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LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
El misterio de la encarnación no se revela sólo en la concepción y en el nacimiento, sino también en la vida de familia en la cual Jesús se manifiesta hombre y su presencia llega hasta nosotros en la EUCARISTÍA. La fiesta de la Sagrada Familia recuerda a la Iglesia que es familia y pueblo de Dios y a cada familia que ella es una “Iglesia doméstica”
CICLO A
Primera lectura: Sir 3,2-6.12-14: Las virtudes familiares
Salmo responsorial: 127,1-2.3.4.5b. R: Dichosos los que habitan en tu casa, Señor.
Segunda lectura: Col 3,12-21: Vivir unidos en el Señor
Evangelio: Mt 2,13-15.19-23: La Sagrada Familia en Egipto y en Nazaret
1. LA FAMILIA DE JESÚS, SALVADOR DE SU PUEBLO
La Encarnación del Hijo de Dios conlleva también su inserción en una familia humana y en el pueblo elegido. La Iglesia iluminada por la Palabra de Dios, descubre desde el comienzo el significado salvífico de los acontecimientos vividos por la Familia de Jesús. “Toda la vida de Cristo es revelación del Padre: sus palabras, sus acciones, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar” (CIC 516).
El Ciclo A destaca un aspecto central de la historia de la salvación: Para salvar al hombre, el Hijo de Dios a tomado la condición humana y ha vivido con su familia la experiencia de la salvación del pueblo de Israel.
De esta manera él realiza lo que su nombre significa: Jesús es la salvación y la liberación definitiva de Dios para todos los hombres.
El VERBO al encarnarse en un pueblo elegido, en una familia elegida (La de José y María) en la cual él vivió todas experiencias de su pueblo amado por Dios= La Sagrada Familia participará a todas las experiencias de la Iglesia y de cada familia.
CICLO B
Primera lectura: Gn 15,1-6;21,1-3: Dios promete una descendencia a Abraham
Salmo responsorial: 104: R: El Señor nunca olvida sus promesas (Alianza)
Segunda lectura: Hebreos 11,8.11-12.17-19. La fe de los antepasados del Mesías.
Evangelio: Lc 2,22-40: La Sagrada Familia ofrece a su Hijo al Padre en le templo.
2. LA FAMILIA DE JESÚS LUZ PARA LAS NACIONES
La referencia al misterio pascual de Cristo constituye el hilo conductor de los evangelios de la infancia. Sobre ellos los evangelistas han proyectado la luz de la Pascua, para subrayar algunos acontecimientos de los primeros momentos de la vida de Jesús y de los que lo rodeaba.
En la mesa del ciclo B, el tema “Jesús luz de las naciones” presentado al templo por María y José, ocupa el lugar central. En el episodio de la presentación al templo (Lc 2,22-35) la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha visto, un misterio de salvación: Ella ha revelado la continuidad de la ofrenda fundamental que Jesús hace a su Padre entrando en el mundo (Hb 10,5-7); Ella ha visto también la universalidad de la salvación proclamada por Simeón, porque saludando en el niño Jesús la luz para iluminar a las naciones y la gloria de Israel (Cfr. Lc 2,3); ella ha reconocido la referencia profética a la pasión de Cristo. En efecto las palabras de Simeón relacionan en una única profecía el Hijo “signo de contradicción” ( Lc 2,24) y la Madre a la cual una espada le traspasará el alma. (Cfr Lc 2,35) y se realizará en el monte Calvario (Mc 20; Cfr RC 13)
Es empezando de esta ofrenda al Templo que Jesús llega a ser LUZ PARA LAS NACIONES.
CICLO C
Primera lectura: 1Sam 1,20-22.24-28: El Señor dona el hijo
Salmo responsorial: 83, 3, 4, 5-6, 9-10: R Señor, dichosos los que viven en tu casa.
Segunda lectura: 1Jn 3,1-2.21-24
Evangelio: Lc 2,41-52: Los padres encuentran a Jesús en el Templo cerca de su Padre.
3. LA FAMILIA DE JESÚS, HIJO DE DIOS.
La revelación de la identidad de Jesús ocupa un lugar central en el Nuevo Testamento. Los primeros en acercarse a este misterio han sido María y José que desde el comienzo contestaron con la obediencia de la fe a las indicaciones dadas por el ángel, relativas al hijo que iba a nacer y que ellos acogieron en su familia. Esta Misa del Ciclo C presenta y celebra al Cristo que en el Templo revela su identidad de “Hijo”.
En este episodio del Evangelio “Jesús deja vislumbrar el misterio de la consagración total a una misión que le pertenece por su filiación divina” (CIC 524). El evangelista presenta ese acontecimiento con categorías pascuales que ayudan a ubicarlo en el conjunto de la vida de Jesús. Las primeras palabras de Jesús en el Evangelio (“Debo ocuparme en las cosas de mi Padre”) manifiestan su obediencia a la voluntad del Padre. Este primer viaje a Jerusalén para la fiesta de Pascua puede ser considerado como la anticipación de aquel otro viaje de su vida pública que culminará con la pasión, muerte y resurrección.
La misión de Cristo es ligada a su identidad de HIJO. Él viene a revelarnos cómo llegamos a ser hijo de Dios y por consecuencia, hermanos…
LA PRESENCIA DE LA SAGRADA FAMILIA
EN NUESTRAS CONSTITUCIONES
C/5. La Sagrada Familia da son nombre al Instituto e inspira la espiritualidad de los Hermanos.
Hay diferentes maneras de acercarse al tema de cómo nuestras Constituciones nos presentan la Sagrada Familia y orientan nuestras relaciones hacia ella.
El camino “ascendente” consiste en: el amor de base empieza por el culto a la Sagrada Familia (=confidencia, oración, alabanza…) Un verdadero culto no se conforma con palabras o a las oraciones, el busca de vivir como la Sagrada Familia. La imitación se concentra en las “virtudes de familiares”, porque ellas son las características de un grupo de personas que se relacionan entre sí y con… Cuando la imitación, llega ser una característica constante de la vida, gracias a la fuerza del Espíritu, la llamamos espiritualidad. Este es el camino indicado a los hermanos en las Constituciones y en todos los ámbitos de su vida (oración, votos, relaciones fraternas, formación etc.)
Podríamos también retomar esta realidad para una lectura “teológica” según la característica a tres dimensione de la “traditio fidei (el contenido fundamental de nuestra fe) la verdad, la moral, el culto. En este caso tendríamos:
El contenido de nuestra espiritualidad:
Las fuentes bíblicas (principales)
Mt 1 y 2: al comienzo de una genealogía que remonta a David y a Abraham, le Hijo de María esposa de José es nombrada por él como JESÚS (el Señor salva)
Lc 1 y 2 y 4: JESÜS, concebido a Nazaret por María, esposa de José, recibe en Nazaret la investidura profética. Su identidad e importancia son evidenciadas con dos anunciaciones, una visita, dos nacimientos, una presentación al Templo. …
La base teológica
En Nazaret se manifiesta el plan de salvación: para salvar al hombre Dios se hace hombre en Jesús; y también, Dios quiere salvar al hombre en comunión con sus hermanos (=pueblo de Dios, Iglesia, familia…). El misterio (la realidad revelada que nos salva): el VERBO que existe desde siempre (San Juan) es el HIJO de Dios que se hizo hombre en María esposa de José. El Hijo de Dios, Jesús, nace en la familia de José y María a Nazaret. Desde Nazaret lleva su encarnación hasta su última visibilidad en el sacramento de la Eucaristía.
