CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS
HERMANO GABRIEL TABORIN
(1799 -1964)
Fundador de los Hermanos de la
SAGRADA FAMILIA de Belley
“Desde los orígenes de la Iglesia, hubo hombres y mujeres que quisieron, por la práctica de los consejos evangélicos, seguir más libremente a Cristo e imitarlo más fielmente y que, cada uno a su modo, llevaron una vida consagrada a Dios. Muchos entre ellos, bajo el impulso del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o bien fundaron familias religiosas, que la Iglesia acogió de buen grado y aprobó con su autoridad”. (Concilio Ecuménico Vaticano II. Decreto sobre la adaptación y la renovación de la vida religiosa: “Perfectae. Caritatis”, 1).
Uno de esos hombres es el Siervo de Dios Gabriel Taborin, quien, con generosidad y perseverancia, imitó a Cristo por medio de la práctica de las consejos evangélicos y que, impulsado por una caridad muy grande, fundó, para la salvación de las almas y en
medio de innumerables, dificultades y tribulaciones, una comunidad laical de vida consagrada llamada “Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia”, para el apostolado entre la juventud y para prestar servicio al clero.
El Siervo de Dios nació en Belleydoux, en la diócesis de Belley, el 1º de noviembre de 1799. Era hijo de Claudio José Taborin y de María Josefa Poncet-Montange. Recibió ese mismo día, el sacramento del Bautismo en la parroquia de
su pueblo natal y a los 11 años hizo la Primera Comunión. En 1813, recibió en Oyonnax, el sacramento de la Confirmación de manos del Cardenal Joseph Fesch.
Luego de los estudios realizados en Plagne y en Chatillon de Michaille, volvió a su pueblo natal, donde ayudó al cura párroco como sacristán, cantor, catequista y maestro. En 1820, mientras participaba en una misión popular en Saint Claude, decidió consagrarse a
Dios conservando su calidad de laico.
Dejó a su familia en
1.824 y fue a Saint Claude. Allí, con algunos jóvenes fundó “Los Hermanos de San José” y comenzó su apostolado dirigiendo una escuela y prestando servicio en la catedral de esta ciudad.
Abandonado pronto por sus compañeros, durante varios años y en diversas localidades, fue catequista itinerante hasta que, en 1827, pudo encontrar a Monseñor Alexandre Raymond Devie, Obispo de Belley, quien comprendió su deseo de perfección y su ideal apostólico; éste le prometió ayudarlo, cosa que realizó con generosidad. En Belmont, el Hno. Gabriel pudo abrir en 1829, un pensionado para jóvenes
y en 1835, logró finalmente fundar el “Instituto de los Hnos. de la Sagrada Familia”, que dirigió hasta su muerte, con prudencia y gran dedicación, como Superior General. El 3 de noviembre
de 1838, hizo sus votos perpetuos en el mismo momento en que once novicios realizaban su primera profesión religiosa. Tuvo la alegría de ver desarrollar su comunidad y sus obras apostólicas y de obtener para su Instituto, la aprobación de la Santa Sede. Consumido por tanta fatiga, su vida se apagó en Belley el 24 de noviembre de 1864.
La época en la cual vivió el Hno. Gabriel, estuvo marcada por cambios políticos, sociales y persecuciones contra la Iglesia, que no desarraigaron la fe cristiana del pueblo francés, sobre todo en el campo.
Había heredado de sus padres la fe cristiana y cualidades humanas como el amor al trabajo y la constancia.
Con el tiempo, conoció los males que habla traído consigo la Revolución, vio lo que había que hacer y se puso a disposición de la parroquia y de la diócesis a fin de que la fe
y la institución se transformaran en patrimonio espiritual de todos, especialmente los más necesitados, los de las pequeñas comunas del campo.
Participó así del Renacimiento cristiano en Francia al cual se consagraron otras célebres personalidades; finalmente con el apoyo y sostén de su obispo, realizó la fundación del Instituto que hoy continúa su obra.
Su vida y sus obras se explican a la luz de sus cualidades espirituales y sus dones a nivel humano; pero, penetrando en su interior, podemos descubrir la clave de su acción y cómo las virtudes son la expresión de su alma.
