)
Lc 1 y 2 y 4: JESÜS, concebido a Nazaret por María, esposa de José, recibe en Nazaret la investidura profética. Su identidad e importancia son evidenciadas con dos anunciaciones, una visita, dos nacimientos, una presentación al Templo. …
La base teológica
En Nazaret se manifiesta el plan de salvación: para salvar al hombre Dios se hace hombre en Jesús; y también, Dios quiere salvar al hombre en comunión con sus hermanos (=pueblo de Dios, Iglesia, familia…). El misterio (la realidad revelada que nos salva): el VERBO que existe desde siempre (San Juan) es el HIJO de Dios que se hizo hombre en María esposa de José. El Hijo de Dios, Jesús, nace en la familia de José y María a Nazaret. Desde Nazaret lleva su encarnación hasta su última visibilidad en el sacramento de la Eucaristía.
El culto
El culto es sobre todo nuestro encuentro con Dios y con la Sagrada Familia. Consiste en celebrar la vida que se desprende. El Culto comienza por la confianza en Dios, en la Sagrada Familia, se concretiza en la petición de ayuda, crece con la confianza que nos impulsa a elegirlos como “patronos”, imitarlos, que se hace devoción (=les dedicamos confiadamente toda nuestra vida), llega ser imitación. Cuando todo eso llega ser una expresión constante de nuestra vida, por el don del Espíritu Santo nosotros llegamos a la “espiritualidad”.
Los artículos 5.6.7.8.9 de nuestras Constituciones nos ofrecen el fundamento bíblico y teológico. Las demás artículos (en todo hay 31 citas explícitas de la Sagrada Familia) sacan las consecuencias “morales” (imitación, virtud,…) u orientan hacia un culto que es expresión de nuestra vida espiritual. En cada momento importante de nuestra vida de Hermanos hay una indicación que se refiere a la Sagrada Familia. La Sagrada Familia es como “la regla viviente” para nuestra vida de Hermanos.
DÍA DE REFLEXIÓN-ADVIENTO 2008
«La palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas en práctica» (Dt 30,14). «Hijo de hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente» (Ez 3,10).
Os invito a centrar nuestra reflexión, oración, diálogo y discernimiento en el mensaje enviado por el Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios .En él podemos encontrar reflejados los elementos esenciales, los pilares de nuestra vida espiritual. Nos propone un viaje espiritual que se desarrolla en cuatro etapas .Los podemos relacionar con los momentos claves de nuestros proyectos de vida personal y comunitario.
I. LA VOZ DE LA PALABRA: LA REVELACIÓN
-La Comunidad de Hermanos una presencia
– Historia personal, comunitaria, provincial, en “clave de salvación”
La Palabra divina eficaz, creadora y salvadora, está en el principio del ser y de la historia, de la creación y la redención. El Señor sale al encuentro de la humanidad proclamando:”Lo digo y lo hago “(Ez 37,14).
1. – “El Señor os habló desde el fuego, y vosotros escuchabais el sonido de sus palabras,, pero no percibían ninguna figura: sólo se oía la voz» (Dt 4,12). Es Moisés quien habla, evocando la experiencia vivida por Israel en la dura soledad del desierto del Sinaí. El Señor se había presentado, no como una imagen o una efigie o una estatua similar al becerro de oro, sino con “rumor de palabras”. Es una voz que había entrado en escena en el preciso momento del comienzo de la creación, cuando había rasgado el silencio de la nada: «En el principio… dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz… En el principio existía la Palabra… y la Palabra era Dios … Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada» (Gn 1, 1.3; Jn 1, 1-3).
2.- Lo creado no nace de una lucha intradivina, como enseñaba la antigua mitología mesopotámica, sino de una palabra que vence la nada y crea el ser. Canta el Salmista: «Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el aliento de su boca todos sus ejércitos … pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo» (Sal 33, 6.9). Y san Pablo repetirá «Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean» (Rm 4, 17). Tenemos de esta forma una primera revelación “cósmica” que hace que lo creado se asemeje a una especie de inmensa página abierta delante de toda la humanidad, en la que se puede leer un mensaje del Creador: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia. Sin hablar y sin palabras, y sin voz que pueda oírse, por toda la tierra resuena su proclama, por los confines del orbe» (Sal 19, 2-5).
3.- Pero la Palabra divina también se encuentra en la raíz de la historia humana. El hombre y la mujer, que son «imagen y semejanza de Dios» (Gn 1, 27) y que por tanto llevan en sí la huella divina, pueden entrar en diálogo con su Creador o pueden alejarse de él y rechazarlo por medio del pecado. Así pues, la Palabra de Dios salva y juzga, penetra en la trama de la historia con su tejido de situaciones y acontecimientos: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor … conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para sacarlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa …» (Ex 3, 7-8). Hay, por tanto, una presencia divina en las situaciones humanas que, mediante la acción del Señor de la historia, se insertan en un plan más elevado de salvación, para que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2,4).
II. EL ROSTRO DE LA PALABRA: JESUCRISTO
En este recorrido espiritual lo principal es el encuentro con la Palabra, con Cristo. En el centro de la Revelación está la Palabra divina transformada en rostro; el fin último del conocimiento de la Biblia no está ” en una decisión ética o una gran idea, sino en el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”(Deus caritas est,1).
4. En el original griego son sólo tres las palabras fundamentales: Lógos, sarx, eghéneto, «el Verbo/Palabra se hizo carne». Sin embargo, éste no es sólo el ápice de esa joya poética y teológica que es el prólogo del Evangelio de san Juan (1, 14), sino el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo, como hizo aquel grupo de griegos presentes en Jerusalén: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 20-21). Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (42, 5).
Cristo es «la Palabra que está junto a Dios y es Dios», es «imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación» (Col 1, 15); pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura. El Jesucristo real es, por tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad, misterio: Aquel que nos ha revelado el Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn 1, 18). El Hijo de Dios sigue siendo el mismo aún en ese cadáver depositado en el sepulcro y la resurrección es su testimonio vivo y eficaz.
5. Así pues, la tradición cristiana ha puesto a menudo en paralelo la Palabra divina que se hace carne con la misma Palabra que se hace libro. Es lo que ya aparece en el Credo cuando se profesa que el Hijo de Dios «por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen», pero también se confiesa la fe en el mismo «Espíritu Santo que habló por los profetas». El Concilio Vaticano II recoge esta antigua tradición según la cual «el cuerpo del Hijo es la Escritura que nos fue transmitida» – como afirma san Ambrosio (In Lucam VI, 33) – y declara límpidamente: «Las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13).
En efecto, la Biblia es también “carne”, “letra”, se expresa en lenguas particulares, en formas literarias e históricas, en concepciones ligadas a una cultura antigua, guarda la memoria de hechos a menudo trágicos, sus páginas están surcadas no pocas veces de sangre y violencia, en su interior resuena la risa de la humanidad y fluyen las lágrimas, así como se eleva la súplica de los infelices y la alegría de los enamorados. Debido a esta dimensión “carnal”, exige un análisis histórico y literario, que se lleva a cabo a través de distintos métodos y enfoques ofrecidos por la exégesis bíblica. Cada lector de las Sagradas Escrituras, incluso el más sencillo, debe tener un conocimiento proporcionado del texto sagrado recordando que la Palabra está revestida de palabras concretas a las que se pliega y adapta para ser audible y comprensible a la humanidad.
6.- Éste es un compromiso necesario: si se lo excluye, se podría caer en el fundamentalismo que prácticamente niega la encarnación de la Palabra divina en la historia, no reconoce que esa palabra se expresa en la Biblia según un lenguaje humano, que tiene que ser descifrado, estudiado y comprendido, e ignora que la inspiración divina no ha borrado la identidad histórica y la personalidad propia de los autores humanos. Sin embargo, la Biblia también es Verbo eterno y divino y por este motivo exige otra comprensión, dada por el Espíritu Santo que devela la dimensión trascendente de la Palabra divina, presente en las palabras humanas.
III. LA CASA DE LA PALABRA: LA IGLESIA
-Una presencia significativa
-Vida de oración
– Vida fraterna
Como la sabiduría divina en el Antiguo Testamento, había edificado su casa en la ciudad de los hombres y de las mujeres, sosteniéndola sobre sus siete columnas (cf. Pr 9, 1), también la Palabra de Dios tiene una casa en el Nuevo Testamento: es la Iglesia que posee su modelo en la comunidad-madre de Jerusalén, la Iglesia, fundada sobre Pedro y los apóstoles y que hoy, a través de los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, sigue siendo garante, animadora e intérprete de la Palabra (cf. LG 13). Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (2, 42), esboza la arquitectura basada sobre cuatro columnas ideales, que aún hoy dan testimonio de las diferentes formas de comunidad eclesial: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan, y en las oraciones».
a)- Anuncio, catequesis, homilía
7. En primer lugar, esto es la didaché apostólica, es decir, la predicación de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo, en efecto, nos reprende diciendo que «la fe por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo» (Rm 10, 17). Desde la Iglesia sale la voz del mensajero que propone a todos el kérygma, o sea el anuncio primario y fundamental que el mismo Jesús había proclamado al comienzo de su ministerio público: «el tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. (Arrepentíos! Y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Los apóstoles anuncian la inauguración del Reino de Dios y, por lo tanto, de la decisiva intervención divina en la historia humana, proclamando la muerte y la resurrección de Cristo: «En ningún otro hay salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos» (Hch 4, 12). El cristiano da testimonio de su esperanza: «háganlo con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia», preparado sin embargo a ser también envuelto y tal vez arrollado por el torbellino del rechazo y de la persecución, consciente de que «es mejor sufrir por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer el mal» (1 Pe 3, 16-17).
En la Iglesia resuena, después, la catequesis que está destinada a profundizar en el cristiano «el misterio de Cristo a la luz de la Palabra para que todo el hombre sea irradiado por ella» (Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 20). Pero el apogeo de la predicación está en la homilía que aún hoy, para muchos cristianos, es el momento culminante del encuentro con la Palabra de Dios. En este acto, el ministro debería transformarse también en profeta. En efecto, Él debe con un lenguaje nítido, incisivo y sustancial y no sólo con autoridad «anunciar las maravillosas obras de Dios en la historia de la salvación» (SC 35) – ofrecidas anteriormente, a través de una clara y viva lectura del texto bíblico propuesto por la liturgia – pero que también debe actualizarse según los tiempos y momentos vividos por los oyentes, haciendo germinar en sus corazones la pregunta para la conversión y para el compromiso vital: «¿qué tenemos que hacer?» (He 2, 37).
El anuncio, la catequesis y la homilía suponen, por lo tanto, la capacidad de leer y de comprender, de explicar e interpretar, implicando la mente y el corazón. En la predicación se cumple, de este modo, un doble movimiento. Con el primero se remonta a los orígenes de los textos sagrados, de los eventos, de las palabras generadoras de la historia de la salvación para comprenderlas en su significado y en su mensaje. Con el segundo movimiento se vuelve al presente, a la actualidad vivida por quien escucha y lee siempre a la luz del Cristo que es el hilo luminoso destinado a unir las Escrituras. Es lo que el mismo Jesús había hecho – como ya dijimos – en el itinerario de Jerusalén a Emaús, en compañía de sus dos discípulos. Esto es lo que hará el diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza, cuando junto al funcionario etíope instituirá ese diálogo emblemático: «¿Entiendes lo que estás leyendo? […] )Cómo lo voy a entender si no tengo quien me lo explique?» (Hch 8, 30-31). Y la meta será el encuentro íntegro con Cristo en el sacramento. De esta manera se presenta la segunda columna que sostiene la Iglesia, casa de la Palabra divina.
b) Fracción del pan
8. Es la fracción del pan. La escena de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) una vez más es ejemplar y reproduce cuanto sucede cada día en nuestras iglesias: en la homilía de Jesús sobre Moisés y los profetas aparece, en la mesa, la fracción del pan eucarístico. Éste es el momento del diálogo íntimo de Dios con su pueblo, es el acto de la nueva alianza sellada con la sangre de Cristo (cf. Lc 22, 20), es la obra suprema del Verbo que se ofrece como alimento en su cuerpo inmolado, es la fuente y la cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La narración evangélica de la última cena, memorial del sacrificio de Cristo, cuando se proclama en la celebración eucarística, en la invocación del Espíritu Santo, se convierte en evento y sacramento. Por esta razón es que el Concilio Vaticano II, en un pasaje de gran intensidad, declaraba: «La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo» (DV 21). Por esto, se deberá volver a poner en el centro de la vida cristiana «la Liturgia de la Palabra y la Eucarística que están tan íntimamente unidas de tal manera que constituyen un solo acto de culto» (SC 56).
c) Liturgia de las Horas, Lectio divina
9. La tercera columna del edificio espiritual de la Iglesia, la casa de la Palabra, está constituida por las oraciones, entrelazadas – como recordaba san Pablo – por «salmos, himnos, alabanzas espontáneas» (Col 3, 16). Un lugar privilegiado lo ocupa naturalmente la Liturgia de las horas, la oración de la Iglesia por excelencia, destinada a marcar el paso de los días y de los tiempos del año cristiano que ofrece, sobre todo con el Salterio, el alimento espiritual cotidiano del fiel. Junto a ésta y a las celebraciones comunitarias de la Palabra, la tradición ha introducido la práctica de la Lectio divina, lectura orante en el Espíritu Santo, capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente.
Ésta se abre con la lectura (lectio) del texto que conduce a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido práctico: ¿qué dice el texto bíblico en sí? Sigue la meditación (meditatio) en la cual la pregunta es: ¿qué nos dice el texto bíblico? De esta manera se llega a la oración (oratio) que supone otra pregunta: )qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra? Se concluye con la contemplación (contemplatio) durante la cual asumimos como don de Dios la misma mirada para juzgar la realidad y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?
Frente al lector orante de la Palabra de Dios se levanta idealmente el perfil de María, la madre del Señor, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51), – como dice el texto original griego – encontrando el vínculo profundo que une eventos, actos y cosas, aparentemente desunidas, con el plan divino. También se puede presentar a los ojos del fiel que lee la Biblia, la actitud de María, hermana de Marta, que se sienta a los pies del Señor a la escucha de su Palabra, no dejando que las agitaciones exteriores le absorban enteramente su alma, y ocupando también el espacio libre de «la parte mejor» que no nos debe abandonar (cf. Lc 10, 38-42).
d) La comunión fraterna
10. Aquí estamos, finalmente, frente a la última columna que sostiene la Iglesia, casa de la Palabra: la koinonía, la comunión fraterna, otro de los nombres del ágape, es decir, del amor cristiano. Como recordaba Jesús, para convertirse en sus hermanos o hermanas se necesita ser «los hermanos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). La escucha auténtica es obedecer y actuar, es hacer florecer en la vida la justicia y el amor, es ofrecer tanto en la existencia como en la sociedad un testimonio en la línea del llamado de los profetas que constantemente unía la Palabra de Dios y la vida, la fe y la rectitud, el culto y el compromiso social. Esto es lo que repetía continuamente Jesús, a partir de la célebre admonición en el Sermón de la montaña: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21). En esta frase parece resonar la Palabra divina propuesta por Isaías: «Este pueblo se me acerca con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí» (29, 13). Estas advertencias son también para las iglesias que no son fieles a la escucha obediente de la Palabra de Dios.
Por ello, ésta debe ser visible y legible ya en el rostro mismo y en las manos del creyente, como lo sugirió san Gregorio Magno que veía en san Benito, y en los otros grandes hombres de Dios, los testimonios de la comunión con Dios y sus hermanos, con la Palabra de Dios hecha vida. El hombre justo y fiel no sólo “explica” las Escrituras, sino que las “despliega” frente a todos como realidad viva y practicada. Por eso es que la viva lectio, vita bonorum o la vida de los buenos, es una lectura/lección viviente de la Palabra divina. Ya san Juan Crisóstomo había observado que los apóstoles descendieron del monte de Galilea, donde habían encontrado al Resucitado, sin ninguna tabla de piedra escrita como sucedió con Moisés, ya que desde aquel momento, sus mismas vidas se convirtieron en el Evangelio viviente.
IV. LOS CAMINOS DE LA PALABRA: LA MISIÓN
-Una presencia educadora
-Una presencia convocante
11.- Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor» (Is 2,3). La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se encamina a lo largo de los caminos del mundo para encontrar el gran peregrinación que los pueblos de la tierra han emprendido en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la paz. Existe, en efecto, también en la moderna ciudad secularizada, en sus plazas, y en sus calles – donde parecen reinar la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, creando la impresión de la victoria de Babilonia sobre Jerusalén – un deseo escondido, una esperanza germinal, una conmoción de esperanza. Come se lee en el libro del profeta Amos, «vienen días – dice Dios, el Señor – en los cuales enviaré hambre a la tierra. No de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (8, 11). A este hambre quiere responder la misión evangelizadora de la Iglesia.
Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles, titubeantes para salir de las fronteras de su horizonte protegido: «Por tanto, id a todas las naciones, haced discípulos […] y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser guardianes que rompen el silencio de la indiferencia. Los caminos que se abren frente a nosotros, hoy, no son únicamente los que recorrió san Pablo o los primeros evangelizadores y, detrás de ellos, todos los misioneros fueron al encuentro de la gente en tierras lejanas.
12. Cristo camina por las calles de nuestras ciudades y se detiene ante el umbral de nuestras casas: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20). La familia, encerrada en su hogar, con sus alegrías y sus dramas, es un espacio fundamental en el que debe entrar la Palabra de Dios. La Biblia está llena de pequeñas y grandes historias familiares y el Salmista imagina con vivacidad el cuadro sereno de un padre sentado a la mesa, rodeado de su esposa, como una vid fecunda, y de sus hijos, como «brotes de olivo» (Sal 128). Los primeros cristianos celebraban la liturgia en lo cotidiano de una casa, así como Israel confiaba a la familia la celebración de la Pascua (cf. Ex 12, 21-27). La Palabra de Dios se transmite de una generación a otra, por lo que los padres se convierten en «los primeros predicadores de la fe» (LG 11). El Salmista también recordaba que «lo que hemos oído y aprendido, lo que nuestros padres nos contaron, no queremos ocultarlo a nuestros hijos, lo narraremos a la próxima generación: son las glorias del Señor y su poder, las maravillas que Él realizó; … y podrán contarlas a sus propios hijos» (Sal 78, 3-4.6). Cada casa deberá, pues, tener su Biblia y custodiarla de modo concreto y digno, leerla y rezar con ella, mientras que la familia deberá proponer formas y modelos de educación orante, catequística y didáctica sobre el uso de las Escrituras, para que «jóvenes y doncellas también, los viejos junto con los niños» (Sal 148, 12) escuchen, comprendan, alaben y vivan la Palabra de Dios. En especial, las nuevas generaciones, los niños, los jóvenes, tendrán que ser los destinatarios de una pedagogía apropiada y específica, que los conduzca a experimentar el atractivo de la figura de Cristo, abriendo la puerta de su inteligencia y su corazón, a través del encuentro y el testimonio auténtico del adulto, la influencia positiva de los amigos y la gran familia de la comunidad eclesial.
13. Jesús, en la parábola del sembrador, nos recuerda que existen terrenos áridos, pedregosos y sofocados por los abrojos (cf. Mt 13, 3-7). Quien entra en las calles del mundo descubre también los bajos fondos donde anidan sufrimientos y pobreza, humillaciones y opresiones, marginación y miserias, enfermedades físicas, psíquicas y soledades. A menudo, las piedras de las calles están ensangrentadas por guerras y violencias, en los centros de poder la corrupción se reúne con la injusticia. Se alza el grito de los perseguidos por la fidelidad a su conciencia y su fe. Algunos se ven arrollados por la crisis existencial o su alma se ve privada de un significado que dé sentido y valor a la vida misma. Como es «mera sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontona» (Sal 39,7), muchos sienten cernirse sobre ellos también el silencio de Dios, su aparente ausencia e indiferencia: «)Hasta cuándo, Señor? )Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?» (Sal 13, 2). Y al final, se yergue ante todos el misterio de la muerte.
La Biblia, que propone precisamente una fe histórica y encarnada, representa incesantemente este inmenso grito de dolor que sube de la tierra hacia el cielo. Bastaría sólo con pensar en las páginas marcadas por la violencia y la opresión, en el grito áspero y continuado de Job, en las vehementes súplicas de los salmos, en la sutil crisis interior que recorre el alma del Eclesiastés, en las vigorosas denuncias proféticas contra las injusticias sociales. Además, se presenta sin atenuantes la condena del pecado radical, que aparece en todo su poder devastador desde los exordios de la humanidad en un texto fundamental del Génesis (c. 3). En efecto, el “misterio del pecado” está presente y actúa en la historia, pero es revelado por la Palabra de Dios que asegura en Cristo la victoria del bien sobre el mal.
Pero, sobre todo, en las Escrituras domina principalmente la figura de Cristo, que comienza su ministerio público precisamente con un anuncio de esperanza para los últimos de la tierra: «El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Sus manos tocan repetidamente cuerpos enfermos o infectados, sus palabras proclaman la justicia, infunden valor a los infelices, conceden el perdón a los pecadores. Al final, él mismo se acerca al nivel más bajo, «despojándose a sí mismo» de su gloria, «tomando la condición de esclavo, asumiendo la semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre … se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2, 7-8).
Así, siente miedo de morir («Padre, si es posible, (aparta de mí este cáliz!»), experimenta la soledad con el abandono y la traición de los amigos, penetra en la oscuridad del dolor físico más cruel con la crucifixión e incluso en las tinieblas del silencio del Padre («Dios mío, Dios mío, ) por qué me has abandonado?») y llega al precipicio último de cada hombre, el de la muerte («dando un fuerte grito, expiró»). Verdaderamente, a él se puede aplicar la definición que Isaías reserva al Siervo del Señor: «varón de dolores y que conoce el sufrimiento» (cf. 53, 3).
Y aún así, también en ese momento extremo, no deja de ser el Hijo de Dios: en su solidaridad de amor y con el sacrificio de sí mismo siembra en el límite y en el mal de la humanidad una semilla de divinidad, o sea, un principio de liberación y de salvación; con su entrega a nosotros circunda de redención el dolor y la muerte, que él asumió y vivió, y abre también para nosotros la aurora de la resurrección. El cristiano tiene, pues, la misión de anunciar esta Palabra divina de esperanza, compartiéndola con los pobres y los que sufren, mediante el testimonio de su fe en el Reino de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, de amor y paz, mediante la cercanía amorosa que no juzga ni condena, sino que sostiene, ilumina, conforta y perdona, siguiendo las palabras de Cristo: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11, 28).