El culto
El culto es sobre todo nuestro encuentro con Dios y con la Sagrada Familia. Consiste en celebrar la vida que se desprende. El Culto comienza por la confianza en Dios, en la Sagrada Familia, se concretiza en la petición de ayuda, crece con la confianza que nos impulsa a elegirlos como “patronos”, imitarlos, que se hace devoción (=les dedicamos confiadamente toda nuestra vida), llega ser imitación. Cuando todo eso llega ser una expresión constante de nuestra vida, por el don del Espíritu Santo nosotros llegamos a la “espiritualidad”.
Los artículos 5.6.7.8.9 de nuestras Constituciones nos ofrecen el fundamento bíblico y teológico. Las demás artículos (en todo hay 31 citas explícitas de la Sagrada Familia) sacan las consecuencias “morales” (imitación, virtud,…) u orientan hacia un culto que es expresión de nuestra vida espiritual. En cada momento importante de nuestra vida de Hermanos hay una indicación que se refiere a la Sagrada Familia. La Sagrada Familia es como “la regla viviente” para nuestra vida de Hermanos.
DÍA DE REFLEXIÓN-ADVIENTO 2008
«La palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas en práctica» (Dt 30,14). «Hijo de hombre, todas las palabras que yo te dirija, guárdalas en tu corazón y escúchalas atentamente» (Ez 3,10).
Os invito a centrar nuestra reflexión, oración, diálogo y discernimiento en el mensaje enviado por el Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios .En él podemos encontrar reflejados los elementos esenciales, los pilares de nuestra vida espiritual. Nos propone un viaje espiritual que se desarrolla en cuatro etapas .Los podemos relacionar con los momentos claves de nuestros proyectos de vida personal y comunitario.
I. LA VOZ DE LA PALABRA: LA REVELACIÓN
-La Comunidad de Hermanos una presencia
– Historia personal, comunitaria, provincial, en “clave de salvación”
La Palabra divina eficaz, creadora y salvadora, está en el principio del ser y de la historia, de la creación y la redención. El Señor sale al encuentro de la humanidad proclamando:”Lo digo y lo hago “(Ez 37,14).
1. – “El Señor os habló desde el fuego, y vosotros escuchabais el sonido de sus palabras,, pero no percibían ninguna figura: sólo se oía la voz» (Dt 4,12). Es Moisés quien habla, evocando la experiencia vivida por Israel en la dura soledad del desierto del Sinaí. El Señor se había presentado, no como una imagen o una efigie o una estatua similar al becerro de oro, sino con “rumor de palabras”. Es una voz que había entrado en escena en el preciso momento del comienzo de la creación, cuando había rasgado el silencio de la nada: «En el principio… dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz… En el principio existía la Palabra… y la Palabra era Dios … Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada» (Gn 1, 1.3; Jn 1, 1-3).
2.- Lo creado no nace de una lucha intradivina, como enseñaba la antigua mitología mesopotámica, sino de una palabra que vence la nada y crea el ser. Canta el Salmista: «Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el aliento de su boca todos sus ejércitos … pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo» (Sal 33, 6.9). Y san Pablo repetirá «Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean» (Rm 4, 17). Tenemos de esta forma una primera revelación “cósmica” que hace que lo creado se asemeje a una especie de inmensa página abierta delante de toda la humanidad, en la que se puede leer un mensaje del Creador: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia. Sin hablar y sin palabras, y sin voz que pueda oírse, por toda la tierra resuena su proclama, por los confines del orbe» (Sal 19, 2-5).
3.- Pero la Palabra divina también se encuentra en la raíz de la historia humana. El hombre y la mujer, que son «imagen y semejanza de Dios» (Gn 1, 27) y que por tanto llevan en sí la huella divina, pueden entrar en diálogo con su Creador o pueden alejarse de él y rechazarlo por medio del pecado. Así pues, la Palabra de Dios salva y juzga, penetra en la trama de la historia con su tejido de situaciones y acontecimientos: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor … conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para sacarlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa …» (Ex 3, 7-8). Hay, por tanto, una presencia divina en las situaciones humanas que, mediante la acción del Señor de la historia, se insertan en un plan más elevado de salvación, para que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2,4).
II. EL ROSTRO DE LA PALABRA: JESUCRISTO
En este recorrido espiritual lo principal es el encuentro con la Palabra, con Cristo. En el centro de la Revelación está la Palabra divina transformada en rostro; el fin último del conocimiento de la Biblia no está ” en una decisión ética o una gran idea, sino en el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”(Deus caritas est,1).
4. En el original griego son sólo tres las palabras fundamentales: Lógos, sarx, eghéneto, «el Verbo/Palabra se hizo carne». Sin embargo, éste no es sólo el ápice de esa joya poética y teológica que es el prólogo del Evangelio de san Juan (1, 14), sino el corazón mismo de la fe cristiana. La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible acercarse a ella directamente pidiendo, como hizo aquel grupo de griegos presentes en Jerusalén: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 20-21). Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (42, 5).
Cristo es «la Palabra que está junto a Dios y es Dios», es «imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación» (Col 1, 15); pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local, que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura. El Jesucristo real es, por tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad, misterio: Aquel que nos ha revelado el Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn 1, 18). El Hijo de Dios sigue siendo el mismo aún en ese cadáver depositado en el sepulcro y la resurrección es su testimonio vivo y eficaz.
5. Así pues, la tradición cristiana ha puesto a menudo en paralelo la Palabra divina que se hace carne con la misma Palabra que se hace libro. Es lo que ya aparece en el Credo cuando se profesa que el Hijo de Dios «por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen», pero también se confiesa la fe en el mismo «Espíritu Santo que habló por los profetas». El Concilio Vaticano II recoge esta antigua tradición según la cual «el cuerpo del Hijo es la Escritura que nos fue transmitida» – como afirma san Ambrosio (In Lucam VI, 33) – y declara límpidamente: «Las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13).
En efecto, la Biblia es también “carne”, “letra”, se expresa en lenguas particulares, en formas literarias e históricas, en concepciones ligadas a una cultura antigua, guarda la memoria de hechos a menudo trágicos, sus páginas están surcadas no pocas veces de sangre y violencia, en su interior resuena la risa de la humanidad y fluyen las lágrimas, así como se eleva la súplica de los infelices y la alegría de los enamorados. Debido a esta dimensión “carnal”, exige un análisis histórico y literario, que se lleva a cabo a través de distintos métodos y enfoques ofrecidos por la exégesis bíblica. Cada lector de las Sagradas Escrituras, incluso el más sencillo, debe tener un conocimiento proporcionado del texto sagrado recordando que la Palabra está revestida de palabras concretas a las que se pliega y adapta para ser audible y comprensible a la humanidad.