La Fe, don sobrenatural, era en él luminosa y firme y le enseñó el porqué de la vida; ella no lo abandonó jamas. Las ofertas de seguridad humana y los cálculos de una vida tranquila, no lo alejaron de su ideal, que el sentía como voluntad de Dios.
El decía a menudo: “Me ha sucedido a veces de haber realizado solamente telarañas, pero he tenido siempre en vista la gloria de Dios y la salvación de las almas
Hacia el fin de su vida él se expresaba así hablando de su obra, que tenía la costumbre de considerar una obra querida por Dios: “Yo he tenido tanto coraje y tanta certidumbre de que Dios quiere nuestro Instituto, que si todos me abandonaran, recomenzaría como si nada hubiera pasado
Supo conservar y acrecentar ese don de la fe que había recibido en el Bautismo, alimentándose con la oración y recogiendo graciosamente las enseñanzas de su párroco. Fue tan dócil a los consejos recibidos, como generoso para beneficiar con ellos a otros.
Su manera de situarse en la Iglesia como auxiliar, lo llevó a apreciar lo menos evidente: la enseñanza a los pequeños, a los olvidados campesinos; dictar el catecismo, tener predilección por las ceremonias del culto, especialmente el canto, actividades que lo entusiasmaban tanto, que las prefería a las más altas dignidades humanas.
En su juventud, practicó la humildad sin hablar de ello, pero más tarde, en la edad adulta, cuando se puso a trazar una guía espiritual para sus Hermanos, llamó a la humildad la virtud particular del Instituto que él habla fundado.
Esta fue una de sus virtudes predilectas en la que hizo progresos en la escuela de la Sagrada Familia, que él gustaba contemplar bajo el humilde techo de Nazaret, tanto que él llamaba “la vida escondida en Nazaret” la de los augustos Patronos elegidos para su Instituto.
Otra virtud que lo caracterizaba singularmente, una virtud casi natural, fue la Fortaleza.
Esa virtud, unida a una gran fe, le permitió sobrellevar dificultades de todo tipo.
Fue necesario un coraje poco común para permanecer fiel a su ideal: ser apóstol en los medios menos acomodados, fundar siendo laico y sin la preparación requerida, un Instituto de vida consagrada, formar religiosos y educadores.
Cuando dejó la casa paterna para realizar su ideal, no tenía más que seis francos en el bolsillo; y poco después reunió a cinco jóvenes en su entorno, que pronto lo dejaron solo hasta que la Providencia le hizo encontrar al Obispo de Belley, quien le prometió apoyo y sostén y se transformó en su director espiritual: moderando su entusiasmo, aconsejándolo en la acción, formando su alma para que se transformara en el guía de sus discípulos.
La confianza en Dios fue compañera de su coraje; como una savia espiritual, ella ha sido la virtud que lo sostuvo en las dificultades, incomprensiones y en la pobreza de medios. Gracias a esta confianza, él elevaba un himno a la Providencia que nunca le falló “Ya que Dios creó el mundo, podría olvidar a aquellos que se consagraron a El?”.
Pero estas virtudes, aunque sean dones gratuitos de Dios, no se desarrollaron sin la cooperación del Siervo de Dios, que fue constante, utilizando en particular la oración.
Siendo muy niño, había aprendido a rezar, participando en la liturgia de su parroquia, en el catecismo, en los debates o discusiones espirituales de la diócesis. A los 16 años se inscribió en la Cofradía de María Auxiliadora; le gustaba resaltar el sábado por el canto de las letanías de la Virgen. Con gran alegría, esperaba llegara el mes de mayo para celebrar con renovado entusiasmo las alabanzas a María.
Si bien los rasgos de su espiritualidad son marianos, también tenía un gran amor por Jesús Eucarístico, que le sugirió la segunda finalidad de su apostolado. Esto nos es confirmado par el Hno. Amadeo, su sucesor, cuando escribe: “Es a su amor por Jesús-Hostia
que debemos la fundación de nuestro Instituto”. Para el Hno. Gabriel no había nada suficientemente bello, precioso y decorativo cuando se trataba del altar.