El Centro de Espiritualidad había propuesto a sus miembros, y en general a todos los que comparten la espiritualidad del Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia, una reflexión sobre la Palabra de Dios en estos meses de preparación al sínodo de los obispos. Concretamente se preguntaba cuáles son los textos de la Sagrada Escritura que tocan más de cerca a nuestra espiritualidad nazarena. He aquí el aporte de uno de los miembros del grupo de colaboradores.
Textos de la Sagrada Escritura que tocan más de cerca
a nuestra espiritualidad nazarena.
Por Mónica Martínez de Colombano
Los pasajes de la Palabra de Dios donde más tocan la espiritualidad nazarena los veo más en los 4 evangelios donde se relatan específicamente la vida de Jesús. Si bien toda la Palabra de Dios es muy rica y valiosa es en los evangelios donde vemos a Jesús con su familia, la relación con su madre, con sus hermanos. Haciendo un seguimiento de su vida, la primera vez que Jesús demuestra su vocación, su sabiduría, la claridad que sentía de cuál era su misión fue cuando es encontrado en el templo y les responde a sus padres:”¿no sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Lc.2: 49.
Podemos ver también que desde su concepción Dios se insertó en una familia, donde esta la base de toda la procreación de la humanidad. Y toda su vida fue un permanente ejemplo, con enseñanzas y testimonio de acción y amor al prójimo permanente, de misericordia y benevolencia. Por eso nuestra espiritualidad nazarena está bien presente en la Palabra en ese Jesús-Hijo, Jesús-Padre, Jesús-hermano.
El misterio de Nazaret, Jesús encarnado y hecho hombre, puede parecer imposible y sin embargo Jesús vino a darnos el ejemplo viviente de cómo debemos ser, cómo debemos actuar, cómo debemos vivir y para qué, en pos de qué.
Haciendo un análisis de los evangelios vemos que los 3 primeros coinciden básicamente en ciertos aspectos fundamentales en la vida de Jesús:
El llamado, su misión, su legado, su entrega.
El llamado: en los relatos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, Mt: 4, 1, Mc: 1,12-13, Lc: 4,1-13, vemos cómo Jesús siente el llamado, hace su discernimiento, se ve el despertar de su conciencia divina, abre su corazón.
Su misión: toda su vida fue de entrega hacia los demás, su vida transcurre enseñando principalmente con su testimonio de vida y también a través de parábolas, predicando, ayudando al prójimo. A modo de ejemplo Mt:4,12.17 Mc.1,14.15 Lc.:4, 14 Mc, 1,23.28 Lc, 4,33.
Legado: Todas las enseñanzas y el ejemplo de vida que nos mostró Jesús en su paso por el mundo nos deben servir para entender, y asumir el verdadero compromiso de todo cristiano, Jesús, Amor encarnado, vino a mostrarnos y dejarnos toda su sabiduría para nuestro bien y redención. Es el vivo ejemplo de amor desinteresado, de humildad y de misericordia infinita. Jn:3,17 Jn:13,1,20.
Entrega: la aceptación que demuestra Jesús cuando hace la oración en Getsemaní es muy movilizadora Mt: 26,36-39, Mc:14,32-39, Lc:22,40.46, porque allí se refleja claramente la parte humana y la parte divina de Jesús, como hombre no quiere pasar por ese cáliz o sea ese brutal sufrimiento, sin embargo lo acepta y dice: “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya“, lo que además nos enseñó en la oración del padrenuestro.
Por eso insisto en que toda la vida ejemplar de Jesús en su paso por el mundo nos enseñan cómo debemos ser, cómo debemos actuar los cristianos, y en el caso de nuestro carisma, del misterio de Nazaret, el amor que sentimos en nuestra familia por nuestros hijos, por nuestros hermanos, por nuestros padres, es el mismo amor que tenemos que sentir por el prójimo y ese es un gran desafío.
Y recordar siempre que es en la familia el primer lugar donde debemos evangelizar y testimoniar el amor de Cristo.
El « espíritu familia » con Chiara Lubich.
Por H.Teodoro Berzal
Para que una espiritualidad se mantenga viva, es importante saber establecer conexiones con otras que le son próximas, por un motivo u otro.
Asi lo hicieron nuestro mayores viendo la relación existente entre el camino de « infancia espiritual » propuesto por Santa Teressa de Lisieux. Así lo hemos hecho recientemente subrayando la sintonía con el « hermano universal » Carlos de Foucauld, con motivo de su beatificación.
El fallecimiento de Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, nos da ocasión de recoger algunas de sus intuiciones espirituales muy próximas de nuestra espiritualidad.
La aventura espiritual de Chiara empieza en Loreto en 1939. Ella misma en sus notas decribe así su experiencia : « Fui invitada a un congreso de estudiantes católicos a Loreto. Según la tradición, allí se conserva, en una gran iglesia-fortaleza, la pequeña casa de la Sagrada Familia de Nazaret… Yo asisto a las conferencias como todas mis compañeras en un colegio, pero en cuanto puedo me voy corriendo allí. Me arrodillo al lado de la pared ennegrecida por la llama de las velas. Algo nuevo y divino me rodea, casi me aplasta. Con el pensamiento contemplo la vida virginal de sus tres moradores. Me digo : María debió habitar aquí. José debió trabajar al lado. El niño Jesús debió conocer estos lugares durante largos años. Estas paredes han oído su voz infantil… Cada uno de estos pensamientos casi me oprime, se me conmueve el corazón y me brotan las lágrimas si parar. A cada pausa del congreso corro allí. El último día la iglesia se llena de jóvenes. Y un pensamiento pasa claramente por mi espíritu, que nunca se borrará en el futuro: un día una multitud de personas vírgenes te seguirá»
La vida y el proyecto de Chiara pasan por momentos exultantes y también de dificultad: el desarrollo del movimiento, su reconocimiento por la Iglesia, su apertura ecuménica e interreligiosa… Siempre con el deseo y la pasión por construir la unidad entorno a Jesús.
Y por último en su testamento espiritual titulado « Sed una familia », en el último párrafo, Chiara escribe : « El espíritu de familia está lleno de humildad, del deseo del bien de los demás; no se enorgullece. En síntesis, es la caridad verdadera y completa. En resumen, cuando tenga que despedirme de vosotros, dejaré a Jesús que os diga a través de mi: Amaos unos a otros… para que todos sean uno ».
Expresiones llenas de resonancias evangélicas, pero también sin duda para los seguidores del Hermano Gabriel Taborin con resonancias de sus expresiones sobre el espíritu de familia.
Belley, mayo de 2008
FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD
Por Rosa Ramos
I. PASAJES QUE TOCAN NUESTRA ESPIRITUALIDAD, QUE LA FUNDAMENTAN.
1. El conocido himno contenido en capítulo 2 de la carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo…”
Fundamentación: En el Instituto siempre hemos tomado como pasajes claves los capítulos 1 y 2 del Evangelio según Lucas pero, dada la exégesis y conocimientos actuales, creo que debemos hacer el esfuerzo de centrar nuestra espiritualidad en pasajes menos discutidos en relación a su origen. Y este me parece un texto clave para nuestra espiritualidad de Encarnación. Nazaret y su misterio de sencillez, familia, vínculos, trabajo, etc….. tienen como base esta kenosis.
2. Gálatas 4, 4:
“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva”
Fundamentación: Aquí tampoco Pablo dice algo acerca de la infancia de Jesús y su vida oculta en Nazet, pero remarca su encarnación, su ser hijo de mujer, y su historicidad, su entronque con el pueblo liberado por Dios y con el que hizo Alianza, su misión, etc.
3. Mc. 6, 3 y Mt. 13, 54ss; Lc 4, 22
Fudamentación: Los evangelios sinópticos comparten en redacción y extensión variable la visita de Jesús a Nazaret y el asombro-maravilla- estupor-incredulidad… que les provoca este carpintero cuya familia es conocida de todos. Nuevamente queda clara la encarnación y la vida familiar de Jesús durante muchos años, sus vínculos estrechos, su labor silenciosa. Allí en Nazaret aprendió mucho de lo que ahora extraña a sus vecinos, claro que la oración y comunión con el Padre le ha conferido una “autoridad” que impacta, aún cuando sus parábolas y enseñanzas no distan ni de las Escritura ni del medio semi rural bien conocido por ellos.
Los pasajes escogidos tienen más crédito a nivel exegético que los tradicionales de la infancia, y son muy fuertes en su contenido, con un claro valor para nuestra espiritualidad de encarnación.
II. LEER LA PALABRA DE DIOS A LA LUZ DEL MISTERIO DE NAZARET.
Como hemos aprendido en estos últimos años, gracias a las valiosas orientaciones del Instituto, todos los pasajes del Evangelio pueden leerse iluminados por el misterio de Nazaret.
A mí particularmente me llegan como muy “nazarenas” las parábolas, en tanto que traslucen la educación de Jesús por María y José, en su ambiente familiar, en su vecindario, en sus trabajos cotidianos.
Las parábolas del reino son especialmente ilustrativas, sin duda Jesús ha visto a María leudar y amasar el pan, ha pasado horas en la cocina, ha escuchado sus inquietudes, sus conversaciones con las vecinas, ha visto y compartido con José los trabajos del campo, el cuidado de animales, el cultivo de plantas que siguen creciendo en la noche mientras sus cultivadores duermen, en la construcción de casas sólidas, etc.
A Jesús sus padres le enseñaron a mirar, a ver con los ojos y con el corazón la realidad, la realidad sencilla, cotidiana, los rostros humanos, las necesidades. Sólo con una educación así Jesús en vez de deslumbrarse por la majestuosidad del templo, pone sus ojos en una viuda pobre.
Sin duda una mujer santa, libre, fuerte, atenta al dolor humano, como María, fue la que hizo contemplar y enseñó la compasión auténtica. Así luego Jesús se relaciona liberando, curando, tocando a los tullidos, leprosos, a las mujeres encorvadas o paralizadas, a los ciegos, sordos….
Una vida austera y de trabajo le permitió a Jesús asumir las dificultades y la incomprensión que vivió el último año de su vida.
La vida de su familia entregada alabar a Dios y atenta a la voluntad del Padre, libre para discernir la hora y los caminos a seguir, le permite a Jesús enfrentar muchas tentaciones y getsemaníes a lo largo de su vida y también en la hora de su pasión.
La atención a los detalles, tan femenina, se cuela en los evangelios al mostrarnos los gestos de Jesús, llama esto la atención siendo los evangelios escritos por varones, claro que con el aporte de sus comunidades integradas por muchas mujeres. Jesús era un hombre pleno, integral e integrado, con un desarrollo muy grande de sus ánimus y su ánima, de sus polos masculino y femenino, herencia de su vida oculta y de familia en Nazaret, y rumiada en la intimidad de la oración.
En síntesis, los evangelios enteros pueden leerse redescubriendo en ellos las influencias de la vida oculta de Jesús, la vida familiar y vincular de la que tanto aprendió en Nazaret, pues un hombre maduro revela su infancia y aprendizajes más tempranos en sus opciones fundamentales, y en el modo de llevarlas a la práctica.
LOS EVANGELIOS DE LA INFANCIA DE CRISTO
MEDITACIONES
Presentamos una serie de meditaciones sobre la mayor parte de los pasages del Evangelio que se refieren a la infancia de Cristo y por tanto a la Sagrada Familia. Es una forma de acercarse a la Palabra de Dios desde nuestra espiritualidad.
Hno. Teodoro Berzal
1 La genealogia según san Mateo (1, 1-17)
La fidelidad de Dios
La cadena genealógica que Mateo presenta al principio de su evangelio tiene la finalidad de insertar a Jesús en la historia de la salvación. Su ascendencia davídica apunta hacia su carácter mesiánico.
A través de esa lista de nombres queda ante todo de manifiesto la fidelidad de Dios, quien a través de los siglos y mediante personas más o menos calificadas cumple sus promesas. Existe también una tensión creciente que lleva la historia de la salvación hacia su plenitud y cumplimiento. Desde el principio, el evangelista toma como puntos de referencia David y Abrahan para resumir de algún modo todo el primer Testamento por lo que se refiere a la esperanza mesiánica. A David Dios había prometido un hijo que reinaría eternamente sobre su trono, con justicia y equidad (2 Sam 7, 12-16). A Abrahan una posteridad que traería una bendición universal ( Gen 12, 3). En la intención del evangelista Jesús, el Cristo, es la descendencia prometida y la realización de las promesas de Dios.
El camino mesiánico
La genealogía ofrecida por Mateo es complementaria de la que ofrece Lucas. El nacimiento de Jesús de María lo convierte en verdadero hijo de David (Lucas), mientras que el matrimonio de María con José hace de Jesús el heredero legal de David (Mateo). Jesús cumple así todas las condiciones para ser el rey de Israel. Pero como sabemos por los evangelios, primero la vida escondida de Jesús en Nazaret y luego su opción fundamental en el momento de las tentaciones en el desierto lo llevaron a emprender el camino de un mesianismo despojado de toda reivindicación dinástica o política para identificarse más bien con la figura del ‘siervo de Yavé’ y adoptar las actitudes de humildad y de firmeza, de acercamiento a los más débiles y pobres y de proclamación de la verdad, que lo llevaron a morir en la cruz.
El discípulo de Jesús, que lee el evangelio como buena nueva y cree que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos es invitado desde el comienzo a seguir ese mismo camino asumiendo las actitudes del Hijo de Dios hecho hombre.
2 La genealogia según san Lucas (3, 23 -38)
Remontarse hasta la fuente
La genealogía de Jesús en el evangelio de Lucas es ascendente (contrariamente a la que presenta Mateo). Para ambos evangelistas se trata de de situar a Jesús, en la historia humana en cuanto historia de salvación en la que Dios interviene y que tiene precisamente come punto culminante la manifestación del Mesías. Pero el uno y el otro evangelistas lo hacen desde dos perspectivas diferentes. Para Mateo lo que cuenta ante todo es la escendencia davídica de Jesús. Lucas va más allá, en la línea universalista que lo caracteriza, y mediante una cadena de antepasados se remonta hasta los orígenes de la humanidad y hasta Dios mismo. En realidad Lucas opera una especie de cortocircuito en el último eslabón de la cadena, pues Dios aparece más como Padre de Jesús que como iniciador de la genealogía, teniendo en cuenta que, según la Biblia, Dios es “creador” y no padre de Adán.
“Hijo del hombre”, “hijo de Dios”
Como la de cualquier persona, la genealogía de Jesús muestra su raíz humana y familiar. Si en todas las culturas es importante la transmisión genealógica como uno de los rasgos más profundos de las señas de identidad, en el pueblo judío se cargaba además con el peso de la esperanza mesiánica. En el evangelio de Lucas la genealogía, junto con el relato de la encarnación, justifica de entrada la expresión “hijo del hombre” con que Jesús amaba designarse. Pero colocada justo después del episodio del bautismo, tiende a presentarse como una confirmación de la voz venida del cielo que decía: “Este es mi hijo muy amado” en clara alusión al Salmo 2: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. Tenemos así desde el principio las afirmaciones centrales sobre la identidad de Jesús.
Hijos en el Hijo
Remontándose hasta Adán, el primer hombre, toda persona puede en ralidad construir una genealogía, más o menos completa, en la que Dios aparece como “Padre”. Por eso la genealogía de Jesús no es algo que se refiera a él en exclusiva, sino que de algún modo está diciendo ya que su misión será la de reconstruir la filiación divina de todos los hombres.
3 El anuncio a Maria: Lc 1, 26 – 38
En su casa
El relato de la anuncio a María del nacimiento de Jesús se caracteriza por el paralelimo y contraste con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista hecho a Zacarías. Lo que más llama la atención en lo inmediato es el lugar donde tiene se realiza la escena. Frente a la solemnidad y sacralidad del templo de Jerusalén está la secilla casa de la Virgen de Nazaret, lugar de la vida familiar y cotidiana, aunque en el relato evangélico no aparece explícitamente el término “casa”. Ese acercamiento al ambiente ordinario donde trascurre la vida, marca desde el comienzo el estilo de la encarnación. Como en ese momento supremo, es siempre Dios quien da el paso decisivo de acercamiento para venir al encuentro del hombre en las situaciones concretas en que cada uno se halla. De este modo, “la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros” (Jn. 1, 14).
Aquella que dijo sí
María es ante todo aquella que dijo sí a Dios. Pero no fue una respuesta fácil la suya. En la brevedad del relato queda patente la sorpresa y turbación que le produjo el saludo del ángel y el contenido de su mensaje. En un instante de reflexión María mide las implicaciones que representa su respuesta, para su existencia personal, para su pueblo, para la humanidad… Es un momento único en el que entra en juego toda la gracia de Dios y toda la libertad humana.
Desde ese momento de plenitud cada uno de nosotros queda interpelado para valorar y entrar en el juego de la gracia de Dios y de la llamada divina, que bajo muchas formas y en momentos sublimes o banales, se acerca a nosotros para solicitar nuestra respuesta, para pedir nuestra colaboración afin de llevar a cabo sus designios.
4 La vocación de José (Mt. 1, 18-25)
Cuando Dios se manifiesta
Como en muchos otros momentos de la historia de la salvación, el designio amoroso de Dios se manifiesta y se realiza a través de las circunstancias humanas. Los escasos datos que ofrece el evangelista son suficientes para dejar adivinar el drama que se produjo en la joven familia en formación de Nazaret después del anuncio del ángel a María. ¿Fue ella quien comunicó a José la noticia, la buena noticia? Así cabe suponerlo. Al primer momento de agradecimiento y admiración por lo que Dios había hecho en la que iba a ser su esposa, siguen los días de angustia y desconcierto para José: Pero sin duda también para María a cuya mirada no podía escapar la situación de su prometido. José sufre, pero su dolor no viene de que, ni siquiera por un instante, se haya asomado a su espíritu la menor duda acerca de la conducta de María. Toda su preocupación viene de saber cuál es el papel que él puede desempeñar en los planes de Dios, cuando éste parece haber tomado la iniciativa y actuar por su cuenta desbordando las previsiones humanas.
La vocación de José
En esa situación una alternativa le atormentaba: o quedarse con María, usurpando, por así decirlo, el título de “padre”, o retirarse, tomando todas las precauciones para perjudicar lo menos posible a la que estaba a punto de ser definitivamente su mujer. En esta segunda opción, por la que José se inclina según el evangelista, el matrimonio se deshace, la perspectiva de la fundación de una familia queda desvanecida…El mensaje del cielo responde punto por punto a todas las preguntas que angustiaban a José en ese momento difícil y al mismo tiempo definen el sentido y el contenido de su vocación. Pablo VI la expresó así: “Su paternidad se expresa concretamente en haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la encarnación y a la misión redentora que lleva unida; en haber usado la autoridad legal, que le correspondía como jefe de la Sagrada Familia, para vivirla como don de sí, de su vida, de su trabajo; en haber convertido su vocación humana al amor familiar en oblación sobrenatural de sí mismo, de su corazón y de sus capacidades en el amor puesto al servicio del Mesías que había germinado en su propia casa” (Alocución del 19-3-1966). La figura de José, plenamente responsable de los suyos y abierto a las indicaciones que le vienen de lo alto, nos da a entender qué significa ser padre. Es admirable contemplar cómo Jesús, necesitado de ayuda y protección, encuentra en la familia, en el amor recíproco de María y José, los elementos imprescindibles para poder crecer y realizar su obra de salvación.
5 El noviazgo de María y José: Lc 1, 26 – 27
Hacia el matrimonio
Al igual que en el anuncio del nacimiento de Juan Bautista, en el anuncio del de Jesús se presenta a una pareja: María y José. La relación existente entre ambos es una relación esponsal. El término empleado por Lucas designa más el matrimonio que el noviazgo; aunque no precisa, como Mateo que el acontecimiento se produjo “antes de habitar juntos” (Mt 1,18). En contraste con el anuncio a Zacarías, aquí es la mujer la que figura en primer lugar y en el puesto más relevante como destinataria del mensaje. José es presentado en su calidad de descendiente de David. De María, a diferencia de Isabel, no se dice nada sobre su ascendencia y familia. Se diría que no importa. Lo que sí se subraya, empleando el término dos veces, es su condición de virgen. María figura en el relato como la interlocutora de Dios, quien se le manifiesta por medio del ángel. Desde el principio Dios aparece como protagonista en la relación esponsal de María y José dándole un sentido y una plenitud que va más allá de las posibilidades humanas.
Una familia
Varias veces el evangelista Lucas presenta a María y José como “los padres de Jesús” (Lc 2, 27; Lc 2,41; Lc 2,43) y una vez precisando “su padre y su madre” (Lc 2,33), constituyendo por lo tanto un verdadero núcleo familiar, una familia. Las relaciones entre sus miembros son las que constituyen la familia: la relación esponsal y la relación paterno y materno-filial. “Tu padre y yo” (Lc 2, 48), dirá María hablando a Jesús. Además la familia de Jesús, José y María no vive aislada. El evangelio la presenta en relación con una familia más amplia, los parientes (Lc 1, 36), inserta en el pueblo de Nazaret y viviendo según las costumbres y avatares de cualquier familia. Sin embargo, la presencia de Jesús en su seno, ya desde el principio le da una dimensión nueva y trascendente.
La alianza conyugal de María y José, atestiguada por los evangelios es el fundamento de la familia de Nazaret. Esa alianza fue vivida en la entrega recíproca y virginal al servicio del Verbo encarnado. Por eso recuerda a toda comunidad cristiana y en particular a la familia, que “La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres y que el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino” (Gaudium et Spes 48; Cf Catec. Ig. Cat 1639). “En la liturgia María es celebrada como unida a José, el hombre justo, por estrechísimo y virginal vínculo de amor. Se trata, en efecto, de los dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra su símbolo en el matrimonio de María y de José” (Redemptoris Custos 20).
6 El matrimonio de María y José (Mt 1, 16ss; Lc 1, 26ss)
Jesús nace en una familia
La realidad del matrimonio de María y José y su profundo significado llevan a afirmar que la encarnación del Hijo de Dios comportó también su inserción en una familia humana. Como en todas las familias, “La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el que se construye la comunión más amplia de la familia” (Familiaris Consortio 21). María y José, fieles a la Palabra de Dios, acogieron sin reservas y vivieron plenamente su vocación matrimonial poniéndola al servicio del designio de la salvación y formaron una familia para acoger al Hijo de Dios. Asumiendo en la fe su vocación de esposa y de madre, María vivirá en todas sus dimensiones su amor de mujer. Habiendo acogido María como esposa y habiendo vivido con ella en fidelidad virginal, José realizará todas las dimensiones de su amor de hombre. La presencia del Verbo encarnado en la familia de María y de José da plenitud al núcleo familiar y lo abre en todas las dimensiones.