6.- Éste es un compromiso necesario: si se lo excluye, se podría caer en el fundamentalismo que prácticamente niega la encarnación de la Palabra divina en la historia, no reconoce que esa palabra se expresa en la Biblia según un lenguaje humano, que tiene que ser descifrado, estudiado y comprendido, e ignora que la inspiración divina no ha borrado la identidad histórica y la personalidad propia de los autores humanos. Sin embargo, la Biblia también es Verbo eterno y divino y por este motivo exige otra comprensión, dada por el Espíritu Santo que devela la dimensión trascendente de la Palabra divina, presente en las palabras humanas.
III. LA CASA DE LA PALABRA: LA IGLESIA
-Una presencia significativa
-Vida de oración
– Vida fraterna
Como la sabiduría divina en el Antiguo Testamento, había edificado su casa en la ciudad de los hombres y de las mujeres, sosteniéndola sobre sus siete columnas (cf. Pr 9, 1), también la Palabra de Dios tiene una casa en el Nuevo Testamento: es la Iglesia que posee su modelo en la comunidad-madre de Jerusalén, la Iglesia, fundada sobre Pedro y los apóstoles y que hoy, a través de los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, sigue siendo garante, animadora e intérprete de la Palabra (cf. LG 13). Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (2, 42), esboza la arquitectura basada sobre cuatro columnas ideales, que aún hoy dan testimonio de las diferentes formas de comunidad eclesial: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan, y en las oraciones».
a)- Anuncio, catequesis, homilía
7. En primer lugar, esto es la didaché apostólica, es decir, la predicación de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo, en efecto, nos reprende diciendo que «la fe por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo» (Rm 10, 17). Desde la Iglesia sale la voz del mensajero que propone a todos el kérygma, o sea el anuncio primario y fundamental que el mismo Jesús había proclamado al comienzo de su ministerio público: «el tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. (Arrepentíos! Y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Los apóstoles anuncian la inauguración del Reino de Dios y, por lo tanto, de la decisiva intervención divina en la historia humana, proclamando la muerte y la resurrección de Cristo: «En ningún otro hay salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos» (Hch 4, 12). El cristiano da testimonio de su esperanza: «háganlo con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia», preparado sin embargo a ser también envuelto y tal vez arrollado por el torbellino del rechazo y de la persecución, consciente de que «es mejor sufrir por hacer el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por hacer el mal» (1 Pe 3, 16-17).
En la Iglesia resuena, después, la catequesis que está destinada a profundizar en el cristiano «el misterio de Cristo a la luz de la Palabra para que todo el hombre sea irradiado por ella» (Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 20). Pero el apogeo de la predicación está en la homilía que aún hoy, para muchos cristianos, es el momento culminante del encuentro con la Palabra de Dios. En este acto, el ministro debería transformarse también en profeta. En efecto, Él debe con un lenguaje nítido, incisivo y sustancial y no sólo con autoridad «anunciar las maravillosas obras de Dios en la historia de la salvación» (SC 35) – ofrecidas anteriormente, a través de una clara y viva lectura del texto bíblico propuesto por la liturgia – pero que también debe actualizarse según los tiempos y momentos vividos por los oyentes, haciendo germinar en sus corazones la pregunta para la conversión y para el compromiso vital: «¿qué tenemos que hacer?» (He 2, 37).
El anuncio, la catequesis y la homilía suponen, por lo tanto, la capacidad de leer y de comprender, de explicar e interpretar, implicando la mente y el corazón. En la predicación se cumple, de este modo, un doble movimiento. Con el primero se remonta a los orígenes de los textos sagrados, de los eventos, de las palabras generadoras de la historia de la salvación para comprenderlas en su significado y en su mensaje. Con el segundo movimiento se vuelve al presente, a la actualidad vivida por quien escucha y lee siempre a la luz del Cristo que es el hilo luminoso destinado a unir las Escrituras. Es lo que el mismo Jesús había hecho – como ya dijimos – en el itinerario de Jerusalén a Emaús, en compañía de sus dos discípulos. Esto es lo que hará el diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza, cuando junto al funcionario etíope instituirá ese diálogo emblemático: «¿Entiendes lo que estás leyendo? […] )Cómo lo voy a entender si no tengo quien me lo explique?» (Hch 8, 30-31). Y la meta será el encuentro íntegro con Cristo en el sacramento. De esta manera se presenta la segunda columna que sostiene la Iglesia, casa de la Palabra divina.
b) Fracción del pan
8. Es la fracción del pan. La escena de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) una vez más es ejemplar y reproduce cuanto sucede cada día en nuestras iglesias: en la homilía de Jesús sobre Moisés y los profetas aparece, en la mesa, la fracción del pan eucarístico. Éste es el momento del diálogo íntimo de Dios con su pueblo, es el acto de la nueva alianza sellada con la sangre de Cristo (cf. Lc 22, 20), es la obra suprema del Verbo que se ofrece como alimento en su cuerpo inmolado, es la fuente y la cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La narración evangélica de la última cena, memorial del sacrificio de Cristo, cuando se proclama en la celebración eucarística, en la invocación del Espíritu Santo, se convierte en evento y sacramento. Por esta razón es que el Concilio Vaticano II, en un pasaje de gran intensidad, declaraba: «La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo» (DV 21). Por esto, se deberá volver a poner en el centro de la vida cristiana «la Liturgia de la Palabra y la Eucarística que están tan íntimamente unidas de tal manera que constituyen un solo acto de culto» (SC 56).
c) Liturgia de las Horas, Lectio divina
9. La tercera columna del edificio espiritual de la Iglesia, la casa de la Palabra, está constituida por las oraciones, entrelazadas – como recordaba san Pablo – por «salmos, himnos, alabanzas espontáneas» (Col 3, 16). Un lugar privilegiado lo ocupa naturalmente la Liturgia de las horas, la oración de la Iglesia por excelencia, destinada a marcar el paso de los días y de los tiempos del año cristiano que ofrece, sobre todo con el Salterio, el alimento espiritual cotidiano del fiel. Junto a ésta y a las celebraciones comunitarias de la Palabra, la tradición ha introducido la práctica de la Lectio divina, lectura orante en el Espíritu Santo, capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente.
Ésta se abre con la lectura (lectio) del texto que conduce a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido práctico: ¿qué dice el texto bíblico en sí? Sigue la meditación (meditatio) en la cual la pregunta es: ¿qué nos dice el texto bíblico? De esta manera se llega a la oración (oratio) que supone otra pregunta: )qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra? Se concluye con la contemplación (contemplatio) durante la cual asumimos como don de Dios la misma mirada para juzgar la realidad y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?