Eligiendo a Jesús, María y José como patronos de su Instituto, él sintetizó su espiritualidad de amor hacia el Dios oculto; queriendo imitar en eso al Divino Maestro, escondido en Nazaret y velado, pero misteriosamente presente en la Eucaristía.
Manifestó también su amor a Dios, amando a sus Hermanos, para quienes fundó el Instituto: la conversación con Dios lo llevó a ser apóstol entre los hombres y particularmente entre los jóvenes. Pero es sobre todo como Fundador y Superior, que él manifestó toda su grandeza de alma, particularmente sensible al bien de sus religiosos. No medía las fatigas y los viajes para visitarlos en sus residencias. Cuando se trataba de librar a un Hermano de un pesar, un problema de conciencia o de un peligro para su alma, nada le costaba.
Era feliz con reunirlos cada año en la casa de noviciado para los ejercicios espirituales. De sus relaciones epistolares, nos queda, fuera de sus numerosas cartas, una recopilación de sus Circulares en las cuales su corazón y su inteligencia se consagraban a esclarecer, corregir, estimular al bien y perdonar.
En ellas, él compartía su amor pues sus Hermanos formaban una familia unida, no solamente por sus intereses apostólicos, sino también por el espíritu y el corazón.
Este ardor apostólico, su dedicación a los otros, fue recompensada en parte, por la amistad del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney quien, en un primer encuentro lo llamó “amigo de Dios”; más tarde, ellos intercambiaron ayudas y servicios con la humildad que caracterizaba estas dos almas, hechas para comprenderse.
Por su actitud tan ferviente en la imitación de Cristo y en el servicio de la Iglesia y de las almas, el Siervo de Dios, goza de una reputación de santidad ya en vida. Esta reputación continuó después de su muerte, pero la Causa de la Canonización fue, por razones externas, introducida más bien tardíamente, con la celebración del Proceso Ordinario Informativo,(1956 – 1959), cerca del obispado de Belley. El 13 de junio de 1966, fue proclamado el decreto sobre los escritos. “La Positio super virtutibus”, preparada bajo la dirección del Oficio Histórico-Hagiográfico de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, fue sometida al examen de los consultores historiadores en la sesión del 15 de octubre de 1985. El 16 de marzo de 1990 apareció el decreto sobre la validez jurídica del proceso ordinario informativo. Los consultores teológicos, en ocasión del “Congreso Peculiar” del 11
de diciembre del mismo año, presidido por el Promotor de la Fe, Monseñor Antonio Petti, respondió afirmativamente, a la pregunta que se les había planteado. Los Padres, Cardenales y Obispos, en la “Congregación Ordinaria” del 10 de mayo de 1991, donde el Ponente de la Causa fue su Exc. Monseñor Angelo Palmas, Arzobispo titular de Vibiana, reconocieron que el Siervo de Dios Gabriel Taborin, practicó en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y las que de ellas derivan.
El Cardenal Prefecto abajo firmante, hizo un relato muy exacto de todo esto al Soberano Pontífice Juan Pablo II y, de acuerdo con los votantes de la Congregación para las Causas de los Santos, ordenó que fuese publicado el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes del Siervo de Dios.
Luego de ello, hoy, en presencia del Cardenal abajo firmante, del Ponente de la Causa y de mí mismo, Obispo Secretario de la Congregación, y las otras personas convocadas según lo acostumbrado, el Santo Padre, declaró solemnemente: “Se reconoce en el Siervo de Dios Gabriel Taborin, Fundador del Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia de Belley, las virtudes de la Fe, Esperanza y Caridad en un grado heroico en lo concerniente a Dios y al prójimo como también las virtudes cardinales de Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza y otras que derivan de ellas.
Ordeno que este decreto de derecho público, sea conservado en las “Actas de la Congregación de las Causas de los Santos”.
Dado en Roma el 14 de mayo de 1991.
ANGELUS FELICI, Prefecto.
EDUARDUS NOWAK, Arzobispo titular Lunen. Secretario.