Hacer familia
Por la doble pertenencia de Jesús, el Hijos de Dios, a la familia trinitaria y a la familia de Nazaret, la Sagrada Familia se presenta de modo eminente como icono de la Trinidad e imagen de la Iglesia. Desde el punto de vista cristiano, “La familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Familiaris Consortio 17)
“La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres” y “el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino” (G.S.48) Cf Catec. Ig. Cat, 1639). Por otra parte entre las imágenes (L.G. 6) que la Iglesia actual emplea para expresar su identidad más profunda en la línea de la comunión, la de “familia de Dios” es una de las más valiosas. Y La misma Iglesia presenta a la vida consagrada “La Familia de Nazaret, como lugar que las comunidades religiosas deben frecuentar espiritualmente, porque allí se vivió de un modo admirable el Evangelio de la comunión y de la fraternidad.” ( La vida Fraterna en comunidad, 18)
7 A Belén para el censo: Lc 2, 1 – 5
El mundo
El evangelista Lucas aporta algunos datos, aunque discutibles, de la historia para situar el nacimiento de Jesús en las coordenadas de espacio y tiempo que tiene todo acontecimeinto humano. El hecho queda así enmarcado en unas dimensiones concretas y constatables, pero al mismo tiempo revela todo el alcance que tiene la aparición en la tierra del Salvador de los hombres. En efecto, ese acontecimiento es tan importante que no puede ser considerado commo uno más en la secuencia de los que componen el acontecer histórico. Como escribió Juan Pablo II, “El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia…. Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana” (Incarnationis mysterium 1).
La casa
Pero ese acontecimeinto tiene también una dimensión cercana y familiar. El decreto del emperador incide de forma directa y dramática en el desarrollo de la gestación y nacimiento de Jesús. María y José son una pareja joven, en espera del primer hijo, que se ven obligados a dejar su hogar para cumplir una lay de la sociedad civil: un empadronamiento que comportaba la inscripción de las propiedades y las personas, y cuya finalidad principal era la recaudación de los impuestos. Pero el evangelista ofrece de inmediato también la dimensión religiosa del hecho, pues la ciudad a la que se dirigen es Belén, donde según la profecías debía nacer el Masías. De esta forma se pasa de la “patria histórica” de Jesús a su patria “teológica”.
8 El nacimiento de Jesús: Lc 2, 6-15
En un pesebre
La concatenación de circunstancias lleva a que Aquel que había sido anunciado como Hijo del Altísimo, tenga que ser colocado al nacer, como expresión suprema de pobreza y desamparo, en el pesebre de un local destinado a los animales. Eso sí rodeado del afecto y los cuidados de María y de José. El relato evangélico en su sencillez se detiene aquí y quizá la meditación cristiana del texto también deba hacer lo mismo para dejar el paso a una contemplación que, como dicen algunos místicos, deje nacer el Verbo en el fondo del alma y en silencio lo adore con amor…
En el cielo
Después del anuncio a María, del anuncio a José (Evangelio de Mateo), el tercer enuncio hecho por el angel tiene como destinatarios unos pastores y revela también la identidad del recién nacido: el Salvador, el Cristo, el Señor. Se trata del anuncio de una buena nueva que se produce en medio de una luz respaldeciente en la oscuridad de la noche y que debe producir una gran alegría no solo para los que la escuchan sino para todos. Son otros tanto elementos de gran simbolismo que contribuyen a realzar el contenido del mensaje: ha nacido el Salvador. Y es esa proclamación la que produce simultáneamente y en perfecta armonía la glorificación de Dios en el cielo y la paz a los hombres en la tierra.
El evangelio de Lucas subraya el “hoy” de la salvación ya realizada en Cristo y que se hace actual en nuestra historia. Todos estamos invitados a participar personalmente con María y José, con los ángeles y los pastores, y con todos los hombres a entrar en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en esa nueva luz que lo salva. En eso consiste la “gloria de Dios” que los ángeles cantan y que tiene su eco correspondiente en la “paz” de los hombres en la tierra. La manifestaci¢n de Dios y la salvaci¢n del hombre son dos aspectos de la misma realidad.
9 Los pastores: Lc 2, 16 – 20
Reconocer los signos
Los pastores habían recibido del ángel unos signos que les permitían comprobar la verdad del mensaje recibido: un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Son signos que ellos, gente sencialla y a la vez vigilante, podían comprender y comprobar, pero que de hecho los llevan a encontrar al Mesías. El contraste con las espectativas humanas es evidente. Dios se ha manifestado en la debilidad y en la fragilidad. El paso de la fe implica siempre tener suficiente sencillez y apertura como para aceptar una cierta contradicción. Como dirá san Pablo, “lo que parece insensato de parte de Dios es más sabio que los hombres” (1Co 1, 25). El mensaje más sublime es colocaco entre las manos de quienes parecían, por su condición social, menos aptos para transmitirlo, y también en eso se manifestará la gloria de Dios.
Transmitir el mensaje
Los pastores son presentados como los primeros testigos de la buena nueva: han visto y anuncian lo que se les había dicho acerca del recién nacido. La verdad de los signos concretos queda iluminada y manifestada por la palabra del ángel. Es la última fase del acto de fe cuyo itinerario, como el de los pastores, va de la escucha a la admiración, de la aceptación de lo insólito a la interiorización convencida, y de la implicación personal a la transmisión a otros, como impulso que viene de dentro y como deseo de compartir con otros lo que se cree para formar una comunión de fe más amplia. Tenemos ya aquí la dinámica de todo el Evangelio.
Como imagen personalizada de ese dinamismo evangélico, se nos presenta a María, que ha acogido e interiorizado el mensaje y ha dado al mundo el Verbo de la vida.
10 Los magos (Mt. 2, 1-12)
Encontrar a Jesús
La escena de la adoración de los magos es una de las primeras de la larga lista de los encuentros con Jesús que vemos a lo largo de todo el evangelio. En esta ocasión Mateo subraya con fuerza la paradoja de que quienes estaban más cerca y tenían todos los medios para reconocer y venerar su Mesías, no hicieron nada para verificar lo que decían las Escrituras y comprobar los rumores de la gente de Jerusalén. Mientras tanto otros venidos de lejos y confiando sólo en el brillo de una estrella llegan hasta él. Es uno de los primeros casos en que se cumple el enunciado del Canto de María “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”, pero también muestra la forma típica de llegar a la fe por caminos que no son los establecidos oficialmente.
Adoración y ofrenda
Los dos gestos característicos de los magos al entrar en la casa y reconocer en Jesús al Mesías son la adoración y la ofrenda. Adorar implica la actitud corporal de arrodillarse y de postrarse, pero igualmente la actitud interior de rendir homenaje y reconocer la grandeza de quien la persona tiene delante. En la tradición bíblica el único que merece la adoración en sentido propio es Dios. La ofrenda de dones indica el sentido de participación y de comunión. En último término quien ofrece algo está diciendo que es él mismo quien se ofrece y se pone a disposición del otro para establecer una relación de amistad. Aparte el valor simbólico que la tradición ha dado a los dones ofrecidos por los magos está ese sentido religioso de la ofrenda y también seguramente una alusión bíblica a un texto del profeta Isaías (60, 6) en el que se presenta la afluencia de los pueblos de oriente como signo de la dimensión universal de la salvación: todos los pueblos y todas las personas están llamados a entrar en comunión con Dios.
11 El nombre de Jesús: Lc 2, 21- 24
“Ieshua”, Dios salva
Por su nacimiento, Jesús entra a formar parte del pueblo de Israel y queda soetido a la ley: “nacido de una mujer, nacido bajo la ley”, dirá san Pablo ( Gal 4,4). Y el primer precepto para el recién nacido es la circuncisión e imposición del nombre por la que entra en la Alianza de Dios con su pueblo. La atribución de un nombre tiene en la Biblia una importancia capital. Pensemos en la revelación del nombre de Dios a Moisés en el A. T. o en la proclamación en el N.T. del título de “Señor” dado a Jesús: “el nombre que está por encima de todo nombre” (Fil 2, 9-10). Además cada nombre bíblico está cargado de un significado que revela la identidad de la persona y su misión. El de Jesús fue elegido por Dios mismo y revelado a José junto con su significado: “(María) dará a luz un hijo y a quien pondás por nombre Jesús porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). El nombre de Jesús nos dice, pues, de forma inmediata que Dios es salvador y redentor y que en él ofrece una nueva vida a todos los hombres.
El consagrado
En los evangelios de la infancia, además del nombre que le fue dado a Jesús en el momento de su presentación en el templo de Jerusalén, hay varios otros que se le atribuyen y que revelan su condición divina, como hijo de Dios, hijo del Altísimo, Santo, Señor, luz de las naciones. Entre ellos está también el de “consagrado”. En reslidad el evangelista Lucas modifica el texto de los LXX que dice “Conságrame todo varón primogénito” (Ex 13,13) para atribuir directamente el calificativo de “santo” a Jesús, haciendo eco a las palabras del ángel a María: “Será llamado santo”. Que se trate de “santificación” o de “consagración”, en uno o en otro caso lo que se quiere expresar es la vinculación plena con Dios. Jesús es el santo de Dios, enteramente consagrado por él y nacido para la salvación de todos de la virgen María por la acción del Espíritu Santo.
La presentación en el templo hace público lo que hasta ese momento era un secreto familiar y nos invita a responder con generosidad a la llamada a la santidad que hemos recibido con nuestra consagración bautismal y las otras consagraciones particulares (ordenación, matrimonio, consagración religiosa)
12 La presentación: Lc 2, 25- 39
El testimonio del profeta
Al igual que los pastores en Belén, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, proclamn en el templo de Jesuralén quién es el niño que acaba de nacer.
Simeón es un profeta porque Dios le ha comunicado su Espíritu y lo que dice es revelación acerca de Jesús. Se sitúa así en la línea de los otros profetas que habían anunciado la llegada del Mesías para un futuro más o menos lejano, pero él se siente conmovido porque ha tenido el privilegio de constatar su presencia. Es profeta también por los gestos que realiza: acoge a Jesús alabando a Dios como se hace con un huesped o con un amigo, con respeto y amor, y bendice a María y a José reconociendo que son ellos quienes con Jesús le ha aportado la bendición de Dios. Es profeta finalmente por el mensaje de su palabra en el que alaba a Dios por su fidelidad en el cumplimiento del plan de salvación, en el que muestra cuál será el camino de humildad y de sufrimiento del Mesías, al que será íntimamente asociada su Madre, y cuál será su misión iluminadora para todos los pueblos.
El testimonio de la profetisa
La voz de la profetisa Ana se une a la del profeta. También ella se sitúa en la tradición de las mujeres movidas por el Espíritu, cumpliendo así la promesa anunciada para la época mesiánica: “En los últimos tiempos, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán”. (Hech 2,17; Jl 3,2). Ella también es testigo de ese momento de gracia que está aconteciendo en el templo, reconoce al Mesías en el niño presentado por María y José e inmediatamente se hace su mensajera. Habla de él a quienes “esperan la liberación de Jerusalén”. Se diría que su mensaje queda limitado por la disponibilidad de los que lo acogen, mostrando que la palabra revelada debe ser escuchada y acogida para que produzca su fruto de fe y conversión.
Simeón y Ana nos recuerdan hoy con fuerza que “Cristo, es el gran Profeta, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, y cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Act 2,17-18; Ap 19,10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana familiar y social.” (Lumen Gentium 35)
13 Egipto: ida y vuelta (Mt. 2, 13-21)
Como todas las familias
Los evangelios presentan a la Sagrada Familia totalmente integrada en las circunstancias del tiempo y lugar en que vivía, con las dificultades y problemas de una familia normal. Es otro de los aspectos que muestra bien a las claras el realismo de la encarnación del Hijo de Dios. A través del episodio emblemático de la huida de la persecución de Herodes, la familia de Jesús se identificaba con todos los perseguidos injustamente, con las familias que buscan casa y trabajo, con los emigrantes y los que se ven sometidos a la prueba en las condiciones normales de la vida. La huida a Egipto es ante todo la solución a una emergencia ante la que hay que actuar con realismo y competencia para evitar una catástrofe familiar. La intervención de Dios no hace sino apoyar esa lucidez humana ante el peligro.
Jesús recorre con su Familia el camino de liberación del Éxodo
Pero recurriendo a la Sagrada Escritura el evangelista hace una interpretación simbólica de esta bajada y subida de Egipto. La orden dada por Dios a José por medio del ángel de ir a Egipto conlleva el cumplimiento de una palabra de Oseas. El texto del profeta suena así: “Cuando Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1). Mateo toma sólo la última parte del versículo, pero leyendo el texto profético por extenso queda claro el sentido que lo que Dios quiere de su pueblo es que repita la experiencia del Éxodo y que se convierta a él. Aplicándolo el evangelista directamente a Jesús, realiza una personificación muy significativa. Jesús encarna así a todo el pueblo elegido. Es de notar además que en casi todas las referencias bíblicas de Mateo en estos episodios de la infancia de Jesús, aparece la palabra “hijo”. En el caso presente expresa claramente la vinculación completamente especial de Jesús con Dios.
14 La vida en Nazaret (Mt 2, 22ss; Lc 2, 39ss)
El Nazareno
La aldea de Nazaret dio a Jesús el nombre de “Nazareno”, que indicaba su lugar de origen, pero también una cierta calificación a su persona y a su mensaje, desmarcándolo desde el principio del encasillamiento religioso oficial judío. Pero además para Jesús la larga experiencia de vida en Nazaret traduce el aspecto durativo (de inculturación o de inserción, diríamos hoy) del misterio de la encarnación. “El Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (G.S. 22).
En ese ambiente de comunicación, de familiaridad, de mutua compenetración, Jesús asumió plenamente todas las posibilidades de su naturaleza humana para mejor ejercer su misión de restablecer la comunión entre los hombres, “reuniendo a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Le Hijo de Dios, sobre todo con su vida en Nazaret “santificó las relaciones humanas, sobre todo las relaciones familiares de las que brotan las relaciones sociales, siendo voluntariamente un súbdito más de las leyes de su patria. Llevó una vida idéntica a la de cualquier obrero de su tiempo y de su tierra” (G.S. 32)
Lo nazareno
La Iglesia, iluminada por la Palabra de Dios, descubrió ya desde el principio en los acontecimientos que vivió la familia de Jesús un significado salvífico. “Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar” (Catec. Ig. Cat. 516). De hecho ha habido muchos grupos cristianos que a lo largo de la historia de la Iglesia se han inspirado en el ideal de Nazaret para marcar su estilo de vida y una espiritualidad. Pesemos por ejemplo en Carlos de Foucauld, pero también en muchos otros fundadores y fundadoras de congregaciones religiosas. La humildad y sencillez de vida, la comunión y trato familiar, la pobreza e identificación con el ambiente que rodea a la comunidad, el alejamiento de toda apariencia y pretensión de reconocimiento, el silencio, el trabajo y la oración, la valoración de la vida cotidiana, son otros tantos valores que se aprenden en Nazaret y comunican a la vida cristiana una frescura y cercanía de los orígenes que la hacen atractiva en todos los tiempos y en todos los lugares. La Sagrada Familia, como lo expresaba Pablo VI, representa para todos un modelo a la vez cercano e ideal: “Nazaret nos enseña lo que es la familia, su comunión de amor, su austera sencillez y belleza, su carácter sagrado e inviolable” (Discurso en Nazaret, 5-1-1964).
16 La otra familia de Jesús ( Mt 12, 46 – 50; Lc 11, 28)
La otra familia de Jesús
Son escasos y de difícil interpretación los datos que el Nuevo Testamento nos ofrece sobre el papel que familia de Jesús tuvo durante su vida pública y después de su muerte y resurrección en la comunidad cristiana. Pero es significativo que habiendo vivido Jesús por mucho tiempo la vida familiar de Nazaret, cuando llama a sus discípulos, crea un grupo con las características de una nueva familia, la familia mesiánica, en la que Dios es Padre y todos son hermanos. La condición esencial para entrar en ella es la adhesión a su persona mediante la fe y la acogida de su palabra (Lc. 8, 19-21). La nueva familia a la que Jesús convoca muestra, al mismo tiempo, el gran valor y los límites de la institución familiar que, como las otras instituciones humanas, no puede compararse con el valor absoluto del Reino de Dios. A la nueva familia que Jesús crea todos están invitados, incluso los que parecían perdidos (Lc 14, 21-23; Mt 10,6) pero no todos responden (Lc 14, 18-20). Existe, pues, una realidad personal, la fe, que nada tiene que ver con los datos biológicos para formar parte de esa nueva familia. Los lazos vitales creados entre los seguidores de Jesús son tan fuertes que deben superar a los de la carne y la sangre: “Y mirando a los que estaban sentados en torno a él dijo: He aquí mi madre y mis hermanos, pues aquel que realice la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 34-35).
Comunión familiar
Jesús en el evangelio nos revela el verdadero rostro de Dios y para ello emplea constantemente términos que se refieren a la familia. El uso del término “Abba” (Padre) para referirse a Dios lo sustraer del ámbito mítico-pagano y lo despoja de todo formalismo trascendente para situarlo en el ámbito de la familiaridad más íntima con la que un niño pequeño puede dirigirse a su padre. Lo mismo puede decirse del término “hijo” que Jesús emplea para autodesignarse y el de “hermano” para designar a los creyentes en todo el Nuevo Testamento. Y el Espíritu Santo es presentado siempre en el evangelio en íntima relación con el Padre y el Hijo. Esta dimensión familiar es la que da a la comunión eclesial toda su profundidad trinitaria en cuanto es la “muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” ( Lumen Gentium 4). Es una aplicación concreta del gran principio subrayado también por Gaudium et Spes: el Hijo de Dios “reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente”.
EL ESPÍRITU DE FAMILIA – LAS “PEQUEÑAS VIRTUDES”.
En el retiro anual de los Hermanos de 1934 el Hno Esteban Baffert, Superior General, dio una serie de conferencias sobre el espíritu del Instituto. Después de decir en qué consiste el “espíritu de familia”, muestra cómo vivirlo a través de la práctica de la virtudes características del Hermano según la regla: la humildad, la sencillez, la obediencia, la unión y la entrega; y termina tratando de las llamadas “pequeñas virtudes” en relación con el espíritu de familia.
La expresión “pequeñas virtudes” se remonta a San Francisco de Sales. En la Introducción a la vida devota parte III, cap. 2, el santo cita once pequeñas virtudes: paciencia, bondad, mortificación, humildad, obediencia, pobreza, castidad, dulzura con el prójimo, tolerancia de las imperfecciones, diligencia y santo fervor (cf. BAC 109, 127). Todas ellas son expresiones de la caridad en la vida cotidiana. Otros autores las han aplicado a la vida comunitaria. Puede verse por ejemplo, San Marcelino Champagnat en el libro “Consejos, Instrucciones, Sentencias”, del Hno. Juan Bautista Furet.
En el texto del Hno. Esteban, que presentamos a continuación, es interesante la conexión que establece con el espíritu de familia y el método que propone para la adquisición y cultivo de esas “pequeñas virtudes” resumido en dos puntos: la flexibilidad de espíritu y la delicadeza de corazón.
Aunque el texto está pensado para las comunidades religiosas de otra época, no resultará difícil leerlo hoy en un contexto comunitario, familiar o de grupo para quienes ven en Nazaret la escuela de humanidad.
SUMARIO:
I. La buena educación o cortesía
II. La afabilidad y la condescendencia
III. La disimulación caritativa, la indulgencia y la paciencia
IV. La ecuanimidad y la santa alegría
V. La compasión y la atención generosa
VI. Método para cultivar las “pequeñas virtudes”.
Por poco que hayamos vivido en comunidad, seguramente habremos encontrado algunos hombres cuyo carácter parece haber sido modelado a hachazos, practican enérgicamente algunas virtudes principales, pero no se preocupan de las virtudes que facilitan las relaciones con sus Hermanos y que hacen la vida más fraterna, más agradable.
Un Hermano piadoso olvidará la buena educación o cortesía, y lo que sería más grave aún, no se recordará, en la práctica, que el perdón de las ofensas es la piedra angular de la caridad y de la piedad. Otro será muy activo, vale por ciento en su trabajo, pero tiene sus gustos, sus ideas, sus opiniones y jamás condesciende con los que lo rodean. Un tercero será un excelente profesor, pero el barómetro de su humor tiene saltos muy bruscos que desorientan a sus alumnos y debilitan su autoridad como maestro. Aquél será un buen administrador de los bienes temporales, pero le falta la amable solicitad hacia las personas que le están encomendadas. Este otro, en fin, tiene cualidades especiales de inteligencia pero es poco amable…
En las páginas que siguen trataremos de “esas pequeñas virtudes” -como las llama San Francisco de Sales- todas ellas hijas de la amable caridad, virtudes que facilitan las relaciones entre los hombres, los unen en su actividad, los armonizan en sus sentimientos, contribuyen a evitar los roces que las circunstancias de la vida pueden ocasionar.
¿Cuáles son esas “pequeñas” virtudes?
Son la buena educación o cortesía, la afabilidad y la condescendencia, la disimulación caritativa de las faltas del prójimo y la indulgencia; la paciencia, la igualdad de carácter, la alegría religiosa; la solicitud, la compasión y la delicada atención para prestar toda clase de pequeños servicios.
Su enunciado es largo pero tienen afinidades comunes y secretas relaciones. La práctica de una trae como consecuencia la práctica de las otras.
-
LA BUENA EDUCACIÓN O CORTESÍA
Empecemos por la buena educación o cortesía. Estamos muy propensos a descuidarla en nuestra vida ordinaria y en la vida de familia. Parecería que para algunos sólo existe ante los extraños. Por carencia de fe, se falta con relación a los Superiores. La familiaridad de vida hace que se olvide para con los iguales; A veces, nos dispensamos de ella para con nuestros inferiores y con los alumnos, por cierto sentimiento de orgullo, puede ser inconsciente, pero muy real. Y sin embargo, cuán agradable, cuán edificante es ver a los Hermanos tratar a su Director con deferencia y respeto y ofrecerle las atenciones que exige la autoridad que ostenta. Cuán agradable es ver a los Hermanos entre sí -como decía San Pablo a los Romanos- darse recíprocamente testimonios de honor. Cuán agradable resulta la compañía del que evita las palabras groseras y pide siempre en términos corteses; del que no finge ni pretende pasar por cortés a fuerza de política, del que sabe escuchar a su interlocutor; de quien no hay que temer a cada instantes las chispas de su humor, de sus chanzas o sus desprecios, del que en los juegos sabe ganar sin fanfarronadas y aceptar lasa derrotas sin amarguras; de quien sabe ceder a tiempo, ofrecer un buen lugar, y no se permiten tocar los objetos que son de uso de sus Hermanos. ¡Y cómo exaltar debidamente el bien que procura a las almas la cortesía de los Directores, de los Superiores y de los maestros! Es recibida casi siempre- como una muestra de la amabilidad del mismo Dios, ensancha el corazón, anima al alma, predispone al esfuerzo, abre ante quien la recibe un horizonte de alegría y esperanza. La autoridad la precisa para ejercerse con dignidad y conquistar la adhesión espontánea de los inferiores. La cortesía es un medio para obtener esa adhesión.