Frente al lector orante de la Palabra de Dios se levanta idealmente el perfil de María, la madre del Señor, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51), – como dice el texto original griego – encontrando el vínculo profundo que une eventos, actos y cosas, aparentemente desunidas, con el plan divino. También se puede presentar a los ojos del fiel que lee la Biblia, la actitud de María, hermana de Marta, que se sienta a los pies del Señor a la escucha de su Palabra, no dejando que las agitaciones exteriores le absorban enteramente su alma, y ocupando también el espacio libre de «la parte mejor» que no nos debe abandonar (cf. Lc 10, 38-42).
d) La comunión fraterna
10. Aquí estamos, finalmente, frente a la última columna que sostiene la Iglesia, casa de la Palabra: la koinonía, la comunión fraterna, otro de los nombres del ágape, es decir, del amor cristiano. Como recordaba Jesús, para convertirse en sus hermanos o hermanas se necesita ser «los hermanos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8, 21). La escucha auténtica es obedecer y actuar, es hacer florecer en la vida la justicia y el amor, es ofrecer tanto en la existencia como en la sociedad un testimonio en la línea del llamado de los profetas que constantemente unía la Palabra de Dios y la vida, la fe y la rectitud, el culto y el compromiso social. Esto es lo que repetía continuamente Jesús, a partir de la célebre admonición en el Sermón de la montaña: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21). En esta frase parece resonar la Palabra divina propuesta por Isaías: «Este pueblo se me acerca con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí» (29, 13). Estas advertencias son también para las iglesias que no son fieles a la escucha obediente de la Palabra de Dios.
Por ello, ésta debe ser visible y legible ya en el rostro mismo y en las manos del creyente, como lo sugirió san Gregorio Magno que veía en san Benito, y en los otros grandes hombres de Dios, los testimonios de la comunión con Dios y sus hermanos, con la Palabra de Dios hecha vida. El hombre justo y fiel no sólo “explica” las Escrituras, sino que las “despliega” frente a todos como realidad viva y practicada. Por eso es que la viva lectio, vita bonorum o la vida de los buenos, es una lectura/lección viviente de la Palabra divina. Ya san Juan Crisóstomo había observado que los apóstoles descendieron del monte de Galilea, donde habían encontrado al Resucitado, sin ninguna tabla de piedra escrita como sucedió con Moisés, ya que desde aquel momento, sus mismas vidas se convirtieron en el Evangelio viviente.
IV. LOS CAMINOS DE LA PALABRA: LA MISIÓN
-Una presencia educadora
-Una presencia convocante
11.- Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor» (Is 2,3). La Palabra de Dios personificada “sale” de su casa, del templo, y se encamina a lo largo de los caminos del mundo para encontrar el gran peregrinación que los pueblos de la tierra han emprendido en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la paz. Existe, en efecto, también en la moderna ciudad secularizada, en sus plazas, y en sus calles – donde parecen reinar la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, creando la impresión de la victoria de Babilonia sobre Jerusalén – un deseo escondido, una esperanza germinal, una conmoción de esperanza. Come se lee en el libro del profeta Amos, «vienen días – dice Dios, el Señor – en los cuales enviaré hambre a la tierra. No de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios» (8, 11). A este hambre quiere responder la misión evangelizadora de la Iglesia.
Asimismo Cristo resucitado lanza el llamado a los apóstoles, titubeantes para salir de las fronteras de su horizonte protegido: «Por tanto, id a todas las naciones, haced discípulos […] y enseñadles a obedecer todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). La Biblia está llena de llamadas a “no callar”, a “gritar con fuerza”, a “anunciar la Palabra en el momento oportuno e importuno” a ser guardianes que rompen el silencio de la indiferencia. Los caminos que se abren frente a nosotros, hoy, no son únicamente los que recorrió san Pablo o los primeros evangelizadores y, detrás de ellos, todos los misioneros fueron al encuentro de la gente en tierras lejanas.
12. Cristo camina por las calles de nuestras ciudades y se detiene ante el umbral de nuestras casas: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20). La familia, encerrada en su hogar, con sus alegrías y sus dramas, es un espacio fundamental en el que debe entrar la Palabra de Dios. La Biblia está llena de pequeñas y grandes historias familiares y el Salmista imagina con vivacidad el cuadro sereno de un padre sentado a la mesa, rodeado de su esposa, como una vid fecunda, y de sus hijos, como «brotes de olivo» (Sal 128). Los primeros cristianos celebraban la liturgia en lo cotidiano de una casa, así como Israel confiaba a la familia la celebración de la Pascua (cf. Ex 12, 21-27). La Palabra de Dios se transmite de una generación a otra, por lo que los padres se convierten en «los primeros predicadores de la fe» (LG 11). El Salmista también recordaba que «lo que hemos oído y aprendido, lo que nuestros padres nos contaron, no queremos ocultarlo a nuestros hijos, lo narraremos a la próxima generación: son las glorias del Señor y su poder, las maravillas que Él realizó; … y podrán contarlas a sus propios hijos» (Sal 78, 3-4.6). Cada casa deberá, pues, tener su Biblia y custodiarla de modo concreto y digno, leerla y rezar con ella, mientras que la familia deberá proponer formas y modelos de educación orante, catequística y didáctica sobre el uso de las Escrituras, para que «jóvenes y doncellas también, los viejos junto con los niños» (Sal 148, 12) escuchen, comprendan, alaben y vivan la Palabra de Dios. En especial, las nuevas generaciones, los niños, los jóvenes, tendrán que ser los destinatarios de una pedagogía apropiada y específica, que los conduzca a experimentar el atractivo de la figura de Cristo, abriendo la puerta de su inteligencia y su corazón, a través del encuentro y el testimonio auténtico del adulto, la influencia positiva de los amigos y la gran familia de la comunidad eclesial.
13. Jesús, en la parábola del sembrador, nos recuerda que existen terrenos áridos, pedregosos y sofocados por los abrojos (cf. Mt 13, 3-7). Quien entra en las calles del mundo descubre también los bajos fondos donde anidan sufrimientos y pobreza, humillaciones y opresiones, marginación y miserias, enfermedades físicas, psíquicas y soledades. A menudo, las piedras de las calles están ensangrentadas por guerras y violencias, en los centros de poder la corrupción se reúne con la injusticia. Se alza el grito de los perseguidos por la fidelidad a su conciencia y su fe. Algunos se ven arrollados por la crisis existencial o su alma se ve privada de un significado que dé sentido y valor a la vida misma. Como es «mera sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontona» (Sal 39,7), muchos sienten cernirse sobre ellos también el silencio de Dios, su aparente ausencia e indiferencia: «)Hasta cuándo, Señor? )Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?» (Sal 13, 2). Y al final, se yergue ante todos el misterio de la muerte.
La Biblia, que propone precisamente una fe histórica y encarnada, representa incesantemente este inmenso grito de dolor que sube de la tierra hacia el cielo. Bastaría sólo con pensar en las páginas marcadas por la violencia y la opresión, en el grito áspero y continuado de Job, en las vehementes súplicas de los salmos, en la sutil crisis interior que recorre el alma del Eclesiastés, en las vigorosas denuncias proféticas contra las injusticias sociales. Además, se presenta sin atenuantes la condena del pecado radical, que aparece en todo su poder devastador desde los exordios de la humanidad en un texto fundamental del Génesis (c. 3). En efecto, el “misterio del pecado” está presente y actúa en la historia, pero es revelado por la Palabra de Dios que asegura en Cristo la victoria del bien sobre el mal.
Pero, sobre todo, en las Escrituras domina principalmente la figura de Cristo, que comienza su ministerio público precisamente con un anuncio de esperanza para los últimos de la tierra: «El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Sus manos tocan repetidamente cuerpos enfermos o infectados, sus palabras proclaman la justicia, infunden valor a los infelices, conceden el perdón a los pecadores. Al final, él mismo se acerca al nivel más bajo, «despojándose a sí mismo» de su gloria, «tomando la condición de esclavo, asumiendo la semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre … se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2, 7-8).
Así, siente miedo de morir («Padre, si es posible, (aparta de mí este cáliz!»), experimenta la soledad con el abandono y la traición de los amigos, penetra en la oscuridad del dolor físico más cruel con la crucifixión e incluso en las tinieblas del silencio del Padre («Dios mío, Dios mío, ) por qué me has abandonado?») y llega al precipicio último de cada hombre, el de la muerte («dando un fuerte grito, expiró»). Verdaderamente, a él se puede aplicar la definición que Isaías reserva al Siervo del Señor: «varón de dolores y que conoce el sufrimiento» (cf. 53, 3).
Y aún así, también en ese momento extremo, no deja de ser el Hijo de Dios: en su solidaridad de amor y con el sacrificio de sí mismo siembra en el límite y en el mal de la humanidad una semilla de divinidad, o sea, un principio de liberación y de salvación; con su entrega a nosotros circunda de redención el dolor y la muerte, que él asumió y vivió, y abre también para nosotros la aurora de la resurrección. El cristiano tiene, pues, la misión de anunciar esta Palabra divina de esperanza, compartiéndola con los pobres y los que sufren, mediante el testimonio de su fe en el Reino de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, de amor y paz, mediante la cercanía amorosa que no juzga ni condena, sino que sostiene, ilumina, conforta y perdona, siguiendo las palabras de Cristo: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11, 28).
El Centro de Espiritualidad había propuesto a sus miembros, y en general a todos los que comparten la espiritualidad del Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia, una reflexión sobre la Palabra de Dios en estos meses de preparación al sínodo de los obispos. Concretamente se preguntaba cuáles son los textos de la Sagrada Escritura que tocan más de cerca a nuestra espiritualidad nazarena. He aquí el aporte de uno de los miembros del grupo de colaboradores.
Textos de la Sagrada Escritura que tocan más de cerca
a nuestra espiritualidad nazarena.
Por Mónica Martínez de Colombano
Los pasajes de la Palabra de Dios donde más tocan la espiritualidad nazarena los veo más en los 4 evangelios donde se relatan específicamente la vida de Jesús. Si bien toda la Palabra de Dios es muy rica y valiosa es en los evangelios donde vemos a Jesús con su familia, la relación con su madre, con sus hermanos. Haciendo un seguimiento de su vida, la primera vez que Jesús demuestra su vocación, su sabiduría, la claridad que sentía de cuál era su misión fue cuando es encontrado en el templo y les responde a sus padres:”¿no sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Lc.2: 49.
Podemos ver también que desde su concepción Dios se insertó en una familia, donde esta la base de toda la procreación de la humanidad. Y toda su vida fue un permanente ejemplo, con enseñanzas y testimonio de acción y amor al prójimo permanente, de misericordia y benevolencia. Por eso nuestra espiritualidad nazarena está bien presente en la Palabra en ese Jesús-Hijo, Jesús-Padre, Jesús-hermano.
El misterio de Nazaret, Jesús encarnado y hecho hombre, puede parecer imposible y sin embargo Jesús vino a darnos el ejemplo viviente de cómo debemos ser, cómo debemos actuar, cómo debemos vivir y para qué, en pos de qué.
Haciendo un análisis de los evangelios vemos que los 3 primeros coinciden básicamente en ciertos aspectos fundamentales en la vida de Jesús:
El llamado, su misión, su legado, su entrega.
El llamado: en los relatos sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, Mt: 4, 1, Mc: 1,12-13, Lc: 4,1-13, vemos cómo Jesús siente el llamado, hace su discernimiento, se ve el despertar de su conciencia divina, abre su corazón.
Su misión: toda su vida fue de entrega hacia los demás, su vida transcurre enseñando principalmente con su testimonio de vida y también a través de parábolas, predicando, ayudando al prójimo. A modo de ejemplo Mt:4,12.17 Mc.1,14.15 Lc.:4, 14 Mc, 1,23.28 Lc, 4,33.
Legado: Todas las enseñanzas y el ejemplo de vida que nos mostró Jesús en su paso por el mundo nos deben servir para entender, y asumir el verdadero compromiso de todo cristiano, Jesús, Amor encarnado, vino a mostrarnos y dejarnos toda su sabiduría para nuestro bien y redención. Es el vivo ejemplo de amor desinteresado, de humildad y de misericordia infinita. Jn:3,17 Jn:13,1,20.
Entrega: la aceptación que demuestra Jesús cuando hace la oración en Getsemaní es muy movilizadora Mt: 26,36-39, Mc:14,32-39, Lc:22,40.46, porque allí se refleja claramente la parte humana y la parte divina de Jesús, como hombre no quiere pasar por ese cáliz o sea ese brutal sufrimiento, sin embargo lo acepta y dice: “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya“, lo que además nos enseñó en la oración del padrenuestro.
Por eso insisto en que toda la vida ejemplar de Jesús en su paso por el mundo nos enseñan cómo debemos ser, cómo debemos actuar los cristianos, y en el caso de nuestro carisma, del misterio de Nazaret, el amor que sentimos en nuestra familia por nuestros hijos, por nuestros hermanos, por nuestros padres, es el mismo amor que tenemos que sentir por el prójimo y ese es un gran desafío.
Y recordar siempre que es en la familia el primer lugar donde debemos evangelizar y testimoniar el amor de Cristo.
El « espíritu familia » con Chiara Lubich.
Por H.Teodoro Berzal
Para que una espiritualidad se mantenga viva, es importante saber establecer conexiones con otras que le son próximas, por un motivo u otro.
Asi lo hicieron nuestro mayores viendo la relación existente entre el camino de « infancia espiritual » propuesto por Santa Teressa de Lisieux. Así lo hemos hecho recientemente subrayando la sintonía con el « hermano universal » Carlos de Foucauld, con motivo de su beatificación.
El fallecimiento de Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares, nos da ocasión de recoger algunas de sus intuiciones espirituales muy próximas de nuestra espiritualidad.
La aventura espiritual de Chiara empieza en Loreto en 1939. Ella misma en sus notas decribe así su experiencia : « Fui invitada a un congreso de estudiantes católicos a Loreto. Según la tradición, allí se conserva, en una gran iglesia-fortaleza, la pequeña casa de la Sagrada Familia de Nazaret… Yo asisto a las conferencias como todas mis compañeras en un colegio, pero en cuanto puedo me voy corriendo allí. Me arrodillo al lado de la pared ennegrecida por la llama de las velas. Algo nuevo y divino me rodea, casi me aplasta. Con el pensamiento contemplo la vida virginal de sus tres moradores. Me digo : María debió habitar aquí. José debió trabajar al lado. El niño Jesús debió conocer estos lugares durante largos años. Estas paredes han oído su voz infantil… Cada uno de estos pensamientos casi me oprime, se me conmueve el corazón y me brotan las lágrimas si parar. A cada pausa del congreso corro allí. El último día la iglesia se llena de jóvenes. Y un pensamiento pasa claramente por mi espíritu, que nunca se borrará en el futuro: un día una multitud de personas vírgenes te seguirá»
La vida y el proyecto de Chiara pasan por momentos exultantes y también de dificultad: el desarrollo del movimiento, su reconocimiento por la Iglesia, su apertura ecuménica e interreligiosa… Siempre con el deseo y la pasión por construir la unidad entorno a Jesús.