II LA AFABILIDAD Y LA CONDESCENDENCIA
Aunque las cortesías regule la corrección de nuestras relaciones con el prójimo, se refiere sobre todo a los modales. Pero la cualidad que regula nuestras palabras, su tono, su amabilidad, su bondad, que nos permite repetir las palabras y las frases con paciencia tantas cuantas veces sean necesario, es la afabilidad. Más que una calidad de la palabra, la afabilidad es humildad, es la bondad del corazón que inspira confianza a nuestro interlocutor y lo anima a hablarnos sin fingir, a abrirse a nosotros sobre toldo lo que le preocupa, a aclarar con nosotros todas las dudas, de dirigirse a nosotros, en una palabra, con la certeza que siempre será perfectamente recibido y escuchado.
El religioso, el maestro afable, no tienen ni antipatía, ni amistades particulares. A todos acoge con idéntica bondad, las importunos, los escrupulosos, los rudos, lo mismo que los que sufren y estan afligidos, a todos escuchan con la más benévola atención, a nadie reciben con menosprecio, ni trata con altanería, ni rechaza con modos altivos o prepotentes; todos reciben la palabra que ilumina y alienta, que tranquiliza y consuela.
La afabilidad en las conversaciones es hermana de la condescendencia en las acciones de la vida común. Condescender, en descender al nivel del humor, de los gustos de nuestros Hermanos, de nuestros alumnos cuando es conveniente; es olvidarnos de nosotros mismos y sacrificar nuestras preferencias para abrazar las de ellos, con tal que sean razonables y regulares; es practicar una virtud que puede aparentar ser pequeña pero que es una condición de paz y de unión. Uno quiere pan fresco porque sus dientes rehusan masticar; otro, pan duro porque no quiere tener indigestiones. Otro, durante un paseo quiere adoptar el paso de marcha, el otro no se siente con tal ánimo porque sus pulmones o sus piernas no son resistentes. Este se asfixia si no se halla en plena corriente de aire; aquél se resfría si todas las puertas y ventanas no están herméticamente cerradas. El de más allá, enloquece por la música y el de al lado, no puede soportarla. Este quiere jugar a la petanca, el otro a la pelota. Fulano desea conversar, zutano quiere trabajar y el de más allá ansía pasearse… ¡Qué vida de familia puede existir si cada uno no sabe sacrificar un poco sus gustos para condescender con los deseos de los demás!
Es inútil que digamos que todos tenemos la misma vocación, la misma Regla, los mismos Superiores, los mismos Santos Patronos, es inútil que nos dirijamos cada día al mismo Dios con las mismas plegarias y recibamos todos al mismo Dios en la mesa eucarística, si no sabemos agregar a esos contundentes motivos de unión, el último toque de perfección, tratando de unirnos con nuestros Hermanos hasta en los más mínimos detalles de la vida y condescender con su humor, con su carácter en todo lo que sea razonable, nuestra virtud de caridad fallará por la base y no podremos gustar los encantos de la verdadera vida de familia.
III. LA DISIMULACIÓN CARITATIVA; LA INDULGENCIA, LA PACIENCIA
Acabamos de examinar tres “pequeñas” virtudes que podemos llamar “activas”. Analicemos otras tres que podríamos calificar como “pasivas”, aunque para practicarlas exijan gran actividad interior, un gran espíritu de fe, una verdadera flexibilidad de espíritu y un corazón lleno de caridad. Son: la disimulación caritativa, la indulgencia y la paciencia.
¿Cuál será el objeto de la disimulación caritativa? Como su nombre lo dice, consiste en aparentar no darse cuenta de los olvidos, de la ignorancia, de los errores de nuestros Hermanos, de nuestros inferiores, y también de nuestrso Superiores. Y cuando se presenta el caso, aparentar no darse cuenta de las palabras que hieren, de maneras de actuar fastidiosas, de actos de maldad más o menos intencionados.
Es una virtud pasiva si se quiere, pero exige, como puede verse, un gran esfuerzo para ser practicada en todas las circunstancias. Así pues cuando nuestro cargo o la caridad no piden que avisemos o corrijamos a los demás, sepamos disimular las equivocaciones del prójimo, en presencia suya y en su ausencia, mues la maledicencia con la que pretendemos hacer interesante una conversación, es un fermento de discordia, de división y uno de los venenos de la vida de familia.
La disimulación caritativa engendra o supone otra virtud que mantiene el espíritu comunitario. Es la indulgencia, es decir, la disposición a excusar fácilmente las faltas y defectos del prójimo, a atenuarlas o a disminuirlas. Es la hermana menor da la misericordia, que Nuestro Señor designó como una de las bienaventuranzas. Y si la misericordia es una bienaventuranza, la indulgencia es al menos su comienzo. Consiste en no acusar a nadie, sino difícilmente, de mala intención, en atribuir las causas al olvido, a la ignorancia, a la falta de previsión, a la costumbre, a las circunstancias. Consiste en estar siempre dispuestos a creer en la buena voluntad de los demás. Si uno siente frialdad hacia un Hermano se esfuerza por cancelar en seguida ese sentimiento, se esfuerza por no evitar su compañía o mantener un silencio que pueda hacer sufrir a los Hermanos de los que se tenga motivo de queja y por tanto de contrariar incluso a quines no quiere desagradar.
La indulgencia lleva a la paciencia. La Paciencia puede ser llamada también pequeña virtud cunado se considera en ella únicamente su capacidad de producir la paz y de mantener el espíritu de familia. El artículo 252 del Directorio dice: -“Cada uno se esforzará en soportar, por amor a Dios, los defectos de los hermanos y todo lo que pueda hallar de penoso”. Tal es uno de los principales motivos de la paciencia; no sólo disimular, no solo excusar, sino soportar, sufrir sin amargura, sin resentimiento, olvidar, por así decir, lo que el carácter, el temperamento, los defectos del prójimo tienen para nosotros de molesto. Toda persona tiene mil razones para soportar a su prójimo: el amor de Dios, en primer lugar, los sufrimientos redentores de Nuestro Señor, la paciencia de Jesús con su Apóstoles, motivos a los que se agregan -para el religioso- el recuerdo de sus propios defectos, de sus propias faltas, de las múltiples gracias recibidas, el sentimiento de su debilidad y miseria.
IV. LA ECUANIMIDAD: LA SANTA ALEGRÍA
La paciencia da a la persona la ecuanimidad.
El alma profundamente convencida de su miseria pone su confianza en Dios. No se exalta en las circunstancias felices como no se abate en las coyunturas adversas. Poco a poco se asienta solidamente en la ecuanimidad de carácter que tan perfectamente predispone a la afabilidad. Siempre con el rostro tranquilo, nada de loca alegría, jamás se deja llevar por arranques de brusquedad, ninguna sombra de melancolía, jamás se enorgullece, jamás se muestra cobarde ante el deber, conserva la calma fuertemente asentada en la razón y en el corazón, por la fuerza, el ánimo y la confianza en Dios.
Tales disposiciones con apropiadas para engendrar una suave, perpetua y santa alegría; afortunada cualidad en los Superiores, maestros, ancianos y jóvenes; miel y dulzura que la naturaleza no da espontáneamente, sino que son el fruto sabroso de las continuas luchas contra nosotros mismos.
Afortunada alegría, que no se alimenta con opíparos banquetes, con largos pasatiempos, ni diversiones costosas; la que no brota de palabras picantes, de malignas alusiones, ni de relatos equívocos, sino que tiene la virtud de transformar agradablemente una palabra, un gesto, que anima y caldea las relaciones, las conversaciones, los recreos, que puebla los patios de palabras amables, risas francas, que divierte a los ancianos contemplando la vida exuberante de los jóvenes, que cautiva la atención de los jóvenes con los relatos de los ancianos.
Esta santa alegría es la flor delicada de la caridad, cuyo perfume embalsama la vida, disipa los pesares, purifica el pensamiento, aleja la impureza, dispone a la piedad, hace amable la pobreza y favorece la obediencia.
V LA COMPASIÓN Y LA ATENCIÓN GENEROSA
Otra flor de la caridad es la compasión, que sabe apropiarse las penas del prójimo para sentirlas con él y prestarle la delicada atención del sentimiento y de una ayuda efectiva.
¡Cuán agobiadores son los pesares, los sufrimientos, las incertidumbres, el aislamiento cuando nadie los comparte con nosotros! Se comprenden perfectamente aquellas dolorosas palabras del Sagrado Corazón: – “Busque consoladores y no los hallé”.
No endurezcamos nuestro corazón con la práctica de pequeños egoísmos como: descuidar el escribir a sus padres o a las personas a quienes debemos gratitud, despreocuparse de presentar las felicitaciones y parabienes con ocasión de la fiesta de un amigo, de su aniversario o de otras circunstancias semejantes, no molestarse en visitar a un enfermo que espera esa atención de nuestra parte, no condescender en acompañar en un paseo a cualquier Hermano, dejar que se aburra en el aislamiento un Hermano joven, en las dificultades de los comienzos de su vida activa en comunidad, descuidar de dar un consejo oportuno, no dirigir una palabra de consuelo a un Hermano que la pena visita o no tener la suficiente abnegación para ayudar a un Hermano que se halla en un momento difícil.
¡Cuánto más hermosa, más noble y más digna del amor de Nuestro Señor, es la actitud de esos Hermanos que están siempre llenos de solicitud y de atenciones para cuantos los rodean: alumnos, Hermanos, Superiores, y que tienen menos cuidado de aliviarse ellos mismos que de ayudar a sus prójimos para solucionar sus dificultades!
Podéis verlos durante las comidas; con qué delicadeza adivinan las necesidades o los deseos de sus Hermanos, por lo menos de los más próximos; ved con qué cuidado saben recordar las horas, los días, los períodos de intenso trabajos y ofrecerse para ayudar a los más sobrecargados; cómo saben embellecer los días de vacaciones que pasan en otras casas, prestando servicios, en todas las necesidades. Si un Hermano tiene dificultades en clases, se halla detenido en sus estudios por dificultades que solo no acierta a dilucidar o está preocupado por un asunto, no son de esos que aconsejan sencillamente que el otro se saque de apuros, sino que se pondrán sencillamente a su disposición. Si un Hermano olvida los cuidados que necesita su salud, la solicitud de los que lo rodean sabe recordárselas y aun procurárselos.
En fin, la solicitud mantiene siempre alerta el pensamiento, siempre el ojo atento, no para espiar o sorprender, no para criticar o murmurar, no para entrometerse donde no lo llaman, sin misión especial, o responder sin autoridad, sino para aconsejar fraternamente, para remediar discretamente, para ayudar prontamente. Saber otorgar un favor pedido, es el primer deber de la abnegación. Pero cuando un Hermano sabe prevenir los deseos y las necesidades del prójimo, se puede decir que sobrepasó ese primer grado y camina con paso resuelto por el camino de la práctica de la verdadera caridad y que se ha convertido en un elemento precioso e importante de concordia y del espíritu de familia entre sus Hermanos, en la casa que tiene la dicha de contar con él.
VI – MÉTODO PARA CULTIVAR LAS PEQUEÑAS VIRTUDES
Una persona de buena voluntad pude decir: “Todas estas virtudes forman un cortejo edificante, pero todas ellas son parientes cercanas y hermanas unas de otras; ¿Cuál sería su manantial, la madre común? ¿Qué cualidad necesitaría yo para adquirirlas?
Pues bien, muy sencillo, se necesita un poco de flexibilidad de espíritu y de delicadeza de corazón. El ejercicio de esas dos cualidades proporcionará el resultado que anheláis y todos los medios sobrenaturales vendrán en vuestra ayuda: vuestros ejercicios de piedad, la meditación, la lectura espiritual, el ejemplo de la Paternidad divina y de la providencia, la recepción de la Eucaristía, la devoción filial a la Virgen María.
¿Qué significa, tener un poco de flexibilidad de espíritu?
Es saber, por ejemplo, como dice el Directorio (art. 193) “sacrificar su modo de sentir cuando hay diferencia de opinión”. No pretendamos poseer el monopolio de la verdad. No siempre existe oposición en las diferentes opiniones, muy a menudo es un sencillo paralelismo. Lo que frecuentemente falta es la suficiente atención para comprender el modo de opinar de los demás; es también cierta carencia de claridad en el modo de expresarse del que habla.
El respeto por las opiniones sinceras, es una flor del buen sentido y de la caridad cristiana. Sin conceder nuestra confianza a todos, admitamos que las intenciones del prójimo son tan buenas como las nuestras. En una discusión, conservemos la simpatía de nuestros interlocutores, mantengámonos tranquilos, hablemos con calma, usemos argumentos sólidos, no juguemos con las palabras, discutamos con la intención de ser útiles sin humillar al prójimo por la vana satisfacción de triunfar con nuestras ideas.
La discusión debe proponerse llegar a la verdad. No busquemos un éxito de vanidad, defendamos nuestras ideas con tacto y con verdaderos argumentos. Aceptamos sin resistencia lo que hay de cierto en las ideas de los demás. Tratemos de comprender los puntos de vista particulares de cada uno según su edad y situación, uno es el pensar del anciano, otro el del joven; diferente es el del maestro en su clase y distinto, a su vez, el del Director de la casa. La dificultad radica, en cada caso, en buscar y hallar qué principio debe tener la primacía y saber aceptar los sacrificios recíprocos que es necesario consentir para que en todo reine el orden y la paz.
Es necesaria también cierta delicadeza de corazón que excluya toda clase de egoísmo.
Delicadeza que permite experimentar por adelantado, la satisfacción que proporcionará nuestra condescendencia y solicitud; el ánimo que procurará nuestra indulgencia y compasión; la dicha que sembrará a nuestro alrededor nuestra ecuanimidad y nuestra santa alegría; la confianza que inspirará nuestra afabilidad, la paz que conquistará y hará reinar nuestra paciencia. Dichosa delicadeza cuya amabilidad redundará en provecho nuestro y nos compensará al céntuplo por los pequeños sacrificios que nos impongamos para imitar, en cierta medida, la vida íntima, unión y armonía admirables de nuestros Santos Patronos
PEQUEÑA GRAMÁTICA ESPIRITUAL PARA UNA PASTORAL QUE ENGENDRE VIDA
P. Andrés FOSSION SJ
El P. Andrés Fossion fue invitado a participar como experto en nuestro Capítulo general de 2007. Pronunció una conferencia seguida de un diálogo con los participantes, Hermanos y laicos.
Presentamos la tercera parte de su conferencia que llevaba por título “Evangelizar de manera evangélica”. Sus reflexiones están en la base del mensaje de nuestro Capítulo y pueden inspirar la práctica pastoral en este año dedicado al apóstol San Pablo
Andrés FOSSION es un sacerdote jesuita, profesor del Centro Internacional Lumen Vitae. Enseña también ciencias religiosas en las Facultades Universitarias de Namur. Ha sido Director del Centro Lumen Vitae de 1992 a 2002 y Presidente del Equipo Europeo de Catequesis de 1998 a 2006.
Pero vayamos más allá en lo concreto. Quisiera proponer, en este tercer punto, algunas actitudes que favorecen una pastoral que engendre vida. No daré soluciones a los problemas que encontramos, ni proyectos que deben realizarse, sino más bien las maneras de ser, las maneras de implicarse entre un mundo que se va y un mundo que viene.
En su obra, “La crisis de la cultura“, Hannah Arendt habla de la brecha entre el pasado y el futuro. La cuestión no está en hacer valer el pasado de la tradición, ni siquiera imaginar el futuro, sino “cómo moverse en la brecha”.
De la misma manera, lo que quisiera proponer aquí es, básicamente, un conjunto de normas espirituales con destino a los agentes pastorales para mantenerse en la brecha al servicio del mundo que viene. Esta pequeña gramática espiritual compromete en primer lugar a un trabajo sobre sí mismo. Afecta al espíritu, al tono, a nuestra manera de situarnos en la pastoral, a encontrar nuestro lugar.
Propondré aquí una decena de actitudes que se articulan entre ellas, según un movimiento en tres tiempos: en primer lugar, desplazarse hacia otros; en segundo lugar, encontrarlos, solidarizarse, dialogar; finalmente, ocultarse, autorizar, hacerles protagonistas.
Desplazarse hacia los otros
3.1. Sentirse permanentemente destinatarios del Evangelio.
Cuando anunciamos el Evangelio, corremos el riesgo, sin darnos cuenta, de olvidar que seguimos siendo los primeros destinatarios del mismo. Todo ocurre entonces como si, habiéndonos apropiado adecuadamente del Evangelio, nos quedase sólo el transmitirlo a los otros. Es un poco como si no tuviésemos ya nada que oír o recibir del Evangelio. Como si fuéramos viejos “maestros ” en el arte de comprenderlo y vivirlo, y fuesen otros los destinatarios.
El Evangelio advierte a los pastores que pueden ponerse en una situación donde, anunciando el Evangelio, no se dejan ya evangelizar. La pretensión de saber, la tentación del poder, pueden cegar. Conocemos todos algunas prácticas pastorales que, aunque llevadas con celo en nombre del Evangelio, respiran más el espíritu de conquista, la voluntad de poder o la nostalgia del pasado que la misma Buena Noticia. De ahí la importancia para el evangelizador de permanecer destinatario incansable del Evangelio. En otros términos, la primera cuestión para el evangelizador no consiste en saber “cómo anunciar el Evangelio” sino en primer lugar: “¿Qué me dice hoy el Evangelio? “¿En qué el Evangelio es una buena noticia para mi? “.
Preguntas: ¿No hay entre los adultos cristianos la idea de que son evangelizados mientras que los jóvenes lo son poco o mal? Esta pretensión ¿no induce a una pastoral hacia los jóvenes desequilibrada, portadora aún más de prejuicios, pretensiones y voluntad de prepotencia que de escucha mutua y testimonio recíproco?
3.2. Oír una palabra que invita a desplazarse allí donde Cristo resucitado se encuentra:
“No está aquí. Les adelanta camino de Galilea. Allí lo verán”. (Mc 16,7). Ahora bien, si seguimos siendo destinatarios del Evangelio, ¿qué nos dice la mañana de Pascua?
“No está aquí… Ahora vayan a decir a los discípulos, y en especial a Pedro, que él se les adelanta camino de Galilea. Allí lo verán”
Este anuncio angélico nos interpela constantemente como evangelizadores. Nos invita a una inversión de perspectiva radical. No tenemos a Cristo como un objeto que nos pertenece, retenido, controlado que deberíamos transmitir a quienes no lo tienen todavía. El Cristo no es un objeto en nuestra posesión que podemos tener “aquí” para comunicarlo en otra parte. Debemos, para unirnos a él, salir de nuestras casas, dejar nuestro puesto e ir al lugar del otro – la Galilea de las naciones – donde nos precede.
En efecto, siempre se está precedido por el Espíritu del Cristo allí donde se llega. No aportamos a los otros lo que no tienen, pero nos juntamos a ellos en el camino para descubrir con ellos los rastros del Cristo resucitado. La fe es un planteamiento de reconocimiento de lo que ya se da secretamente.
El Espíritu del Cristo resucitado siempre nos precede. Desde este punto de vista, tenemos siempre que dejarnos evangelizar por los que tratamos de evangelizar. “Un mismo Espíritu está en la obra que lleva a cabo el evangelizador y en el evangelizado y el primero, si es consciente de lo que propone, acepta también ser convertido por el que quiso escucharlo”. Todo el arte del evangelizador está, desde entonces, en favorecer el reconocimiento, discernir e indicar con el dedo la presencia del Reino en las personas y en las distintas situaciones, incluso allí donde menos lo esperábamos.
Por tanto, tenemos que ir al otro no para ganarlo a nuestra causa, no para aportarle lo que no tiene, sino para reconocer con él, en su vida, la presencia del Resucitado de manera que podemos quedar sorprendidos. En este sentido, anunciar el Evangelio, es, al mismo tiempo, estar dispuestos a recibir de los que evangelizamos el testimonio de la obra de Dios ya en ellos.
Pregunta: Si aplicamos las perspectivas enunciadas a las relaciones entre jóvenes y adultos, ¿no nos lleva a una pastoral en la que uno va al otro no para aportarle lo que no tiene, sino para descubrir, en él y con él, los rastros del Reino de Dios ya presente?
3.3. Arriesgarse para la acogida del otro. Hacerse acoger tanto como acoger.
La tarea de evangelización a menudo se enuncia en términos de exigencia de acogida. “Nuestras comunidades cristianas, se dice, deben ser acogedoras”. Por supuesto. Pero ¿no hay en esta invitación a ser acogedor de los otros una posición de superioridad? En efecto, cuando multiplicamos las señales de acogida ¿no estamos dicVenid y encontraréis en nosotros lo que no tenéis en vosotros”? Así, en el juego de la comunicación, el que acoge se pone subrepticiamente en una posición alta mientras que el que es acogido se le envía a una posición baja. De ahí la dificultad de mantener un diálogo evangélico auténtico cuando entra en juego una postura de “dominantes/dominados”.
Para salir de esta situación, ¿no habría, siguiendo el Evangelio, que invertir la lógica: no pretender tanto acoger al otro en sí como arriesgarse a ser acogido por él, confiando en sus propias capacidades de acogida?
El Evangelio habla de hospitalidad mendigada. El Evangelio, en efecto, no nos dice: “Sed acogedores”. Nos invita más bien que nos desplacemos hacia otro para recibir hospitalidad.
“Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa.» (Lc 19,5). “Quedaos en la primera casa en que os den alojamiento, hasta que os vayáis de ese sitio”. (Mc 6,10). “Quién os acoge, me acoge a mí” (Mt 10,40).”Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo“. (Ap. 3,20)
Estas perspectivas evangélicas no suprimen, por supuesto, las exigencias de la acogida en sí, sino que aparecerá una óptica de reciprocidad en la que unos y otros dan y reciben. Una vez aceptada la hospitalidad, ésta reclama ser correspondida. ¿El término “huésped” no designa, por otra parte, tanto a la persona que recibe como a la que se recibe?
Preguntas. ¿Cómo desarrollar en los educadores adultos y en los jóvenes educandos la capacidad de tratarse unos y otros, confiando en sus capacidades de acogida? ¿Cómo evitar en la acogida a postura dominantes/dominados?