Y por último en su testamento espiritual titulado « Sed una familia », en el último párrafo, Chiara escribe : « El espíritu de familia está lleno de humildad, del deseo del bien de los demás; no se enorgullece. En síntesis, es la caridad verdadera y completa. En resumen, cuando tenga que despedirme de vosotros, dejaré a Jesús que os diga a través de mi: Amaos unos a otros… para que todos sean uno ».
Expresiones llenas de resonancias evangélicas, pero también sin duda para los seguidores del Hermano Gabriel Taborin con resonancias de sus expresiones sobre el espíritu de familia.
Belley, mayo de 2008
FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD
Por Rosa Ramos
I. PASAJES QUE TOCAN NUESTRA ESPIRITUALIDAD, QUE LA FUNDAMENTAN.
1. El conocido himno contenido en capítulo 2 de la carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo…”
Fundamentación: En el Instituto siempre hemos tomado como pasajes claves los capítulos 1 y 2 del Evangelio según Lucas pero, dada la exégesis y conocimientos actuales, creo que debemos hacer el esfuerzo de centrar nuestra espiritualidad en pasajes menos discutidos en relación a su origen. Y este me parece un texto clave para nuestra espiritualidad de Encarnación. Nazaret y su misterio de sencillez, familia, vínculos, trabajo, etc….. tienen como base esta kenosis.
2. Gálatas 4, 4:
“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva”
Fundamentación: Aquí tampoco Pablo dice algo acerca de la infancia de Jesús y su vida oculta en Nazet, pero remarca su encarnación, su ser hijo de mujer, y su historicidad, su entronque con el pueblo liberado por Dios y con el que hizo Alianza, su misión, etc.
3. Mc. 6, 3 y Mt. 13, 54ss; Lc 4, 22
Fudamentación: Los evangelios sinópticos comparten en redacción y extensión variable la visita de Jesús a Nazaret y el asombro-maravilla- estupor-incredulidad… que les provoca este carpintero cuya familia es conocida de todos. Nuevamente queda clara la encarnación y la vida familiar de Jesús durante muchos años, sus vínculos estrechos, su labor silenciosa. Allí en Nazaret aprendió mucho de lo que ahora extraña a sus vecinos, claro que la oración y comunión con el Padre le ha conferido una “autoridad” que impacta, aún cuando sus parábolas y enseñanzas no distan ni de las Escritura ni del medio semi rural bien conocido por ellos.
Los pasajes escogidos tienen más crédito a nivel exegético que los tradicionales de la infancia, y son muy fuertes en su contenido, con un claro valor para nuestra espiritualidad de encarnación.
II. LEER LA PALABRA DE DIOS A LA LUZ DEL MISTERIO DE NAZARET.
Como hemos aprendido en estos últimos años, gracias a las valiosas orientaciones del Instituto, todos los pasajes del Evangelio pueden leerse iluminados por el misterio de Nazaret.
A mí particularmente me llegan como muy “nazarenas” las parábolas, en tanto que traslucen la educación de Jesús por María y José, en su ambiente familiar, en su vecindario, en sus trabajos cotidianos.
Las parábolas del reino son especialmente ilustrativas, sin duda Jesús ha visto a María leudar y amasar el pan, ha pasado horas en la cocina, ha escuchado sus inquietudes, sus conversaciones con las vecinas, ha visto y compartido con José los trabajos del campo, el cuidado de animales, el cultivo de plantas que siguen creciendo en la noche mientras sus cultivadores duermen, en la construcción de casas sólidas, etc.
A Jesús sus padres le enseñaron a mirar, a ver con los ojos y con el corazón la realidad, la realidad sencilla, cotidiana, los rostros humanos, las necesidades. Sólo con una educación así Jesús en vez de deslumbrarse por la majestuosidad del templo, pone sus ojos en una viuda pobre.
Sin duda una mujer santa, libre, fuerte, atenta al dolor humano, como María, fue la que hizo contemplar y enseñó la compasión auténtica. Así luego Jesús se relaciona liberando, curando, tocando a los tullidos, leprosos, a las mujeres encorvadas o paralizadas, a los ciegos, sordos….
Una vida austera y de trabajo le permitió a Jesús asumir las dificultades y la incomprensión que vivió el último año de su vida.
La vida de su familia entregada alabar a Dios y atenta a la voluntad del Padre, libre para discernir la hora y los caminos a seguir, le permite a Jesús enfrentar muchas tentaciones y getsemaníes a lo largo de su vida y también en la hora de su pasión.
La atención a los detalles, tan femenina, se cuela en los evangelios al mostrarnos los gestos de Jesús, llama esto la atención siendo los evangelios escritos por varones, claro que con el aporte de sus comunidades integradas por muchas mujeres. Jesús era un hombre pleno, integral e integrado, con un desarrollo muy grande de sus ánimus y su ánima, de sus polos masculino y femenino, herencia de su vida oculta y de familia en Nazaret, y rumiada en la intimidad de la oración.
En síntesis, los evangelios enteros pueden leerse redescubriendo en ellos las influencias de la vida oculta de Jesús, la vida familiar y vincular de la que tanto aprendió en Nazaret, pues un hombre maduro revela su infancia y aprendizajes más tempranos en sus opciones fundamentales, y en el modo de llevarlas a la práctica.
LOS EVANGELIOS DE LA INFANCIA DE CRISTO
MEDITACIONES
Presentamos una serie de meditaciones sobre la mayor parte de los pasages del Evangelio que se refieren a la infancia de Cristo y por tanto a la Sagrada Familia. Es una forma de acercarse a la Palabra de Dios desde nuestra espiritualidad.
Hno. Teodoro Berzal
1 La genealogia según san Mateo (1, 1-17)
La fidelidad de Dios
La cadena genealógica que Mateo presenta al principio de su evangelio tiene la finalidad de insertar a Jesús en la historia de la salvación. Su ascendencia davídica apunta hacia su carácter mesiánico.
A través de esa lista de nombres queda ante todo de manifiesto la fidelidad de Dios, quien a través de los siglos y mediante personas más o menos calificadas cumple sus promesas. Existe también una tensión creciente que lleva la historia de la salvación hacia su plenitud y cumplimiento. Desde el principio, el evangelista toma como puntos de referencia David y Abrahan para resumir de algún modo todo el primer Testamento por lo que se refiere a la esperanza mesiánica. A David Dios había prometido un hijo que reinaría eternamente sobre su trono, con justicia y equidad (2 Sam 7, 12-16). A Abrahan una posteridad que traería una bendición universal ( Gen 12, 3). En la intención del evangelista Jesús, el Cristo, es la descendencia prometida y la realización de las promesas de Dios.
El camino mesiánico
La genealogía ofrecida por Mateo es complementaria de la que ofrece Lucas. El nacimiento de Jesús de María lo convierte en verdadero hijo de David (Lucas), mientras que el matrimonio de María con José hace de Jesús el heredero legal de David (Mateo). Jesús cumple así todas las condiciones para ser el rey de Israel. Pero como sabemos por los evangelios, primero la vida escondida de Jesús en Nazaret y luego su opción fundamental en el momento de las tentaciones en el desierto lo llevaron a emprender el camino de un mesianismo despojado de toda reivindicación dinástica o política para identificarse más bien con la figura del ‘siervo de Yavé’ y adoptar las actitudes de humildad y de firmeza, de acercamiento a los más débiles y pobres y de proclamación de la verdad, que lo llevaron a morir en la cruz.
El discípulo de Jesús, que lee el evangelio como buena nueva y cree que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos es invitado desde el comienzo a seguir ese mismo camino asumiendo las actitudes del Hijo de Dios hecho hombre.
2 La genealogia según san Lucas (3, 23 -38)
Remontarse hasta la fuente
La genealogía de Jesús en el evangelio de Lucas es ascendente (contrariamente a la que presenta Mateo). Para ambos evangelistas se trata de de situar a Jesús, en la historia humana en cuanto historia de salvación en la que Dios interviene y que tiene precisamente come punto culminante la manifestación del Mesías. Pero el uno y el otro evangelistas lo hacen desde dos perspectivas diferentes. Para Mateo lo que cuenta ante todo es la escendencia davídica de Jesús. Lucas va más allá, en la línea universalista que lo caracteriza, y mediante una cadena de antepasados se remonta hasta los orígenes de la humanidad y hasta Dios mismo. En realidad Lucas opera una especie de cortocircuito en el último eslabón de la cadena, pues Dios aparece más como Padre de Jesús que como iniciador de la genealogía, teniendo en cuenta que, según la Biblia, Dios es “creador” y no padre de Adán.
“Hijo del hombre”, “hijo de Dios”
Como la de cualquier persona, la genealogía de Jesús muestra su raíz humana y familiar. Si en todas las culturas es importante la transmisión genealógica como uno de los rasgos más profundos de las señas de identidad, en el pueblo judío se cargaba además con el peso de la esperanza mesiánica. En el evangelio de Lucas la genealogía, junto con el relato de la encarnación, justifica de entrada la expresión “hijo del hombre” con que Jesús amaba designarse. Pero colocada justo después del episodio del bautismo, tiende a presentarse como una confirmación de la voz venida del cielo que decía: “Este es mi hijo muy amado” en clara alusión al Salmo 2: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. Tenemos así desde el principio las afirmaciones centrales sobre la identidad de Jesús.
Hijos en el Hijo
Remontándose hasta Adán, el primer hombre, toda persona puede en ralidad construir una genealogía, más o menos completa, en la que Dios aparece como “Padre”. Por eso la genealogía de Jesús no es algo que se refiera a él en exclusiva, sino que de algún modo está diciendo ya que su misión será la de reconstruir la filiación divina de todos los hombres.
3 El anuncio a Maria: Lc 1, 26 – 38
En su casa
El relato de la anuncio a María del nacimiento de Jesús se caracteriza por el paralelimo y contraste con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista hecho a Zacarías. Lo que más llama la atención en lo inmediato es el lugar donde tiene se realiza la escena. Frente a la solemnidad y sacralidad del templo de Jerusalén está la secilla casa de la Virgen de Nazaret, lugar de la vida familiar y cotidiana, aunque en el relato evangélico no aparece explícitamente el término “casa”. Ese acercamiento al ambiente ordinario donde trascurre la vida, marca desde el comienzo el estilo de la encarnación. Como en ese momento supremo, es siempre Dios quien da el paso decisivo de acercamiento para venir al encuentro del hombre en las situaciones concretas en que cada uno se halla. De este modo, “la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros” (Jn. 1, 14).
Aquella que dijo sí
María es ante todo aquella que dijo sí a Dios. Pero no fue una respuesta fácil la suya. En la brevedad del relato queda patente la sorpresa y turbación que le produjo el saludo del ángel y el contenido de su mensaje. En un instante de reflexión María mide las implicaciones que representa su respuesta, para su existencia personal, para su pueblo, para la humanidad… Es un momento único en el que entra en juego toda la gracia de Dios y toda la libertad humana.
Desde ese momento de plenitud cada uno de nosotros queda interpelado para valorar y entrar en el juego de la gracia de Dios y de la llamada divina, que bajo muchas formas y en momentos sublimes o banales, se acerca a nosotros para solicitar nuestra respuesta, para pedir nuestra colaboración afin de llevar a cabo sus designios.
4 La vocación de José (Mt. 1, 18-25)
Cuando Dios se manifiesta
Como en muchos otros momentos de la historia de la salvación, el designio amoroso de Dios se manifiesta y se realiza a través de las circunstancias humanas. Los escasos datos que ofrece el evangelista son suficientes para dejar adivinar el drama que se produjo en la joven familia en formación de Nazaret después del anuncio del ángel a María. ¿Fue ella quien comunicó a José la noticia, la buena noticia? Así cabe suponerlo. Al primer momento de agradecimiento y admiración por lo que Dios había hecho en la que iba a ser su esposa, siguen los días de angustia y desconcierto para José: Pero sin duda también para María a cuya mirada no podía escapar la situación de su prometido. José sufre, pero su dolor no viene de que, ni siquiera por un instante, se haya asomado a su espíritu la menor duda acerca de la conducta de María. Toda su preocupación viene de saber cuál es el papel que él puede desempeñar en los planes de Dios, cuando éste parece haber tomado la iniciativa y actuar por su cuenta desbordando las previsiones humanas.
La vocación de José
En esa situación una alternativa le atormentaba: o quedarse con María, usurpando, por así decirlo, el título de “padre”, o retirarse, tomando todas las precauciones para perjudicar lo menos posible a la que estaba a punto de ser definitivamente su mujer. En esta segunda opción, por la que José se inclina según el evangelista, el matrimonio se deshace, la perspectiva de la fundación de una familia queda desvanecida…El mensaje del cielo responde punto por punto a todas las preguntas que angustiaban a José en ese momento difícil y al mismo tiempo definen el sentido y el contenido de su vocación. Pablo VI la expresó así: “Su paternidad se expresa concretamente en haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la encarnación y a la misión redentora que lleva unida; en haber usado la autoridad legal, que le correspondía como jefe de la Sagrada Familia, para vivirla como don de sí, de su vida, de su trabajo; en haber convertido su vocación humana al amor familiar en oblación sobrenatural de sí mismo, de su corazón y de sus capacidades en el amor puesto al servicio del Mesías que había germinado en su propia casa” (Alocución del 19-3-1966). La figura de José, plenamente responsable de los suyos y abierto a las indicaciones que le vienen de lo alto, nos da a entender qué significa ser padre. Es admirable contemplar cómo Jesús, necesitado de ayuda y protección, encuentra en la familia, en el amor recíproco de María y José, los elementos imprescindibles para poder crecer y realizar su obra de salvación.