Encontrarse, solidarizarse, dialogar
3.4. Humanizar, fraternizar: un fin en sí. Situar la fe como algo añadido, deseable en el campo de la fraternidad.
Al arriesgarse en acoger al otro, se puede dar un esfuerzo de unirse a él, de establecer vínculos de solidaridad en una obra común de humanización. En el Evangelio todo comienza, en efecto, por un trabajo de humanización: se trata de que aparezca lo humano, salir de la violencia y establecer vínculos de fraternidad. Como señala la Constitución pastoral Gaudium y Spes del concilio Vaticano II, el discípulo del Cristo se siente íntimamente solidario con la humanidad:
“Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos del Cristo. Todo lo humano encuentra eco en su corazón“.
La primera misión del cristiano, a este respecto, es humanizar, tejer vínculos de fraternidad donde unos y otros estén llamados a reconocerse mutuamente en una benevolencia incondicional. Esta humanización/fraternización es un fin en sí. No es una estrategia pastoral para anunciar el evangelio. Pero, si la humanización/fraternización, respecto al Evangelio, es un fin en sí, resulta que, además, constituye el terreno favorable para el anuncio evangélico; abre un espacio donde el anuncio evangélico puede ser proclamado en un clima de fraternidad, en el diálogo amistoso, al margen de toda voluntad de poder sobre el otro.
Y este anuncio evangélico es un fin también en sí. El anuncio del Evangelio, en efecto, tiene su razón de ser por él mismo independientemente de la respuesta que se le dé. En primer lugar, porque el otro, en virtud del destino universal de la Buena Noticia, tiene el derecho a oírlo cualquiera que sea su respuesta. Además, porque el anuncio en sí mismo, es un acto de caridad en el que le se ofrece al otro lo mejor de uno mismo, lo acepte o no. Y si lo acepta, será una gracia suplementaria que completará la alegría de uno y otro, según la expresión de la primera epístola de Juan. Así la humanización, la evangelización y la conversión al Evangelio, van dentro de una lógica de “gracia sobre gracia”.
Preguntas. ¿Cuáles son las causas humanas por las que jóvenes y adultos, educadores y educandos pueden comprometerse solidariamente? Dentro de este compromiso solidario con causas comunes, ¿cómo el Evangelio puede anunciarse y compartirse en la fraternidad?
3.5. Distinguir y articular la “predicación de Jesús” y la “predicación sobre Jesús”.
En el diálogo con los demás, es conveniente distinguir un doble anuncio: el primero reanuda la predicación de Jesús, el segundo es una predicación sobre Jesús. ¿En qué consistía la predicación de Jesús? Llamaba a los seres humanos a ser más humanos, a la fraternidad y al reconocimiento, en la experiencia misma de esta fraternidad, con un poder de crecimiento personal que da la vida y con el que se puede orar diciendo a “Padrenuestro”.
La especificidad del Evangelio, a este respecto, es reconocer, en el ejercicio mismo de la fraternidad, nuestra común filiación en Dios Padre que nos hizo nacer y no nos abandonará en la muerte. Humanidad, fraternidad, filiación: son el objeto de la predicación de Jesús, toda centrada en el Reino de Dios que se acercó gratuitamente a nosotros.
Y, además, está la predicación sobre Jesús, que se centra en su muerte y su resurrección. ¿Quién es pues él que se atrevió a hablar así con el riesgo de perder su propia vida? Humanizó, fraternizó y llamó a los hombres a reconocerse como hijos e hijas de de Dios. Pero, objeto intensas controversias, acusado de estar aliado con Satanás, fue muerto por las autoridades religiosas de su tiempo. Injustamente condenado, crucificado, con todo no cedió al mal. Al contrario, confiándose a Dios, perdonó a sus propios verdugos. Así pues, “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
Y la resurrección es obra del Padre. Por la resurrección, en efecto, Dios hace justicia y da testimonio de Jesús. Al resucitarlo, el Padre mismo se revela mostrando que estaba a su lado de manera singular, que su obra era la suya. Así pues, como cristianos, reconocemos en Jesús el rostro de Dios, el hijo único de Dios y, a la vez, al hombre que creció bajo la mirada de Dios. “Este Jesús a quien habéis crucificado, Dios lo hizo Señor y Cristo” (Hech 2,36). Así se propaga, a partir de la confesión pascual, la predicación de los cristianos sobre Jesús.
En terreno pastoral, la predicación que une la de Jesús y la predicación sobre el mismo Jesús, pueden representar, según las circunstancias, objetivos o momentos distintos, aunque estrechamente unidos. La una no se da sin la otra.. La primera se quedaría a medio camino si no se diese la segunda. Y la segunda se haría imposible si no se apoyase en la primera. Una pastoral que engendra vida comienza por proclamar la predicación de Jesús, para conducir a continuación, al camino que da cuenta en la fe de su resurrección.
3.6. Poner “en tela de juicio” las imágenes, las representaciones de Dios.
En el camino, el anuncio evangélico encontrará seguramente oposiciones que vienen, en particular, de algunas imágenes de Dios que bloquean la fe, causan el rechazo o lo hacen vivir de manera servil. Esta es la razón por la que todo trabajo de evangelización requiere que se procure, en el diálogo, suprimir los obstáculos, incluso en nosotros mismos, que pueden representar imágenes de Dios que no son liberadoras para el hombre.
Recordemos la advertencia del decálogo sobre la trampa que ocasiona las imágenes de Dios que podemos fabricarnos. Por otra parte, el drama de nuestra humanidad, según el relato de la Génesis, comenzó con la falsa imagen de Dios que nos insinuó la voz de la serpiente. Ésta cambia el sentido de la prohibición divina haciéndolo pasar para un límite a la libertad humana y como expresión de un Dios celoso, competidor del hombre.
La prohibición, sin embargo, en la boca de Dios, no era un límite a lo permitido, ni una dificultad, sino una llamada dirigida a la libertad humana para que no actuase de manera arbitraria, para proteger la vida dada. En realidad, la prohibición – de robar, violar, matar, mentir – lejos de limitar la libertad, la refuerza y la hace una sociedad en la que se prohíbe la violencia, en efecto, es una sociedad que permite vivir en libertad.
Pero la serpiente cambia el sentido de las cosas. Allí donde, en el discurso de Dios, había un “pero” que llevaba a la responsabilidad, la serpiente ve un “excepto” que limita el permiso, veja al hombre y hace de Dios su adversario.
Así nuestras imágenes de Dios corren el riesgo siempre de desnaturalizarlo. Pensemos, por ejemplo, en las imágenes de Dios que lo ponen entre las causas inmediatas de todo lo que a nosotros llega, haciéndolo de este modo injusto o increíble. O aún, en las imágenes de Dios que envilecen al hombre en lo religioso en vez de poner la religión al servicio de lo humano. Es el debate en el que el mismo Jesús se comprometió: “el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.
En resumen, la pastoral que genera vida requiere un paciente trabajo con las imágenes para que honren a Dios tanto como al hombre. Pues los dos van juntos: un dios que falsea al hombre es un falso dios. Es en la excelencia de lo humano que la verdad de Dios se manifiesta.
Pregunta: ¿Cuáles son las imágenes de Dios, en los jóvenes educandos y en los adultos educadores que dificultan el acceso a la fe o son un obstáculo al diálogo?
3.7. Alimentar la memoria, animar el debate, favorecer la libertad de apropiación.
Estos tres términos designan una manera de hacer pastoral. La primera tarea consiste en mantener la memoria de la tradición cristiana en el campo cultural público: en el mundo escolar, en el mundo del ocio, en los medios de comunicación, etc.
Pero no basta con alimentar la memoria, es necesario aún animar el debate en torno ella. La tarea pastoral consistente aquí está en valorar en el debate la tradición cristiana, no como un bloque que se impone, sino como un recurso que está ahí, que “da que pensar” para vivir. “Dar que pensar“, la expresión parece acertada, ya que combina, a la vez, el aspecto de ligereza de fe que no se impone ni pesa, y también el aspecto de gravedad en la cuestión de lo que está en juego a niveles humanos. Un deber de comprensión se impone aquí. Lo que necesitamos, a este respecto, en la pastoral, es una teología inteligente, sencilla, no reservada a los científicos, que haga la fe comprensible y deseable, pero nunca simplista.
Y finalmente, en la raíz del debate, la tercera tarea consiste en favorecer la libertad de los sujetos en la aceptación de la tradición cristiana. La condición hoy de cualquier transmisión es que se someta a la libre valoración de los individuos.
Así sucede con la tradición cristiana. Cada uno asumirá lo que juzgue oportuno añadiendo lo propio. No podemos, a este respecto, ni prejuzgar los frutos ni el tiempo de maduración. Lo que venga quizá no sea la fe cristiana. Para unos, el fermento de la tradición cristiana – esta “parte seminal de nuestra cultura” según términos de Marcel Gauchet – seguirá dando frutos de cultura, ayudándolos a situarse en la historia, a pensarla y vivirla. Otros, extraerán una inspiración ética o una sabiduría espiritual. Y otros descubrirán un camino de fe que les lleve a proclama el Credo en la comunidad cristiana.
Proponer así la fe cristiana en el escenario público, no es ni imponer autoritariamente una verdad, ni normalizar las conciencias, sino permitir a cada uno y a cada una, un mejor ejercicio de su libertad de ciudadano o ciudadana, frente a quienes pretenden apropiársela o no, inspirarse o no, en provecho propio como una acción más de la sociedad. No es del todo seguro que, en el mundo pluralista y secularizado que es el nuestro, esta libertad de apropiación no confiera todas sus oportunidades al Evangelio.
Preguntas. En este sentido, ¿cuáles son los lugares, los momentos o las ocasiones donde jóvenes y adultos pueden encontrarse para mantener juntos la memoria cristiana y debatirla? ¿Vemos lugares, momentos, circunstancias, donde unos y otros se pueden ayudar a descubrir la fe y hacerla posible, hoy?
Autorizar, sentirse autor
3.8. Ver las resistencias como oportunidades.
Anunciar el Evangelio nunca se da sin encontrar resistencias. Uno puede afligirse, culpabilizar, querer forzar la puerta. Pero se pueden también entender las resistencias como oportunidades para un trabajo de enculturación de la fe. La historia pone de manifiesto, en efecto, que las enculturaciones que tuvieron éxito han sido fruto de una resistencia de las poblaciones locales a las formas del cristianismo que se les aportó, para crear otras nuevas, para abrir expresiones originales de la fe.
Esta resistencia no significa un rechazo, sino más bien una llamada a crear algo nuevo, “hacer surgir de las expresiones originales de vida, celebración y pensamiento cristianas”. Desde este punto de vista, lal enculturación de la fe es el proceso “por el que una población asimila el Evangelio, es decir, encontrando resistencias para apropiárselo, reconstruirlo y expresarlo a partir de sus raíces históricas y culturales, dando al cristianismo una nueva cara y una expresión original”.
Las enculturaciones de la fe que tuvieron éxito han sido expresiones, maneras de pensar, celebrar y vivir la fe que se inventaron o se renovaron debido a las resistencias encontradas. Por ejemplo, la misa en rito zaireño viene de una resistencia de las poblaciones locales a las formas heredadas de la liturgia del mundo occidental. Fue necesario inventar, en efecto, nuevas formas de liturgia adaptadas a una cultura de la lengua local, del tam-tam y de la danza.
Hoy, en nuestros países, se conocen múltiples resistencias a las formas heredadas del cristianismo: por ejemplo, a la práctica de la confesión, a las vocaciones sacerdotales y a las etapas que conducen al matrimonio sacramental, etc. ¿No habría también en ello una manera positiva de entender estas resistencias como una llamada a inventarse formas originales de pensar, vivir y celebrar que hagan al cristianismo de nuevo practicable y deseable?
Preguntas. ¿Los jóvenes manifiestan de verdad resistencias con relación al cristianismo de los adultos o instituciones cristianas? ¿En qué, concretamente, estas resistencias abren un espacio para que surjan formas originales de pensamiento, vida y celebración cristianas?
3.9. Diferenciar entre “creer con” y “creer como”.
En la perspectiva de permitir la llegada de nuevas formas de cristianismo, conviene diferenciar entre “creer con” y “creer como”. No creemos hoy como nuestros abuelos, y nuestros nietos no creerán como nosotros. Y con todo, a pesar de estas diferencias, puede vivirse una verdadera comunión en la misma fe. La cuestión planteada al hacer la distinción entre “creer como” y “creer con” es la del reto de la unidad y la diversidad.
Corremos el riesgo siempre como Pastores de querer que otro crea “como nosotros”. La transmisión de la fe se sitúa entonces en el horizonte de una reproducción o de una imitación de lo que nosotros mismos vivimos. Pero, el riesgo, entonces, es entorpecer el acceso a la fe por nuestras propias estrecheces imponiendo el camino y nuestra manera de vivir la fe.
Ya era la tentación de los judíos convertidos al cristianismo que querían imponer a los paganos convertidos al cristianismo sus propias tradiciones y costumbres. “Por esto pienso que no debemos complicar la vida a los paganos que se convierten a Dios” (Hech. 15,19). Estas palabras del apóstol Santiago, después de la Asamblea de Jerusalén, deberían inspirarnos sin cesar la necesaria reserva ante el otro, pues puede nacer a su propia manera al apropiarse el mensaje cristiano y de hacerse discípulo de Cristo.
A este respecto, el reto de las iglesias hoy, a menudo entorpecidas por sus tradiciones, es dejar nacer lo diferente. Es, por otra parte, lo que está en juego en una pastoral que pretende engendrar vida. Porque, en efecto, en un tiempo de cambio como el nuestro, es necesario dejar el campo a la aparición de una “biodiversidad eclesial” que contemple el derecho a las aspiraciones y a la singularidad de las personas y facilite así la gracia de hacerse cristiano. La transmisión de la fe no está nunca en el orden de la clonación, implica siempre una apropiación de invención. De ahí, la necesidad de articular la diversidad a la unidad.
Para comprender la relación entre la unidad y la diversidad, se puede tomar la comparación de la cara humana. Ésta es localizable por una forma común, y con todo, cada cara humana es extremadamente distinta. Así mismo para el cristianismo: tiene algunas características (la señal de la cruz, el Credo, la lectura de las Escrituras, la participación eucarística, el compromiso de humanizar) que permiten distinguirlo, pero las figuras concretas de su encarnación pueden ser distintas. De ahí, la apertura necesaria de un espacio de creatividad e imaginación en la invención del cristianismo.
La condición de la transmisión de la fe va unida a la capacidad de apropiársela de manera inventiva. La autoridad, a este respecto, en una pastoral que engendra vida, tiene por finalidad favorecer el crecimiento; consiste en velar por la comunión en lo que la fe lleva en sí de esencial, pero también “para autorizar”, es decir, literalmente, para volver al otro “autor” y “protagonista” de su propia existencia en la fe.
Pregunta. Los jóvenes no creen seguramente “como” los adultos y recíprocamente. ¿Cuáles son las diferencias que se manifiestan? ¿Cómo con todo pueden creer y celebrar juntos aunque diferentemente? ¿Qué pueden aportarse mutuamente?
3.10. Pedir y recibir ayuda. Contar con factores que no se controlan.
A menudo, la evangelización se concibe a partir de nuestras propias fuerzas y riquezas. Pero ¿porqué es necesario que la evangelización se produzca cuando se es fuerte y no cuando se es débil? ¿Qué hacer, en un tiempo de cambio como el nuestro, en el que somos víctimas de una convulsión que se nos escapa y que da la sensación que carecemos de fuerza?
Fue la pregunta de los discípulos a Jesús cuando hacían el inventario de lo poco que poseían para enfrentarse, en pleno desierto, a las necesidades de la muchedumbre: “Pero, ¿qué es esto para tanta gente?” En las situaciones del día de hoy, la parte fundamental es aportar lo poco que se tiene, atrever a pedir la ayuda de los otros y contar con factores que no se controlan.
Aportar lo poco que se tiene y atreverse a pedir ayuda, es la única solución disponible. El que no pide nada se siente autosuficiente; no vive. Por el contrario, en la lógica evangélica, la demanda abre una historia y da de qué vivir. “Pedid y recibiréis“, “llamad y se os abrirá“.
En nuestra misión de evangelización, nos es necesario no temer dirigirnos a los demás para pedir ayuda y consejo, no sólo en la comunidad cristiana sino también fuera de ella. Esta ayuda puede ser material, técnica, cultural, artística. Hoy personas, asociaciones, colectividades que, no perteneciendo al mismo tiempo a la comunidad cristiana, se muestran dispuestas a favorecer la vitalidad de la tradición cristiana en la sociedad dentro de un espíritu de benevolencia y apoyo de todo lo que solidariamente se hace a nuestra humanidad.
E incluso, sin haber pedido nada, debemos también, en nuestra tarea de evangelización, contar con factores que no controlamos, con aliados inesperados. Estos aliados inesperados pueden ser personas, acontecimientos, teorías, nuevas aspiraciones culturales: en un contexto dado, sin que se haya podido preverlos, vienen a aportar su ayuda y dar un peso suplementario al mensaje evangélico.
La evangelización, en este sentido, no depende de nuestras propias fuerzas; depende también de factores imprevisibles, como la imagen de Ciro, el rey de los persas, imagen del extranjero, que el Señor, contra toda esperanza, llamó para reconstruir Jerusalén y restablecer la libertad de su pueblo. “Yo digo de Ciro: Aquí está mi pastor, y sale para cumplir mis deseos. El dirá por Jerusalén: ¡Que la levanten!, y por el Templo: ¡Que sea reconstruido!” “(Is 44,28). El Espíritu obviamente sopla donde quiere. Cuando el cristianismo parece sin fuerza, el propio mundo secular puede venir en su ayuda y, de manera inesperada volver a dar vida al Evangelio.
Con este espíritu de confianza y de empeño, seguramente nos es necesario oír las palabras que Gamaliel dirigió al Sanedrín con respecto a la misión de los discípulos de Jesús: ” Por eso les aconsejo ahora que se olviden de esos hombres y los dejen en paz. Si su proyecto o su actividad es cosa de hombres, se vendrán abajo. Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirla, y ojalá no estén luchando contra Dios.» (Hech. 5, 38-39).
Preguntas. ¿Qué ayuda podrían pedir los adultos a los jóvenes en la obra de evangelización? Y recíprocamente ¿qué ayuda los jóvenes podrían pedir a los mayores en su descubrimiento del Evangelio? ¿Cómo favorecer la audacia de esta solicitud de ayuda recíproca?
He enunciado una decena de actitudes que nos permiten mantenernos en la brecha, de movernos para favorecer activa, lúcida y con competencia, el nacimiento de la fe en el día de hoy. El hombre contemporáneo, como en el pasado, está capacitado para recibir a Dios. El cristianismo que viene no será el producto solamente de nuestros esfuerzos por muy necesarios que sean. Será también el fruto nuevo inesperado, sorprendente de la libertad humana y del trabajo del Espíritu en medio al mundo.
[1] Hannah Arendt, La crise de la culture, Gallimard, Paris, 1972 – Edition de Poche, Folio Essais, 2006, p.25.
[2] Mgr Billé, Conférence d’ouverture dans Les temps nouveaux pour l’Evangile, Assemblée plénière, Lourdes, 2000 Paris, Bayard-Centurion, Cerf, Fleurus-Mame, 2001,p.21.
[3] Vatican II, Gaudium et spes §1.
[4] 1 Jn, 1,4.
[5] Marcel GAUCHET, « Service public, pluralisme et tradition chrétienne dans l’éducation », in Exposant neuf, hors série, juin 2002, n°1, p.9.
[6] Jean-Paul II, Exhortation apostolique Catechesi Tradendae, §53, 1979.
[7] Olivier Servais, « Inculturation et altermondialisation. Différences historiques et proximités logiques de deux concepts de résistance », in Lumen Vitae, mars 2005, p.
La espiritualidad del Hno. Gabriel
y su incidencia en nuestras familias y en nuestras escuelas
Congreso de la AISF,
Turín, mayo 2010
Nos acercaremos esta mañana a la espiritualidad que tiene su origen en el Hno. Gabriel Taborin y que hoy comparten los Hermanos de la Sagrada Familia con todas las personas y grupos que integran la Familia Sa-Fa, aquí representada a través de la AISF (Asociación Internacional Sagrada Familia).
Presentaremos los aspectos esenciales de esta espiritualidad, pero antes nos detendremos en ver cuál ha sido la experiencia de vida de familia del Hno. Gabriel Taborin, considerando que esa experiencia es importante para comprender la espiritualidad a la que ha dado origen.
La intención de esta reflexión es sugerir algunas indicaciones para vivir, en los ámbitos de la familia y de la escuela, esa espiritualidad. Abriremos así el camino al diálogo en grupos, que seguirá esta intervención, durante el cuál se podrán buscar y expresar propuestas más concretas desde los ámbitos culturales de los participantes.
1. La experiencia de vida familiar del Hno. Gabriel
1.1. Nacido en el ambiente de la Revolución y crecido en el ambiente de la Restauración
Gabriel Taborin nace el 1 de noviembre de 1799. Algunos días después de su nacimiento, Napoleón toma el poder como primer cónsul, da por terminada la Revolución y empieza un período de mayor calma en Francia. Pero en los pueblos la situación cambia más lentamente que el las ciudades. Gabriel nace en un clima marcado aún por la revolución. Esa situación de tensión, de violencia y de resistencia ha influido profundamente en su infancia y en toda su vida. La fuerte adhesión de su familia, de la gente de su pueblo a la religión cristiana, a sus valores y a sus tradiciones, motivaron su dinamismo y su tenacidad para, al igual que muchas otras personas, tratar de darle un nuevo impulso en la primera mitad del siglo XIX.
Belleydoux, lugar de nacimiento del Fundador del Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia, se sitúa en una comarca fronteriza del este de Francia, que delimita el Franco Condado y las zonas de influencia de Ginebra y de Lyon. Formaba parte de la Tierra de Nantua, y desde la edad media dependía de la poderosa abadía benedictina de esa ciudad. Hasta la Revolución, desde el punto de vista eclesial, Belleydoux pertenecía a la diócesis de Ginebra. En el lejano 1605 recibió la visita de San Francisco de Sales. Hoy forma parte de la comarca del Alto Bugey, cuyo centro principal es la ciudad de Oyonnax.
A finales del siglo XVIII, el pueblo apenas pasaba de 800 habitantes. La población, en ligero aumento, vivía pobremente. Tradicionalmente el municipio contaba con el recurso de la tala de árboles para pagar sus impuestos y la población vivía de los recursos de la montaña: la cría de ganado, una pobre agricultura y la artesanía. A este panorama hay que añadir la dificultad de las vías de comunicación, sobre todo en invierno.
Como sabemos, los acontecimientos de la Revolución tienen repercusiones en todo el territorio nacional y fuera de las fronteras de Francia. Llegan también hasta las poblaciones más pequeñas. En Belleydoux el párroco Benito Cottavoz, que había bendecido el matrimonio de Claudio José Taborin y María José Poncet Montange, los padres de Gabriel Taborin, el 28 de febrero de 1786, fue uno de los primeros sacerdotes, en la nueva diócesis del Ain, en prestar el juramento a la Constitución civil del clero en 1890. Los sacerdotes que no hicieron el juramento pasaron a la clandestinidad y fueron perseguidos.
El paso del comisario Antonio Albitte por el departamento del Ain (del 17 de enero al 2 de mayo de 1794), fue ciertamente la página más sombría de la historia de la Revolución en esta región. Perseguía dos objetivos: la destrucción de los campanarios y humillar a los sacerdotes.
Ante tales hechos, la reacción de la gente pasa de una cierta simpatía por la Revolución a la indiferencia y una prudente desconfianza, hasta llegar a una abierta hostilidad y resistencia y no solo por motivos religiosos. De hecho, al terminar el período revolucionario, todos los pueblos de la comarca, Echallon, Belleydoux, Champfromier, Giron… son más pobres que al final del Antiguo Régimen.
Durante la Revolución la acción de Iglesia, perseguida y dividida, se va organizando progresivamente en la clandestinidad guiada por los sacerdotes que no habían prestado el juramento revolucionario. Es ese también el momento en que empiezan a emerger la acción de los laicos: esconden y apoyan la acción de los sacerdotes, organizan las reuniones y en el interior de las familias mantienen la vida cristiana. Entre esos laicos comprometidos figura Gabriel Poncet, alcalde de Belleydoux, que fue padrino de bautismo del hijo menor de la familia Taborin, y a quien puso su mismo nombre. Belleydoux participa de este fenómeno de “acceso a la palabra” por parte de los laicos en la vida eclesial, que caracterizó el estilo misionero de Gabriel Taborin. “Gabriel Taborin es hijo de la Revolución, hijo de la resistencia y del amor de un pueblo de montaña a su tradición y a su fe, hijo de la movilización inesperada del laicado. No habrá que olvidarlo nunca.” (Hno. Enzo Biemmi: El desafío de un religioso laico: el Hno. Gabriel Taborin, cap. I).
1.2. En una familia cristiana
La vida familiar en Belleydoux dejó en Gabriel una marca profunda a lo largo de su vida. Tenemos como prueba dos testimonios suyos escritos al final de sus días. Ambos nos hablan con claridad de esa huella duradera.
En su autobiografía dice: “Tengo el consuelo de haber nacido de un padre y una madre virtuosos que se unieron y vivieron según la voluntad de Dios. Gozaban apacible y cristianamente de un modesto bienestar, fruto de su vida de trabajo. Vivieron en Belleydoux, lugar donde vi la luz del día en 1799, el primero de noviembre, y donde tuve la dicha de recibir el santo bautismo. Por gracia especial de la Bondad Divina, los dignos autores de mi vida me dieron siempre el buen ejemplo y me educaron cristianamente desde mi más tierna edad”. Y en su Testamento espiritual añade: “Puedo testimoniar con profundos sentimientos de agradecimiento que he tenido la satisfacción de ser hijo de unos padres cristianos que me criaron siguiendo los principios de la religión. Se lo agradezco de todo corazón y pido a Dios que los recompense por ello en el cielo”.
El conjunto de los datos biográficos y de los testimonios con que contamos para reconstruir los años de la infancia y juventud de Gabriel muestra que su familia respondía a las características normales de las de su ambiente y de su época: matrimonio de jóvenes adultos, numerosa prole, trabajo asiduo, profunda fe y religiosidad.
La familia Taborin estaba bien arraigada en Belleydoux desde hacía mucho tiempo, contaba con numerosas ramificaciones en los pueblos vecinos (Josefa Poncet, la madre de Gabriel, “pertenecía a una familia con muchos parientes en la parroquia”, Vida. p. 21) y algunos de sus miembros desempeñaban cargos en la administración local. Desde el punto de vista religioso, era una de las familias que vivió de cerca las consecuencias de la Revolución y contribuyó a la reconstrucción del pueblo y a la reafirmación de la comunidad cristiana en el periodo de la Restauración.
El padre de Gabriel, Claudio José Taborin, nació el 9 de marzo de 1756 en uno de los caseríos del municipio de Belleydoux. En 1786 contrajo matrimonio con María Josefa Poncet Montange con quien tuvo siete hijos: de ellos tres murieron siendo niños.
“El padre de Gabriel, Claudio José Taborin, ejercía la profesión de posadero, y comerciaba, además, en quesos”. Con estas palabras se abre la biografía del Hno. Gabriel escrita por el Hno. Federico Bouvet. El albergue o posada estaba en la misma casa donde residía la familia. Y el biógrafo anota poco después que los huéspedes eran invitados a participar en algunos de los actos de la familia. El padre de Gabriel “por la noche, al llegar la hora de acostarse, no le bastaba con reunir a toda la familia para rezar juntos, sino que se dirigía a sus huéspedes… y los invitaba a unirse a la familia”[1]. Su papel en el pueblo adquiere una cierta importancia: es el primer consejero del alcalde Claudio Mermet, el gran propulsor de la reconstrucción del pueblo después de la Revolución. En la parroquia es miembro de la comisión económica y su presidente de 1812 a 1822. Claudio José Taborin colaboró en primera línea en las principales iniciativas del pueblo. Murió el 6 de marzo de 1826.
La madre de Gabriel, María Josefa Poncet-Montange, nació en 1755, y se casó en primeras nupcias a los 28 años con Francisco Roybier, que murió cinco meses y medio después, sin dejar descendencia. Dos años y medio después se casó con Claudio José Taborin. De los siete hijos que tuvo, el alumbramiento más difícil fue el último, el de Gabriel. Quizá sea esa la razón por la que tenía una predilección especial por él.
Un apunte de uno de los compañeros de Gabriel revela un rasgo muy delicado de la relación de la señora María Josefa con su hijo Gabriel: “Incluso su madre le hablaba frecuentemente en particular y le pedía vivamente que cambiara de línea de conducta: “Vamos Gabriel, le decía, no hagas eso ( es decir, no celebres la misa, ni digas sermones); ya ves que se ríen de ti. Vamos, querido, por amor a la familia, no hagas eso” El pequeño Gabriel no hacía mucho caso. Su única preocupación era hacer el bien y pensaba que todo estaba permitido para conseguirlo. Las gentes buenas, las personas llevadas a la piedad lo alababan, respetaban y veían en él como un ángel encargado de guiarlas”
(Testimonio de José Poncet).
La madre de Gabriel murió en 1837, a los 82 años. En su lecho de muerte, dijo al párroco de Belleydoux, el P. Juan Pedro Mermillod, a propósito de Gabriel: “Este pobre hijo ha sido mi consuelo y casi mi único
recurso[2]“.
Si la relación de Gabriel con sus padres fue siempre afectuosa y serena, con sus tres hermanos fue más compleja y a veces difícil. Recordemos que Francisco María, el mayor de ellos, tenía 11 años más que Gabriel. Como recuerdan sus compañeros de infancia: “Sus hermanos y los criados de la familia Taborin criticaban duramente a Gabriel y lo trataban de perezoso. Pero él no hacía caso de eso. No le iban bien los rudos trabajos del campo. La oración, el estudio, los sermones y la confección de rosarios ocupaban la mayor parte de su tiempo”.
1.3. Una rica experiencia de vida en familia
Para completar el cuadro de la familia Taborin podemos añadir algunos otros detalles que parecen significativos.
Ya queda apuntado más arriba la modesta actividad de hospedería y de venta de quesos de la familia. Los escritos hablan también de “una alfarería”[3]. Cabe suponer naturalmente que los “obreros” de esa industria familiar eran los mismos que trabajaban en la posada como “camareros”. Los miembros de la familia, ayudados por un criado y una criada, se ocupaban además en actividades forestales y agrícolas y, sobre todo, en la cría de ganado. Ese mundo del trabajo doméstico, al que Gabriel se incorporó desde muy pequeño, le abrió también hacia un nuevo tipo de relación con sus compañeros.
Las biografías subrayan con insistencia la profunda religiosidad y la coherencia de vida de la familia Taborin. Gabriel obtuvo la autorización de sus padres para dedicar a oratorio una habitación de la casa. “Gabriel, lleno de alegría, adornó aquella habitación lo mejor que pudo e hizo de ella una especie de capilla, en la que levantó un altar” (Vida. p. 32). Además de las celebraciones y procesiones campestres organizadas por Gabriel con sus compañeros, cabe suponer que otras se realizaban en ese oratorio doméstico.
Después de la primera comunión, Gabriel fue enviado a estudiar primero a Plagne y luego a Châtillon-de-Michaille, pues en Belleydoux no había escuela. Sus padres, de acuerdo con el párroco, deseaban que se formase para ser sacerdote. “Pero (como él mismo dice en su autobiografía) la providencia divina tenía sobre mí otros designios. La lectura de la vida de los santos, a la que me entregaba con asiduidad, me había comunicado una fuerte inclinación por la vida religiosa, y sobre todo por aquel tipo de vida religiosa en el que uno se dedica de modo especial a la educación de la juventud y a ornar los santos altares”.
Con sorpresa de todos, Gabriel vuelve a Belleydoux y se le confía la colaboración con el párroco en todas las actividades de animación de la parroquia: canto, liturgia, sacristía, catequesis. Casi simultáneamente, el alcalde, de concierto con el párroco, le propone hacerse cargo de la educación de los muchachos del pueblo, pues el maestro designado no se presentó. Gabriel acepta esa responsabilidad a los 17 años, y como el municipio no disponía de un edificio para la escuela, pide a su familia la posibilidad de dedicar una sala de la casa familiar como aula. De esta forma la casa familiar, que tenía ya un oratorio, se convierte también en escuela. Hasta los 25 años Gabriel ejerce todas esas actividades con el entusiasmo misionero que lo caracterizaba. La gente los llamaba ya “Hermano” antes de ser religioso.
La riqueza y complejidad del mundo familiar del joven Gabriel puede fácilmente intuirse considerando la lista de las personas que, por una u otra razón, vivían en la casa Taborin. Además de sus padres y hermanos (el mayor con su esposa e hijas después de casarse) estaban los criados, las personas de paso en la posada, los alumnos y pensionistas, etc. Así pues, ya desde los primeros años, Gabriel estuvo en contacto con gentes ajenas a su familia. A pesar de su carácter reservado, esta experiencia pudo abrirlo hacia horizontes más amplios que los del núcleo reducido del hogar.
2. La espiritualidad nazarena del Hno. Gabriel
Gabriel sale de Belleydoux en 1824 en busca de una comunidad, que la divina Providencia lo llevaría a crear él mismo, tras un período de siete años de vida itinerante en el que realizó varios intentos de fundación. En repetidas ocasiones intentó realizar el proyecto para el que sentía llamado hasta que finalmente pudo realizarlo en el pueblo de Belmont a partir de 1829.
2.1 El núcleo de la espiritualidad del Hno. Gabriel
Uno de los primeros pasos del Hno. Gabriel en la fundación de su Instituto fue el de cambiarlo el nombre. En los primeros intentos lo había llamado “Hermanos de San José”. Cuando llega a Belmont, sin que se conozcan con exactitud las motivaciones ni la fecha, le da el nombre de “Hermanos de la Sagrada Familia”.
No se trataba de un detalle insignificante, puesto que para el Hno. Gabriel en el nombre estaba el núcleo esencial de su espiritualidad. En la regla de vida que escribió para la Congregación dice: “La Sociedad de los Hermanos de la Sagrada Familia ha sido fundada para honrar a la Santísima Trinidad. Para los asociados su fiesta será la segunda en importancia y rezarán cada día con respeto tres veces el Gloria al Padre: por la mañana, a mediodía y por la tarde… La Sociedad de la Sagrada Familia ha sido también fundada para honrar las virtudes de Jesús, María y José, y para atraerse su protección durante la vida y en la hora de la muerte. Esta Sociedad llevará únicamente el nombre de Congregación de los Hermanos de la Sagrada Familia y en ningún caso podrá unirse ni ser asociada a cualquier otra congregación u orden. Los asociados celebrarán anualmente la fiesta de la Sagrada Familia el jueves antes de la octava de la Natividad de la Virgen. Será la primera y principal fiesta en la casa más importante de la Sociedad y en las otras casas autorizadas a tener capilla…” (Constituciones de 1836 art. 1 y 2)
Si se lee con atención este texto del Hno. Gabriel, puede observarse que hay una primera referencia a la Santísima Trinidad y luego a la Sagrada Familia, que es la patrona principal del Instituto. Esa intuición que coloca a la Sagrada Familia como modelo inmediato con una referencia primera a la Santísima Trinidad para la fundación del Instituto y luego para la construcción de la comunidad ha constituido la experiencia fundante y la orientación principal de la espiritualidad del Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia y actualmente de la Familia Sa-Fa.
El Hno. Gabriel se referirá constantemente a la Sagrada Familia a lo largo de su vida. Cuando narra el traslado de la comunidad de Belmont a Belley en 1840 y no pudo entrar en el convento que pensaba haber adquirido, quedándose prácticamente en la calle, escribe: “En aquellas circunstancias nos parecíamos a nuestros santos Patronos María y José cuando fueron a Belén. Todos parecían rechazarnos y no había casa alguna que pudiéramos comprar o alquilar. Sólo el santo obispo se enterneció con nuestra lastimosa situación.” (Reseña histórica)
En la Circular que escribía cada año para convocar a los Hermanos a la Casa-Madre para la reunión anual, que comprendía como acto central la celebración de la fiesta de la Sagrada Familia, usaba con frecuencia la expresión de reforzar o estrechar “los vínculos que nos unen en Jesús, María y José”. Esa reunión debía llevar a una renovación espiritual, pero también a estrechar dichos vínculos. Decía: “Al igual que vosotros, también nosotros vemos llegar con ilusión queridos Hermanos, ese tiempo precioso en el que nos debemos ayudar mutuamente y así juntos tomar las medidas necesarias para vuestro mayor provecho espiritual y para el bien espiritual y material de nuestro Instituto. Además ese tiempo nos servirá para estrechar cada vez más los vínculos que nos unen siempre en Jesús, María y José”. (Circular N° (1) 28-8-1843).
2.2 El “espíritu de familia”
Las Constituciones actuales de los Hermanos de la Sagrada Familia presentan el “espíritu de familia” como “el núcleo vital de su espiritualidad”. Cuando, después del Concilio Vaticano II, se elaboró el primer proyecto de estas Constituciones se trató de insertar el “espíritu de familia” como “hilo conductor” de todos los aspectos de la vida de los Hermanos, pues los representantes de las comunidades habían constatado que era la experiencia fundamental y el elemento central de su unidad en la historia y en la actualidad del Instituto.
Pero ¿qué es el “espíritu de familia”? El Hno. Gabriel en el texto clásico de una de sus últimas circulares que todos conocemos decía cuál es su origen y cuáles son algunas de sus manifestaciones en una comunidad religiosa: “El espíritu de cuerpo y de familia…Nace de la caridad y, en consecuencia, de Dios que es la caridad misma. Todos los miembros que componen una Congregación en la que, de verdad, exista este espíritu, tienen un solo corazón y un alma sola; se aman y se ayudan mutuamente, comparten las alegrías, las penas, los éxitos y los fracasos de todos; las atenciones recíprocas y una entrañable fraternidad unifican los espíritus y caracteres más diversos; lo que es de uno pertenece a todos y dejan de tener sentido las palabras “mío” y “tuyo”; cada uno se considera menos que los otros y Dios reina sobre todos…” (Circular n. 21, 1864).
En la tradición del Instituto, continuando el pensamiento del Fundador, se dijo que era “el espíritu que reinaba en Nazaret” y se explicitó en el lema: “En Nazaret se oraba, se trabajaba, se amaba“.
En la formulación más reciente se ha intentado una explicación más completa del espíritu de familia:
“Este espíritu deriva de los lazos vitales
que unían a los miembros de la Sagrada Familia de Nazaret
y cuya fuente primera es la Santísima Trinidad.
Este mismo espíritu eleva y transforma los vínculos
que Dios ha dispuesto que haya en la familia natural
para que ésta realice su vida en común y su misión educadora. (Constituciones, 11)
Se habrá notado que para mostrar de forma concreta en qué consiste el “espíritu de familia” las Constituciones acuden a la “familia natural”. Y lo hacen desde el punto de vista de las relaciones personales existentes entre sus miembros. En la familia los lazos vitales (paternidad, maternidad, fraternidad, etc.), de hecho puramente biológico, pasan a ser relaciones entre personas y elementos educativos de primera importancia. La familia se configura así como un ámbito fundamental de comunicación humana donde se transmite y se recibe la vida, y cuya esencia última es el amor. Aparece así toda la amplitud de esa “experiencia de vida” que tiene su realización más plena en la Sagrada Familia, imagen viva de la Trinidad, y que Dios ha colocado ya desde el principio en la familia natural. La comunidad de los Hermanos está llamada a formar esa “nueva familia” (Lc 8, 21), unida por los lazos del amor y abierta a todos, que Jesús ha venido a reunir con su palabra y a crear mediante su muerte y resurrección”. (Cf. Comentario de las Constituciones)
2.3 La interacción escuela-familia-parroquia.
La expresión más característica de la espiritualidad que tiene su origen en el Hno. Gabriel, en el ámbito de las actividades, es la interacción entre escuela, familia e iglesia local. Es lo que él había vivido en Belleydoux en un ambiente de “cristiandad”, donde comunidad humana y comunidad cristiana se superponían y casi se identificaban. El informe que el párroco de Belleydoux José Rey presenta en 1804 comienza con estas palabras: “Católicos en mi parroquia, alrededor de 900. Todos los habitantes son católicos. Todos frecuentan los sacramentos y asisten a los oficios” (En Hno. Enzo Biemmi: El desafío de un religioso laico: el Hno. Gabriel Taborin, cap. II). Situar las actividades de la misión educadora y evangelizadora en la comunidad humana y cristiana no es sólo un rasgo ejemplar sino que constituye un aspecto esencial y original del carisma del Hno. Gabriel en el aspecto operativo.
Cuando intentó fundar una congregación religiosa de Hermanos le asigna esta misión : “La Sociedad de la Sagrada Familia tendrá como finalidad toda clase de buenas obras. El objetivo principal será ayudar a los Sres. curas de los pueblos y de la ciudad como maestros de las escuelas parroquiales, ayudantes del culto, catequistas, cantores y sacristanes. Podrán también acudir, en caso de necesidad y a petición de las autoridades, a los hospitales para cuidar a los enfermos y a las cárceles para atender a los detenidos“. (Constituciones de 1836, art. IV).
A medida que iba avanzando el siglo XIX, se hacía cada vez más difícil mantener la unidad inicial: una escuela en una parroquia. El desarrollo del sistema educativo y la evolución de la sociedad exigía distinta organización. La enseñanza absorbía la totalidad de la actividad de algunos Hermano, sobre todo, los directores de las escuelas en las poblaciones más grandes y también las sacristías de las grandes ciudades pedían nuevas competencia y personal especializado. Aún así, siempre se mantuvo en tiempos del Hno. Gabriel esa cercanía y relación intensa, aunque a veces difícil, entre la actividad docente en la escuela y la actividad de ayuda a las actividades parroquiales (canto, liturgia, catequesis).
Entre los innumerables testimonios de ese proyecto de interacción seleccionamos el que ofrece el libro Camino de la Santificación, que el Hno. Gabriel publicó en 1843. Dice en la introducción “Por mi posición y mis relaciones cotidianas con las escuelas, las iglesias y las familias, he podido percibir cuál sería la utilidad de poner en manos de la juventud cristiana, especialmente de la juventud de las zonas rurales, un libro económico, que a su vez pueda servir en las escuelas, en las iglesias y en el seno de las familias, constituyendo la entera biblioteca religiosa de las más pobres… Conozco gran número de parroquias, en las que los sacerdotes han introducido el encomiable hábito de hacer cantar a todos los fieles en la iglesia; nada puede ser más edificante. Este libro podrá servir para esa finalidad; los niños que lo tuvieren, aprenderán a leer en latín en la escuela, y podrán cantar entonces con mayor facilidad en la iglesia, siguiendo los principios que sus maestros habrán tenido el cuidado de inculcarles… Quiera Dios que esta obra produzca frutos de salvación, que se difunda en el seno de las familias, que atraiga muchas almas al servicio de Dios, ganando tantas para su causa como las que los malos ejemplos y los malos libros llevan a perderse cada día. Que el Señor se digne bendecir este libro y mostrar él mismo a los hombres el Camino de la santificación, y llene de gracias a aquellos que lo lean y lo tengan en sus hogares”. (Hno. Gabriel Taborin El camino de la Santificación, Introducción). Como puede verse el Hno. Gabriel pretende establecer con su libro una relación entre la escuela, donde el niño aprende, la familia, donde el niño vive y la iglesia, donde el niño celebra su fe.
En último término se percibe el proyecto de realizar en ámbitos cada vez más extensos esa red de relaciones que se encuentra en el núcleo familiar y que permite el crecimiento de las personas en todas sus dimensiones. Cuando el Hno. Gabriel habla de las actividades de los Hermanos las presenta como “funciones públicas”, sociales podríamos decir.
3. La incidencia de la espiritualidad del Hno. Gabriel en nuestras familias y en nuestras escuelas hoy
Somos conscientes de la distancia, no solo cronológica, sino sobre todo de la producida por la evolución de la sociedad y de la Iglesia en los doscientos años que nos separan del Hno. Gabriel. Su experiencia de vida y sus enseñanzas pueden, sin embargo, ser un estímulo de vida para nosotros hoy. El Instituto que él fundó y las personas y grupos que lo tienen como referencia han vivido y transmitido sus convicciones a lo largo de la historia nos ayudan a establecer un vínculo con su persona.
3.1 Familias y escuelas abiertas que acogen la diversidad.
Tanto la familia en cuanto ámbito donde se acoge y se transmite la vida humana, como la escuela en cuanto lugar de educación y de humanización, se ven confrontadas siempre a la tensión existente entre el esfuerzo por mantener su propia identidad (y su intimidad en el caso de la familia) y el de abriese hacia otras realidades.
La experiencia del Hno. Gabriel nos ha presentado una familia que acoge en su casa un oratorio y una escuela, una casa por donde a lo largo de los años, al lado del núcleo familiar, va pasando mucha gente.
En este comienzo del siglo XXI son muchos los desafíos que se presentan a nuestras familias y a nuestras escuelas, pero seguramente uno de los principales es su capacidad de adaptación a una sociedad y a una cultura en rápida evolución. Muchos desearían que la familia quedara relegada únicamente al ámbito de lo privado y muchos también acentúan el calificativo de “privada”, cuando se trata de calificar la escuela no estatal, como si no desempeñara también ella un servicio público.
Nuestras familias y nuestras escuelas deben se hoy “abiertas”, “dialogales”, “situadas” en su territorio y en el mundo de las relaciones humanas, sociales y culturales. Cada una en su nivel, la familia y la escuela son “sujetos sociales” y por lo tanto portadoras de valores y sujetos de derechos y de deberes.
La familia intenta aportar a la sociedad, entre otros muchos valores, una respuesta a esa necesidad que toda persona tiene de afecto estable y de relación íntima y profunda que le hace posible reconocerse a sí misma como un ser único y amado por lo que es. En la familia cada persona, antes de tener un rol, tiene un rostro. (Entre paréntesis diremos que si nos hemos reunido en Turín esta vez ha sido también para ver el rostro de Alguien que, aunque luego desfigurado por el sufrimiento, se había forma en el seno de una Familia).
La escuela, además de transmitirle los saberes, ayuda a la persona desde los primeros años a abrirse a un ámbito de relaciones cada vez más extenso, haciendo de mediadora entre la familia y la sociedad.
Una de las exigencias (tanto para las familias como para las escuelas) de las sociedades actuales, caracterizadas por los flujos migratorios y por la inteculturalidad, es la acogida e integración de la diversidad. Familias y escuelas tienen de por sí una buena experiencia de acogida de la diversidad, pues a ellas llegar periódicamente nuevas personas (cada nuevo nacimiento en la familia, cada nuevo curso en la escuela). Hoy se les pide dar un paso más en esa misma experiencia.
Pero para saber vivir la acogida y la integración de la diversidad (hoy también la diversidad étnica, cultural, religiosa) hay que situarse en la “lógica del don”: estar dispuestos a dar y estar dispuestos a recibir, de manera que el enriquecimiento sea mutuo.
Sobre la “lógica del don” hay una reflexión importante de Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate. Dice así: “Hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (CVI 34).
Ese espacio de gratuidad es imprescindible para mantener la frescura y originalidad del don, dejar que despliegue todo su dinamismo y sea auténticamente humano.
3.2 Familias y escuelas que cultivan la dimensión espiritual.
La espiritualidad no es un sobreañadido a la vida humana, sino la perspectiva que ayuda a comprenderla en todas sus dimensiones y ofrece los medios para realizarla en plenitud.
El Hno. Gabriel propone acercarse a la familia constituida por Jesús, María y José en Nazaret y “entrar bajo su humilde techo” para inspirarse en la construcción de una comunidad que sea comunión de personas (como grupo humano, familiar, escolar, social), teniendo como referencia última en la Trinidad divina.
Esta espiritualidad ayuda en primer lugar a tomar conciencia de la propia realidad para que no se quede en vagas afirmaciones de principios.
La familia y la escuela cristianas deben tomar conciencia de sí mismas y de su función en la sociedad y en la Iglesia. La autoestima y el darse en cada momento razones para ser y para existir son el fundamento para asumir las propias responsabilidades y para exigir y defender los propios derechos.
En cuanto realidad humana: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del estado”. “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” (Declaración universal de los derechos humanos art. 16.3 y 26.3).
En cuanto realidad eclesial: El Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 11) volvió a tomar la antigua expresión de “iglesia doméstica” para expresar la identidad y misión de la familia. Esa expresión corresponde a otra empleada por el mismo Concilio para designar a la Iglesia como “casa de Dios (1Tim., 3,15), en que habita su “familia” (Lumen Gentium 6). Esas expresiones ayudan a pasar de una concepción “institucionalista” a otra en la que ambas, la familia y la Iglesia, aparecen en primer término como convocación y comunión de personas.
Lo mismo puede decirse de la escuela cristiana. “Esta escuela tiene, por un lado una «estructura civil» con metas, métodos y características comunes a cualquier otra institución escolar. Y, por otro, se presenta también como «comunidad cristiana», teniendo en su base un proyecto educativo cristiano cuya raíz está en Cristo y en su Evangelio” (Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 67)
Pero la espiritualidad no se contenta con ese primer paso de toma de conciencia de la propia realidad e identidad, propone también un camino con varias etapas de maduración para llegar a la plenitud. Ese camino, como bien sabemos todos por experiencia propia, no es rectilíneo ni para las personas ni para los grupos: conoce momentos de tensión y de crisis, de avances y de retrocesos, de nuevos comienzos y de posibilidades insospechadas.
En la familia como en la escuela se viven con frecuencia lo que algunos llaman “pasos iniciáticos”: el nacimiento y la muerte en los extremos, pero también los aniversarios familiares y sociales, los pasos de un curso al otro o de un ciclo de enseñanza al otro. Son momentos importantes para la vida humana que hay que saber acompañar para que se constituyan en elementos de verdadero crecimiento tanto para los protagonistas como para quienes están a su lado.
Desde el punto de vista cristiano, la Iglesia ve en los sacramentos (algunos de los cuales se llaman significativamente “de iniciación”) un acompañamiento dispuesto para que la acción divina se haga presente en la existencia humana constantemente, pero de manera especial en los momentos clave. “Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual”. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1210).
La espiritualidad SA-FA lleva a vivir con mayor intensidad la relación de los Sacramentos con el misterio de la Encarnación, a la valoración de su inserción en la vida cotidiana del cristiano y a vivir la “sacramentalidad” de los pequeños gestos de la vida. (Manual de espiritualidad)
Saber vivir y acompañar la gradualidad es un elemento educativo fundamental en todos los órdenes. Es también el mejor medio de prevenir las crisis y rupturas.
3.3 Familias y escuelas que actúan en red.
La cultura llamada postmoderna en la que nos movemos ha pasado de colocar en primer termino lo racional para valorar más lo relacional.
La intuición carismática del Hno. Gabriel de armonizar y unir las actividades de carácter educativo y social, como es la educación en la escuela, y las de carácter religioso, como son la catequesis y la animación litúrgica, le abrieron un camino para situar su acción personal primero y la de los Hermanos después en una red de relaciones, en su doble vertiente eclesial y social, que ponían en juego las principales instituciones locales: escuela, familia y parroquia.
La dinámica interna de la familia y de la escuela llevan ya a la interacción. En estos microespacios sociales cada miembro y cada grupo tiene un papel con respecto a los otros. Y todos sabemos que muchas veces de la buena salud de esas conexiones depende la transmisión de los contenidos educativos que se pretende transmitir. Es, pues, importante vivir en armonía esa dinámica interna a la familia y a la escuela para pretender establecer contactos con otras realidades sociales o eclesiales del mismo o de diferente nivel.
La Iglesia ha propiciado siempre el asociacionismo familiar. En la “Carta de los derechos de la Familia” art. 8 se reconoce explícitamente que “Las familias tienen derecho a crear asociaciones con otras familias e instituciones con el fin de llevar a cabo el papel propio de la familia de manera apropiada y eficaz, y para proteger los derechos, promover el bien y representar el interés de las familias”. Naturalmente se pide que ese derecho de asociación sea reconocido también por el Estado.
Un espacio importante de socialización para las familias es la escuela. No solo para cumplir su tarea educativa, sino también, y cada vez más, para entrar en relación con otras realidades sociales y eclesiales y para canalizar actividades de solidaridad y de ayuda en favor de otras familias o personas, cercanas o lejanas.
Pero la situación de precariedad y de desestructuración de muchas familias y el individualismo que es una de las marcas de la sociedad actual, lleva hoy a llamar la atención sobre un aspecto muy importante de la comunicación y de la relación que es la mediación.
Evidentemente no hablamos aquí de “mediación” en el sentido profesional del término (aunque no está excluido) sino de ese saberse colocar “entre” el uno y el otro para que una persona o un grupo se expresen, no solo en los momentos de conflicto sino en cualquier circunstancia.
Saber vivir la mediación es crear lugares y tiempos de encuentro para los demás; es mantenerse a la vez independientes e implicados en los procesos de acercamiento y de diálogo; es, sobre todo, saber escuchar. Y la escucha nos pide en primer lugar silencio y serenidad interior, despojarnos de nosotros mismos para hacernos presente al otro y prestarle verdadera atención. Se trata, en efecto, de crear una “receptividad activa” (Paul Ricoeur), hasta llegar a eclipsarse y crear un vacío donde pueda nacer un nuevo vínculo entre las partes. En la tradición hebrea se dice que Dios creó el mundo retirándose para que pudiera existir. Es lo que expresa el poeta Hölderlin diciendo: “Dios creó el mundo como los océanos han creado los continentes: retirándose”.
Pero la mediación tiene también un aspecto constructivo. Es el sentido de toda la actividad desplegada para establecer (a veces restablecer) y reforzar los vínculos entre personas y grupos, para mantener vivas las asociaciones, para establecer conexiones allí donde todavía no existen.
Para el cristiano saber vivir la mediación es hacer una verdadera obra de comunión, es colocarse allí donde el Espíritu Santo actúa para crear “espíritu de familia”.
Conclusión
Para terminar desearía hacer una invitación a la esperanza. Alguna vez hemos dicho o hemos oído decir: “Esta casa, esta familia es un infierno”. La misma expresión podría aplicarse a una comunidad, a una escuela o a cualquier otro grupo cuando se deterioran o se rompen los lazos entre las personas, cuando se siente el frío de la distancia o de la ausencia y se llega a situaciones que bien pueden calificarse de “infernales”.
Pero el cristiano no puede resignarse a tales situaciones. Aun sin llegar a tales extremos, la esperanza cristiana lleva siempre a dar nuevas oportunidades a las personas e instituciones (es la forma más simpática de vivir el perdón) y a confiar en la gracia de Dios. Tener esperanza es un gran acto de fe y de amor.
Un buen ejemplo de esta esperanza activa y comprometida que empieza a construir el Reino de Dios ya desde esta tierra lo tenemos en la ciudad de Turín, donde nos encontramos. San José Benito Cottolengo (1786 – 1842, fiesta el 30 de abril) creó aquí un hospital destinado a acoger toda clase de enfermos, confiando sólo en la divina Providencia. La “Piccola Casa”, como él la llamó se extendió hasta ocupar una entera manzana y acoger actualmente más de 500 enfermos. Pero lo más importante es que en esa “ciudad del sufrimiento” el Cottolengo quiso introducir un espíritu tal que por el trato dado a los enfermes fuera ya una anticipación del cielo, una “brutta copia del Paradiso” (borrador del Paraíso), decía él.
Algo parecido es lo que dice el Hno. Gabriel cuando presenta el resultado de lo que él llamaba “espíritu de cuerpo y de familia” en una comunidad (naturalmente aplicable también a un centro escolar o a una familia). “Lo que es de uno pertenece a todos y dejan de tener sentido las palabras “mío” y “tuyo”; cada uno se considera menos que los otros y Dios reina sobre todos; se entregan a los cometidos más humildes y penosos y rivalizan por ser el más humilde, el más caritativo y el que más trabaje por Dios y la Comunidad; no temen tanto ser ellos atacados como que lo sea su Congregación, que es lo que más estiman, después de Dios, y de cuyos intereses se ocupan constantemente; finalmente, la Regla y los superiores reciben de ellos el debido aprecio; obedecen, practican la pobreza y contribuyen, en la medida de lo posible, a la alegría de sus Superiores y de sus Hermanos; en una Comunidad así se encuentran la paz, la satisfacción y todas las virtudes” (Circular 21, 1864). Esta es otra anticipación del Paraíso.
Hno. Teodoro Berzal
Belley 2010
INDICACIONES PARA LA REFLEXION Y PARA EL DIALOGO
(cada grupo elige la opción familia o la opción escuela)
a) Elaborar tres propuestas para (en una familia/en una escuela):
– vivir la acogida y la integración de la diversidad
1) ……………………………………………………………………………………………………………………………..
2)……………………………………………………………………………………………………………………………
3)…………………………………………………………………………………………………………………………..
– vivir y acompañar la gradualidad
1)……………………………………………………………………………………………………………………….
2)………………………………………………………………………………………………………………………..
3)………………………………………………………………………………………………………………………..
– vivir y realizar la mediación
1)……………………………………………………………………………………………………………………….
2)………………………………………………………………………………………………………………………
3)………………………………………………………………………………………………………………………
b) Continuar y completar el texto del Hermano Gabriel Taborin sobre el “espíritu de familia” con expresiones propias de una familia/de una escuela (él empleaba expresiones propias de una comunidad religiosa)
“El espíritu de cuerpo y de familia…. Nace de la caridad y, en consecuencia, de Dios que es la caridad misma. Todos los miembros que componen una Congregación (una familia/una escuela) en la que, de verdad, exista este espíritu .
[1] Hno. Federico Bouvet Vida p. 20
[2] Carta del P. Juan Pedro Mermillod, párroco de Belleydoux, al Hno. Gabriel Taborin, 10/04/1837.
[3]
Positio p. 16.
Una mirada, lo que significa “ser Hombre” desde Nazaret
Mercedes Guerrero, Tandil (Argentina)
Ha de entenderse al hombre como un ser esencialmente religioso[1], relacional puesto que su nota distintiva es la socialidad pensada como relación de igualdad[2].
Esa religiosidad o modo de relacionarse en cuanto parte esencial de su condición, signa su existencia de un modo determinado.
Esa socialidad del hombre es un aspecto del ser social de Dios, Uno y Trino[3], comunidad interpersonal que es Padre, Hijo y E.S. y de la cual Nazaret es reflejo.
Así el hombre desde la espiritualidad nazarena se concibe en sentido de familia, de comunidad.
La existencia del hombre a la luz de Nazaret, no es cualquier existencia, sino una vivida desde la autocreación, comunicación, adhesión como proyecto que se realiza en relación con los otros y se verifica en el “tu” humano y por ende hermano. Es encontrarse, descubrir, abrirse, donarse.
La libertad como elección de ese modo de ser y estar en el mundo, porque es libre quien se posee a si mismo, y se posee a si mismo quien se da.
Esta apertura al mundo y al otro colma el anhelo de plenitud del hombre, que en su condición de tal busca a Dios. Esa relación con El se ve mediatizada por los otros[4] y se da en el mundo.
Mundo que a la luz de Nazaret, percibe como a su “casa” viviendo allí la reciprocidad en comunión, la apertura radical al otro con el que comparte los avatares de una historia común. Y ello supone una actitud de disponibilidad[5]. Tal experiencia vital se va construyendo de manera situada, en contacto con la realidad.
Es por eso que Nazaret es oferta de sentido para la existencia humana, en tanto camino de respuesta a las preguntas que son inherentes a la condición de hombre y que hoy por hoy se plantean con mas fuerza a causa del desencanto del mundo. Estas tienen que ver con: la felicidad, el sentido de la existencia, la trascendencia.
Las respuestas desde Nazaret desinstalan: una Felicidad construida desde el vaciamiento[6] de sí (la donación) y no a costa de otros.
La búsqueda de sentido da identidad al hombre y no cualquier identidad, sino una que ha de buscarse desde el sistema de relaciones en el que se halla inmerso. Y desde Nazaret resignificar el sentido de la existencia humana.
Esto implica un modo de trascendencia, vista como dinamismo que impulsa a salir de sí mismo entendiendo que en el otro semejante está la complementariedad del propio ser, porque cada uno llega a ser él mismo en comunión con el otro. Relación que se da con el otro humano y con el Otro divino. Ser hombre implica una ilimitada posibilidad de “ser” que se va realizando en la historia nunca de manera acabada pero acercándose a la plenitud, porque lo mueve la esperanza[7].
Porque Dios se revela en la historia y se encarna en Nazaret a favor del hombre para que este pueda alcanzar lo más auténtico de sí mismo.
Una espiritualidad que desemboca en una opción creyente por y desde la solidaridad, en un nuevo horizonte que mirando a Nazaret permite el encuentro amoroso, devela el sentido profundo de a vida, y permite comprender y realizar lo plenamente humano.
Nazaret como escuela de humanidad[8] en cuanto testigo de la Encarnación que contemplo y vivió lo humilde, lo abnegado, la libre obediencia, la entrega, la justicia, y sobre todo humano y por ende cristiano.
El primer aspecto a resaltar ha de ser la fraternidad el poder ver en cada ser humano a mi hermano, extendiendo así los límites de la proximidad que por caridad (charis, amor ágape) y gratuidad forman un entramado de relaciones, libertad de comuniones, de comunidad porque el amor se construye con libertad y la libertad con solidaridad. Ser y estar en el mundo, como una forma de darse, mostrarse, donarse desde Nazaret.
Porque “ser hombre” a la luz de Nazaret implica ser un determinado tipo de hombre, uno que acepte su vocación[9] como tal, la misión[10] que de esta se desprenda y se entregue[11] a la misma por la construcción del Reino.
[1] Religare(religarse) relegere (releer) reeligere (re-elegir) como forma vinculante básica consigo mismo, los otros y Dios.
[2] Igualdad fundada en la misma dignidad de todos los hombres por ser Imagen y semejanza de Dios.
[3] La impronta de Dios en él (la Imago Dei) es trinitaria, dialogo intratrinitario que excede los muros de la Trinidad y llega al hombre interpelándolo y constituyendo una especie de simbiosis dialógica reciproca.
[4] I Jn 4, 7-21
[5] Max Scheler
[6] Fl 2,1-11
[7] Ernst Bloch
[8] Así como Jesús aprendió de sus padres a ver con los ojos y con el corazón la realidad, esa realidad sencilla, cotidiana, llena de rostros humanos, de necesidades.
[9] Vocación, llamado: algunos relatos atestiguan el discernimiento que debió hacer Jesús cuando sintió el llamado Mt: 4, 1, Mc: 1,12-13.
[10] Toda la vida de Jesús fue de entrega Mt:4,12.17 Mc.1,14.15 Lc.:4, 14 Mc, 1, 28 Lc, 4,33.
[11]Entrega, aceptación Mt: 26,36-39, Mc:14,32-39, Lc:22,40-46,
Estar a gusto en casa, aunque viviendo en otro país:
el destierro como gracia y profecía.
“Después que partieron los Magos, el Ángel del Señor le apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo´
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto. Permaneció allí hasta la muerte de Herodes. De este modo se cumplió lo que había dicho el Señor por boca del profeta: Yo llamé de Egipto a mi hijo.” (Mt 2,13-15)
El tema, que vamos a meditar hoy, abarca nuestra experiencia de haber nacido en un país conocido y de encontrarnos, de repente, ubicados en una tierra desconocida. Cuando esta experiencia tiene un carácter de obligación, como en el caso de un exilio, se nos hace sumamente difícil aceptarla. Sin embargo, el concepto de desarraigo explica oportunamente la experiencia que mujeres y hombres vivimos hoy en día, en formas y situaciones diferentes. Pareciera que el desarraigo constituye un elemento básico de la vida humana, pero afecta sobre todo a personas e instituciones en momentos de cambio cultural, como el actual. El desarraigo afecta profundamente también la vida religiosa.
Para meditar este tema, tenemos bajo la mirada la estatua de la Sagrada Familia ubicada en la capilla de Villa Brea. Como sabemos esa talla se colocó en nuestra capilla en el mes de setiembre de 1928, en substitución de un cuadro de S. Estanislao Kostka, presentando su homenaje a S. Francisco Borja. La estatua fue comprada en Barcelona, en el taller del Señor Carlos Ríus. Por nuestra tradición oral, sabemos que esa talla encierra los sentimientos de nuestros Hermanos de Francia en su exilio en Piamonte y su anhelo de retornar a su patria.
1. La Sagrada Familia y sus destierros
Asombra ver hasta qué punto la Sagrada Familia de Nazaret tuvo la experiencia de la emigración, al verse obligada a ir a otro país. Recorrer los evangelios de la infancia en clave de viaje, de camino de una a otra situación, es profundamente aleccionador para nosotros que tenemos en la Sagrada Familia nuestra referencia carismática. Los evangelios de la infancia presentan un constante sobreponerse de desarraigos simbólicos y físicos, los unos dentro de los otros.
– El primer desarraigo es simbólico, pero pronto será también físico y de él van a deprender los sucesivos desarraigos. Es el destierro de María y José a un lugar desconocido por completo: el de una fecundidad según el Espíritu, que pide a los dos novios un replanteamiento total de su experiencia de paternidad y maternidad. Es el desplazamiento de un hombre y de una mujer hacia el terreno de la paternidad/maternidad de Dios. El sí de ambos (el primero en el anuncio a María, transmitido por Lucas y el segundo en el anuncio a José, narrado por Mateo) evidencia este primer y trabajoso destierro, que en un primer momento produce temor y luego es acogido como gracia y responsabilidad. Jamás mediremos todo el alcance de la radicalidad de este primer destierro.
– El segundo desarraigo es físico y profundamente simbólico. Es el viaje presuroso que María realiza de Nazaret a Hain-Karim, en la región montañosa de Judea. Es un destierro de tres meses. Es el desplazamiento en el territorio de las mujeres: José, de hecho está ausente, y Zacarías está mudo. Es un viaje dentro la feminidad expatriada, sola, aislada. En esta tierra de exilio las dos mujeres se brindan un muto reconocimiento y se ayudan recíprocamente a entender lo que acontece misteriosamente en ellas y gracias a ellas. Isabel por medio de su saludo gozoso y María con la relectura de su Magnificat se regalan recíprocamente el descubrimiento de que Dios se sirve de ellas, la mujer virgen y la mujer estéril, elegidas para dar vida. Sobre esta base nace entre las dos mujeres un lazo, además del parentesco, de fraternidad/hermandad, cimentado en el hecho de brindar espacio a la acción de Dios y en tener cuidado de Él. Entre las dos mujeres, también en esta ocasión, madura un sí para realizar aquello que supera sus perspectivas.
– El tercer desarraigo es el viaje del empadronamiento y del parto, desde Nazaret hasta Belén. Lo realizan María, José y Jesús. Es un viaje de las promesas de Dios. Belén es la ciudad de David, la ciudad del pan. Es allí que toma cuerpo la promesa. Es la conexión con el plan de Dios, con su designio de amor. María y José, la madre y el custodio silencioso, aceptan ser instrumentos para la realización de las promesas de Dios, en el lugar prometido por Dios.
– El cuarto viaje es el de Egipto, un país enemigo y hostil, un país donde los pobres fueron humillados, explotados y excluidos, pero también un país en el cual Dios hizo salir a Israel de la esclavitud. Ese viaje de la Sagrada Familia, un Éxodo simbólico, alude a la inminente realización de lo que antaño Dios hizo con Israel y que ahora va a preparar para todos los excluidos, los pequeños y los pobres. Es un viaje en la historia de la salvación, es la experiencia en la propia carne para la familia de Nazaret de lo amargo que es el pan en el destierro y de lo alegre que será el regreso. “Yo llamé de Egipto a mi hijo” (Mt 2,15).
– El quinto viaje es el regreso a Nazaret, un viaje que dura treinta años en la vida cotidiana, en lo ordinario, en lo oculto. “Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos” (Lc 2,51). Es la progresiva inserción de Dios en la historia humana, es su destierro de la Trinidad y su acampar entre los hombres. Es el largo aprendizaje por medio del cual Dios se vuelve humano, y María y José contribuyen a educarlo para que crezca en sabiduría, en edad y gracia tanto para Dios como para los hombres.
Cinco destierros, cinco viajes, cinco éxodos. El destierro es un desplazamiento obligado en un lugar desconocido, extraño, hostil. El viaje es la reelaboración del desplazamiento, es el tiempo lento de la reformulación. El éxodo es la transformación de un evento forzoso en un evento de liberación y de gracia. El viaje en la paternidad y maternidad de Dios, el viaje en la fraternidad/hermandad de los pequeños, el viaje en el lugar de la promesa, el viaje en la tierra de los excluidos, el viaje en lo cotidiano de Nazaret.
Este recorrer otra vez la experiencia de la Sagrada Familia en clave de exilio, no es más que un comienzo. Merece seguramente una meditación más profunda. Sin embargo este viaje nos permite intuir lo importante que es la experiencia del desarraigo en la constitución de las raíces de nuestra espiritualidad.
2. El nuevo país: la aldea global
Decir que la vida religiosa anda desorientada, es afirmar algo que es evidente a todas luces. Tal vez es el elemento que mejor resume lo que estamos viviendo. El término desplazamiento es significativo: hemos nacido en un mundo y nos encontramos en otro completamente diferente.
La época en l cual nació nuestro carisma fue una época de cristiandad: Francia era un país cristiano. Era también un país europeo. El país en el cual vivimos actualmente, presenta por lo menos tres características importantes.
1. Hemos pasado de una cultura europea unitaria a una biodiversidad cultural que abarca todos los lugares en los cuales vivimos. Tal vez éste, es el elemento que mayormente manifiesta el cambio cultural de una época. Cada país ya se ha vuelto una aldea global: en él encontramos toda clase de culturas, razas, religiones, opiniones, filosofías y sabidurías.
2. Hemos pasado de una cultura religiosa a una cultura laica. Hemos tenido un proceso de secularización. El enfoque de la vida, de los problemas que tenemos que enfrentar, de la convivencia humana, ya es definitivamente secular.
3. Estamos en un proceso de difícil búsqueda de una convivencia que logre integrar las diferencias. No es una búsqueda a partir de lo que nos hace iguales, tratando de homologar, sino a partir de lo que nos aleja irremediablemente y cuyo ajuste vamos buscando con esfuerzo, tratando de encontrar un posible acuerdo.
Es cierto que el país en el cual vivimos tiene muchos otros elementos más para definirlo. Éstos tres (pluralidad cultural, perspectiva secular y laica, ajuste tolerante de las distancias) son lo suficientemente profundos para comprobar que el mundo en el cual nacimos ya se acabó y que nos encontramos en un nuevo país, en el cual nos sentimos desterrados y huérfanos. Nuestros fundadores y fundadoras no se identificarían en nada con él. Ciertamente tendrían que pensar en fundaciones diferentes.
– ¿Cómo nos vamos a ubicar en este destierro? ¿Cómo transformarlo en un viaje hasta el punto que resulte ser un éxodo, un lugar en el cual Dios siga con sus maravillas de antaño, en nosotros y por medio de nosotros?
Éste es el cuestionamiento fundamental para la vida religiosa de hoy.
Podemos estar en este mundo con la añoranza del pasado y trabajando para volver atrás; pero también podemos estar en este mundo aceptando la redefinición que se nos pide, amando el mundo en el cual nos encontramos, sirviendo el proyecto de Dios que no es, en absoluto, ajeno a lo que nos está aconteciendo. Es cierto que el pluralismo de culturas y religiones nos ha puesto a dura prueba y también que la secularización ha obligado a Dios (o mejor dicho, las imágenes incorrectas de Dios) a salir de la cultura; que tuvimos que acomodarnos a las diferencias, empezando por lo que irremediablemente nos aleja y no por lo que nos hace sentir iguales. Estos tres rasgos de la cultura actual, sin bautizarlos enseguida con nuestros “ismos” eclesiásticos (relativismo, laicismo, subjetivismo) tienen una raíz profundamente evangélica.
Es sano que, en este tiempo de desorientación, recordemos la palabra que el Señor sigue dirigiéndonos por medio del profeta Jeremías.
Palabras que el Señor dirigió a Jeremías: “Levántate y baja a la casa del que trabaja la greda; allí te haré oír mis palabras”. Bajé, pues, donde el alfarero, que estaba haciendo un trabajo de torno. Pero el cántaro que estaba haciendo le salió mal, mientras amoldaba la greda. Lo volvió entonces a empezar, transformándolo en otro cántaro a su gusto. El Señor entonces me dirigió la palabra: “Yo puedo hacer lo mismo contigo, pueblo de Israel; como el barro en la mano del alfarero, así eres tú en mi mano”.
Una tradición todavía viva entre los indios del noroeste de América nos puede inspirar la actitud correcta frente a la actividad de estas manos que no nos dejan en paz, que no cesan de volver a moldearnos. “En las riberas de otro mar, otro alfarero se retira al final de sus días. Su vista se ofusca, sus manos tiemblan, llegó la hora de despedirse. Sigue el rito de la iniciación. El viejo alfarero ofrece al joven alfarero su pieza más valiosa. Así lo pide la tradición: el artista que se retira ofrece su obra maestra al artista que empieza. Y el joven alfarero no guarda este cántaro para contemplarlo y admirarlo, sino que lo tira al suelo, lo hace añicos, recoge los pedazos y los incorpora a su arcilla”.
Respecto a la tradición que hemos recibido se nos pide ser verdaderamente fieles a las intenciones fundacionales, lo cual no nos exige repetir, sino ponernos de camino. Se nos pide una fidelidad dinámica, que es continuidad con las intuiciones de los orígenes, con la obra de arte humana y espiritual de nuestros fundadores, pero al mismo tiempo teniendo la capacidad de volver a expresar el Evangelio en este mundo plural y secular, y buscando una convivencia posible en medio de nuestras diferencias y distancias.
3. Testigos dinámicos del Evangelio
Aunque con alusiones rápidas, quisiera retomar los cinco desplazamientos de la Sagrada Familia y sacar de ellos unas referencias para lograr una fidelidad dinámica, de tal manera que podamos vivir bien nuestra desubicación, hasta lograr estar a gusto y en casa en este mundo que no hemos escogido, que tal vez ni hemos deseado y que, si hubiera dependido de nosotros, tampoco hubiera existido.
1. El viaje de la anunciación: testigos de un Dios que nos hace vivos y fecundos
Si la vida religiosa tiene sentido dentro de nuestra cultura secular y laica, aunque muy sedienta de espiritualidad, ese sentido estriba en enseñar a todos que el cielo no está vacío, sino abierto sobre la tierra de los hombres, señalándoles con nuestra vida, que tenemos a un Padre, que engendra en nosotros una vida nueva. El testimonio de la primacía de Dios por sí solo no es suficiente: lo que convence es el testimonio de un Dios que nos da vida y fecundidad. A nivel personal y comunitario hoy podemos comprobar que el Espíritu Santo nos fecunda con una vida nueva, no nos deja tristes y apagados o áridos y estériles. Así daremos testimonio que Dios es un Dios de vivos y no de muertos.
2. El viaje a Hain-Karim testigos de una fraternidad/hermandad del sufrimiento
En nuestra cultura, marcada por la distancia y la diferencia, la vida religiosa tiene que mostrar que es posible vivir juntos como hermanos y hermanas, no a raíz de nuestras semejanzas, sino de nuestras distancias, parecidas a las distancias entre Judea y Galilea. Desde sus comienzos la vida religiosa se ha esmerado en esto: el hecho de aceptar en nuestro seno al Señor Jesús, nos transforma en hermanos y hermanas, y nos permite reconocer que estamos atados recíprocamente por lazos no de parentesco, sino de fe, porque todos tenemos al mismo Padre en los cielos. Es lo que aconteció entre Isabel y María. Logramos alcanzar la fraternidad de la distancia, lo cual es profecía para la cultura actual.
3. El viaje a Belén: guardianes de una promesa para hombres y mujeres que han perdido la esperanza.
El viaje a Belén es la realización de las promesas de Dios. Por supuesto, sólo por adelantado. En ese niño indefenso está encerrada la promesa de Dios para los hombres y mujeres que Él ama. “Gloria a Dios en lo más alto del cielo, y en la tierra, gracia y paz a los hombres” (Lc 2,14). Sólo cuando Él volverá, al final de los tiempos, la promesa tendrá su realización plena en todos y para todos. La vida religiosa, por su dimensión profética, en un mundo marcado por el sufrimiento y las contradicciones, y en una cultura sin escatología, tiene la tarea de guardar esta promesa, de manifestarla con su presencia y cercanía, inclusive cuando parece ser invalidada por la historia. Guardar las ilusiones de los demás, quiere decir manifestar a todos, por medio de nuestra presencia y cercanía, el buen éxito final de toda existencia. Quiere decir ser guardianes de esperanza para todos los que no la tienen. Quiere decir comunicar, por medio de nuestras actitudes: no tengan miedo, Dios guarda tu vida y la llevará su plenitud, “porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).
4. El viaje a Egipto: los signos de la pasión y compasión de Dios por los pobres
De los cinco viajes de la Sagrada Familia, éste es uno de los más actuales. Nos hace pensar en todos los inmigrantes que llegan cerca de nosotros, en nuestras costas. Los que no lo han logrado es porque han muerto en el mar. Además nos hace pensar a los que, una vez llegados, se quedan a los márgenes de nuestra sociedad; a todos los que son golpeados por la vida, por el consumismo, por una lógica sólo económica de ubicarse en la vida. A todos los desterrados de nuestra sociedad.
La vida religiosa está llamada a ser signo de la pasión y de la compasión de Dios hacia todos los pobres, los pequeños, los marginados, los excluidos. Es una mudanza urgente que nuestros fundadores y fundadoras no dudarían ni un minuto en realizar. Nos corresponde ubicarnos allí donde la vida es golpeada, disminuida, esclavizada, violada, explotada. En ese lugar, con nuestra paciencia, vamos a trabajar para derrotar a los nuevos faraones, para abrir nuevos éxodos, para trazar nuevos senderos en el desierto.
5. El regreso a Nazaret: carpinteros de humanidad con todos los hombres y mujeres de buena voluntad
Los treinta años de vida en Nazaret de Jesús, con María y José, nos motivan a adoptar su oficio, el de carpintero. Carpinteros de humanidad. Este rasgo de nuestra espiritualidad es una invitación a estar dentro de la vida concreta, humana, ordinaria; a asumir hasta las últimas consecuencias la laicidad de nuestra vida religiosa. Es la señal de una espiritualidad encarnada, que evita huidas espiritualistas, que se compromete a hacer más humano el mundo, nuestro entorno y las personas que encontremos; nos compromete a hacerlos todos sencillamente más humanos, según la humanidad de Jesucristo. Esto nos impulsa a trabajar indistintamente con todos, sin diferencia de religión o raza, a sentirnos constructores de humanidad con todos los que aman este mundo y quieren acercarlo progresivamente al Reino de Dios.
4. Emaús: una encarnación en el signo de la Pascua
El caso de los discípulos de Emaús es emblemático porque presenta la huída de una situación no deseada, la huída de una ciudad que los ha decepcionado. En el camino Jesús les plantea la pregunta crucial: “¿Qué es lo que vais conversando por el camino?”. Los discípulos están obligados a reconocer que están huyendo, que hablan sin esperanza, que hacen comentarios sin perspectiva. La Palabra de Jesús los ayuda a descubrir la dimensión pascual de lo que han vivido y a sentirse inundados por una nueva fuerza de vida. Esta vida nueva los devuelve con el corazón ardiendo al país de donde habían huido.
La pregunta se nos vuelve a plantear a nosotros: “¿De qué hablamos en nuestras reuniones, en nuestros diálogos interpersonales, en nuestros Capítulos?” Sólo una lectura pascual, de lo que estamos viviendo culturalmente y que experimentamos como familia religiosa, nos puede ayudar a vivir con renovada esperanza la dimensión nazarena de nuestro carisma. No entendemos nada de la espiritualidad de la Sagrada Familia si nos ponemos afuera de la clave interpretativa de la Pascua, afuera de una perspectiva de muerte y resurrección, de destierro y de éxodo, de terminación de un tipo de mundo para dar inicio a un mundo nuevo. Para ser verdaderamente Hermanos de la Sagrada Familia tenemos que vivir nuestra vida nazarena según una modalidad pascual, tenemos que aceptar nuestro destierro y transformarlo en un lento y trabajoso viaje, viviéndolo como un éxodo hacia una tierra prometida, dejándonos guiar por la poderosa mano de Dios. Lo tenemos que hacer por nosotros y para ofrecer una señal a todas las personas que encontremos en nuestro camino.
Villa Brea, 15 de abril de 2012
Hno. Enzo Biemmi
GABRIEL, UN HOMBRE DE FE
Hno. José Pineda
Este año en que la Iglesia ha proclamado “AÑO DE LA FE” nos viene que ni pintiparado para reflexionar sobre ese motor que debe mover nuestro espíritu y toda nuestra vida en general.
Remontándonos al comienzo de la historia de la salvación, nos topamos con la figura de Abraham considerado por varias religiones como prototipo de la fe. No podemos dejar de lado a María Madre de Jesús de Nazaret , ejemplo perenne de fe y de entrega a Dios que se cruza en su vida y la elige desde siempre para cooperar en la historia del amor al ser humano. Y desde entonces no han faltado los iconos que nos pueden servir de ejemplo en nuestro itinerario por el no siempre fácil camino de la creencia y convicción de nuestro ser en Alguien que dirige nuestros pasos a pesar de las torpezas humanas que siempre nos acompañarán en nuestra vida.
Pero permitidme que os presente a un hombre modelado desde su más tierna infancia por el troquel de la fe y aquilatado en un sinfín de momentos que nos ayudan a valorar más su figura.
Este hombre es GRABRIEL TABORIN, nuestro Hermano y Padre Fundador, probado en múltiples batallas de donde su fe siempre sobresalía agrandada y fortalecida.
Hombre de fe desde su más tierna edad cuando se entregaba a los rezos y devociones propias de los niños en múltiples facetas de piedad, demostrando la semilla de la fe sembrada en su corazón por sus progenitores.
Hombre de fe cuando en los primeros años de su juventud renuncia al destino paterno para entregarse a un estilo de vida que le llene de más ilusión y entrega.
Hombre de fe, cuando se ocupa de la formación de los niños en su juventud y al cuidado de los altares con actitudes llenas de convicción y de generosidad.
Hombre de fe, cuando busca el consejo de su director espiritual en Saint Claude y se pone al servicio del obispo.
Hombre de fe, cuando se rodea de los primeros compañeros que quieren compartir su ideal, pero que una, dos y tres veces le dejan solo experimentando la amargura del fracaso.
Hombre de fe, en Belmont, Genay, Hauteville, Champdor y otros tantos lugares de su peregrinación en busca del camino que le lleve al éxito y que tanto le hicieron sufrir.
Hombre de fe, en los momentos de la prueba por las acusacione; en los momentos de la pobreza de “su familia religiosa” por la cual se entrega a mendigar de puerta en puerta; en los momentos de incomprensión de personas de la iglesia que no entienden o no quieren entender su ideal.
Hombre de fe, en la “noche oscura” de los comienzos en Belley, dura prueba para él y para sus Hermanos y de la cual una vez más saldrá reconfortado con la bendición del Señor.
Hombre de fe, que busca ante todo el bien de su comunidad y no dura emprender la visita a Roma buscando la aprobación de la Iglesia, cosa nada fácil y a veces imposible.
Hombre de fe, que no descansa en buscar el bien para su naciente Congregación y que una y otra vez recibirá el desprecio de las autoridades de Francia por que le han marcado con el signo del desprecio para él y para su Congregación.
Hombre de fe, cuando algunos obispos quieren dirigirle por senderos que para él son incompatibles con su ideal al cual se aferra en contra de otras ideas y orientaciones.
Hombre de fe, cuando no tiene con qué alimentar a su numerosa comunidad y busca en la oración ante el Señor y en la generosidad de las hermanitas maristas solución a sus problemas.
Hombre de fe, cuando acude en curiosa visita a ver al santo de moda, el cura de ARS y cual dos amigos de Dios, estrechan una amistad llena de fe que siempre perdurará.
Hombre de fe, en las fundaciones de las distintas comunidades unas prometedoras de éxitos y otras, fuente de sufrimientos y desilusiones.
Hombre de fe, que no se acobarda por los fracasos, las dificultades y los sufrimientos y que le hacen seguir en la lucha hasta el final.
Hombre de fe, que le postrará en el lecho del dolor, entregando su alma generosa al Señor que le regaló el don de la fe y que cual siervo fiel la cultivó siempre como él mismo nos dirá.
Hombre de fe, ejemplo icono y modelo para nosotros los Hermanos, para los jóvenes y para todas las personas que quieran servirse de su vida como motivo de entrega al Señor y a los demás, hasta las últimas fuerzas.
Gabriel hombre de fe, que has sido la causa de que muchos de tus seguidores hayan seguido y sigan tu ejemplo como auténticos hombres de fe.
GABRIEL HOMBRE DE FE, ayúdanos en el camino de la fe. Que sepamos descubrir la voluntad de Dios en nuestras vidas, en nuestras comunidades y en todas nuestras obras, para que a tu ejemplo seamos también hombres de fe en la iglesia de hoy y en los lugares donde la Congregación nos envía para ser ejemplos de fe para los demás.
El Papa Benedicto XVI ha publicado el 29/06/2009 la encíclica CARITAS IN VERITATE sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
El Capítulo III de esta encíclica presenta la relación entre el desarrollo económico y la sociedad civil en términos de fraternidad. Este enfoque toca de cerca uno de los aspectos principales de la espiritualidad de la Familia SAFA: la fraternidad. Por eso presentamos el comienzo de este Capítulo 3, con la invitación a leerlo por completo, e incluso toda la encíclica. Será un buen medio para orientarnos en estos temas de la ética cristiana que se refieren a la economía y el desarrollo humano en el contexto de la globalización.
FRATERNIDADE,
DESENVOLVIMENTO ECONÓMICO E SOCIEDADE CIVIL
CAPÍTULO III
34. A caridade na verdade coloca o homem perante a admirável experiência do dom. A gratuidade está presente na sua vida sob múltiplas formas, que frequentemente lhe passam despercebidas por causa duma visão meramente produtiva e utilarista da existência. O ser humano está feito para o dom, que exprime e realiza a sua dimensão de transcendência. Por vezes o homem moderno convence-se, erroneamente, de que é o único autor de si mesmo, da sua vida e da sociedade. Trata-se de uma presunção, resultante do encerramento egoísta em si mesmo, que provém — se queremos exprimi-lo em termos de fé — do pecado das origens. Na sua sabedoria, a Igreja sempre propôs que se tivesse em conta o pecado original mesmo na interpretação dos fenómenos sociais e na construção da sociedade. « Ignorar que o homem tem uma natureza ferida, inclinada para o mal, dá lugar a graves erros no domínio da educação, da política, da acção social e dos costumes »[85]. No elenco dos campos onde se manifestam os efeitos perniciosos do pecado, há muito tempo que se acrescentou também o da economia. Temos uma prova evidente disto mesmo nos dias que correm. Primeiro, a convicção de ser auto-suficiente e de conseguir eliminar o mal presente na história apenas com a própria acção induziu o homem a identificar a felicidade e a salvação com formas imanentes de bem-estar material e de acção social. Depois, a convicção da exigência de autonomia para a economia, que não deve aceitar « influências » de carácter moral, impeliu o homem a abusar dos instrumentos económicos até mesmo de forma destrutiva. Com o passar do tempo, estas convicções levaram a sistemas económicos, sociais e políticos que espezinharam a liberdade da pessoa e dos corpos sociais e, por isso mesmo, não foram capazes de assegurar a justiça que prometiam. Deste modo, como afirmei na encíclica Spe salvi[86], elimina-se da história aesperança cristã, a qual, ao invés, constitui um poderoso recurso social ao serviço do desenvolvimento humano integral, procurado na liberdade e na justiça. A esperança encoraja a razão e dá-lhe a força para orientar a vontade[87]. Já está presente na fé, pela qual aliás é suscitada. Dela se nutre a caridade na verdade e, ao mesmo tempo, manifesta-a. Sendo dom de Deus absolutamente gratuito, irrompe na nossa vida como algo não devido, que transcende qualquer norma de justiça. Por sua natureza, o dom ultrapassa o mérito; a sua regra é a excedência. Aquele precede-nos, na nossa própria alma, como sinal da presença de Deus em nós e das suas expectativas a nosso respeito. A verdade, que é dom tal como a caridade, é maior do que nós, conforme ensina Santo Agostinho[88]. Também a verdade acerca de nós mesmos, da nossa consciência pessoal é-nos primariamente « dada »; com efeito, em qualquer processo cognoscitivo, a verdade não é produzida por nós, mas sempre encontrada ou, melhor, recebida. Tal como o amor, ela « não nasce da inteligência e da vontade, mas de certa forma impõe-se ao ser humano »[89].
Enquanto dom recebido por todos, a caridade na verdade é uma força que constitui a comunidade, unifica os homens segundo modalidades que não conhecem barreiras nem confins. A comunidade dos homens pode ser constituída por nós mesmos; mas, com as nossas simples forças, nunca poderá ser uma comunidade plenamente fraterna nem alargada para além de qualquer fronteira, ou seja, não poderá tornar-se uma comunidade verdadeiramente universal: a unidade do género humano, uma comunhão fraterna para além de qualquer divisão, nasce da convocação da palavra de Deus-Amor. Ao enfrentar esta questão decisiva, devemos especificar, por um lado, que a lógica do dom não exclui a justiça nem se justapõe a ela num segundo tempo e de fora; e, por outro, que o desenvolvimento económico, social e político precisa, se quiser ser autenticamente humano, de dar espaço ao princípio da gratuidade como expressão de fraternidade.