5 El noviazgo de María y José: Lc 1, 26 – 27
Hacia el matrimonio
Al igual que en el anuncio del nacimiento de Juan Bautista, en el anuncio del de Jesús se presenta a una pareja: María y José. La relación existente entre ambos es una relación esponsal. El término empleado por Lucas designa más el matrimonio que el noviazgo; aunque no precisa, como Mateo que el acontecimiento se produjo “antes de habitar juntos” (Mt 1,18). En contraste con el anuncio a Zacarías, aquí es la mujer la que figura en primer lugar y en el puesto más relevante como destinataria del mensaje. José es presentado en su calidad de descendiente de David. De María, a diferencia de Isabel, no se dice nada sobre su ascendencia y familia. Se diría que no importa. Lo que sí se subraya, empleando el término dos veces, es su condición de virgen. María figura en el relato como la interlocutora de Dios, quien se le manifiesta por medio del ángel. Desde el principio Dios aparece como protagonista en la relación esponsal de María y José dándole un sentido y una plenitud que va más allá de las posibilidades humanas.
Una familia
Varias veces el evangelista Lucas presenta a María y José como “los padres de Jesús” (Lc 2, 27; Lc 2,41; Lc 2,43) y una vez precisando “su padre y su madre” (Lc 2,33), constituyendo por lo tanto un verdadero núcleo familiar, una familia. Las relaciones entre sus miembros son las que constituyen la familia: la relación esponsal y la relación paterno y materno-filial. “Tu padre y yo” (Lc 2, 48), dirá María hablando a Jesús. Además la familia de Jesús, José y María no vive aislada. El evangelio la presenta en relación con una familia más amplia, los parientes (Lc 1, 36), inserta en el pueblo de Nazaret y viviendo según las costumbres y avatares de cualquier familia. Sin embargo, la presencia de Jesús en su seno, ya desde el principio le da una dimensión nueva y trascendente.
La alianza conyugal de María y José, atestiguada por los evangelios es el fundamento de la familia de Nazaret. Esa alianza fue vivida en la entrega recíproca y virginal al servicio del Verbo encarnado. Por eso recuerda a toda comunidad cristiana y en particular a la familia, que “La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres y que el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino” (Gaudium et Spes 48; Cf Catec. Ig. Cat 1639). “En la liturgia María es celebrada como unida a José, el hombre justo, por estrechísimo y virginal vínculo de amor. Se trata, en efecto, de los dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra su símbolo en el matrimonio de María y de José” (Redemptoris Custos 20).
6 El matrimonio de María y José (Mt 1, 16ss; Lc 1, 26ss)
Jesús nace en una familia
La realidad del matrimonio de María y José y su profundo significado llevan a afirmar que la encarnación del Hijo de Dios comportó también su inserción en una familia humana. Como en todas las familias, “La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el que se construye la comunión más amplia de la familia” (Familiaris Consortio 21). María y José, fieles a la Palabra de Dios, acogieron sin reservas y vivieron plenamente su vocación matrimonial poniéndola al servicio del designio de la salvación y formaron una familia para acoger al Hijo de Dios. Asumiendo en la fe su vocación de esposa y de madre, María vivirá en todas sus dimensiones su amor de mujer. Habiendo acogido María como esposa y habiendo vivido con ella en fidelidad virginal, José realizará todas las dimensiones de su amor de hombre. La presencia del Verbo encarnado en la familia de María y de José da plenitud al núcleo familiar y lo abre en todas las dimensiones.
Hacer familia
Por la doble pertenencia de Jesús, el Hijos de Dios, a la familia trinitaria y a la familia de Nazaret, la Sagrada Familia se presenta de modo eminente como icono de la Trinidad e imagen de la Iglesia. Desde el punto de vista cristiano, “La familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Familiaris Consortio 17)
“La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres” y “el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino” (G.S.48) Cf Catec. Ig. Cat, 1639). Por otra parte entre las imágenes (L.G. 6) que la Iglesia actual emplea para expresar su identidad más profunda en la línea de la comunión, la de “familia de Dios” es una de las más valiosas. Y La misma Iglesia presenta a la vida consagrada “La Familia de Nazaret, como lugar que las comunidades religiosas deben frecuentar espiritualmente, porque allí se vivió de un modo admirable el Evangelio de la comunión y de la fraternidad.” ( La vida Fraterna en comunidad, 18)
7 A Belén para el censo: Lc 2, 1 – 5
El mundo
El evangelista Lucas aporta algunos datos, aunque discutibles, de la historia para situar el nacimiento de Jesús en las coordenadas de espacio y tiempo que tiene todo acontecimeinto humano. El hecho queda así enmarcado en unas dimensiones concretas y constatables, pero al mismo tiempo revela todo el alcance que tiene la aparición en la tierra del Salvador de los hombres. En efecto, ese acontecimiento es tan importante que no puede ser considerado commo uno más en la secuencia de los que componen el acontecer histórico. Como escribió Juan Pablo II, “El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia…. Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana” (Incarnationis mysterium 1).
La casa
Pero ese acontecimeinto tiene también una dimensión cercana y familiar. El decreto del emperador incide de forma directa y dramática en el desarrollo de la gestación y nacimiento de Jesús. María y José son una pareja joven, en espera del primer hijo, que se ven obligados a dejar su hogar para cumplir una lay de la sociedad civil: un empadronamiento que comportaba la inscripción de las propiedades y las personas, y cuya finalidad principal era la recaudación de los impuestos. Pero el evangelista ofrece de inmediato también la dimensión religiosa del hecho, pues la ciudad a la que se dirigen es Belén, donde según la profecías debía nacer el Masías. De esta forma se pasa de la “patria histórica” de Jesús a su patria “teológica”.
8 El nacimiento de Jesús: Lc 2, 6-15
En un pesebre
La concatenación de circunstancias lleva a que Aquel que había sido anunciado como Hijo del Altísimo, tenga que ser colocado al nacer, como expresión suprema de pobreza y desamparo, en el pesebre de un local destinado a los animales. Eso sí rodeado del afecto y los cuidados de María y de José. El relato evangélico en su sencillez se detiene aquí y quizá la meditación cristiana del texto también deba hacer lo mismo para dejar el paso a una contemplación que, como dicen algunos místicos, deje nacer el Verbo en el fondo del alma y en silencio lo adore con amor…
En el cielo
Después del anuncio a María, del anuncio a José (Evangelio de Mateo), el tercer enuncio hecho por el angel tiene como destinatarios unos pastores y revela también la identidad del recién nacido: el Salvador, el Cristo, el Señor. Se trata del anuncio de una buena nueva que se produce en medio de una luz respaldeciente en la oscuridad de la noche y que debe producir una gran alegría no solo para los que la escuchan sino para todos. Son otros tanto elementos de gran simbolismo que contribuyen a realzar el contenido del mensaje: ha nacido el Salvador. Y es esa proclamación la que produce simultáneamente y en perfecta armonía la glorificación de Dios en el cielo y la paz a los hombres en la tierra.
El evangelio de Lucas subraya el “hoy” de la salvación ya realizada en Cristo y que se hace actual en nuestra historia. Todos estamos invitados a participar personalmente con María y José, con los ángeles y los pastores, y con todos los hombres a entrar en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en esa nueva luz que lo salva. En eso consiste la “gloria de Dios” que los ángeles cantan y que tiene su eco correspondiente en la “paz” de los hombres en la tierra. La manifestaci¢n de Dios y la salvaci¢n del hombre son dos aspectos de la misma realidad.
9 Los pastores: Lc 2, 16 – 20
Reconocer los signos
Los pastores habían recibido del ángel unos signos que les permitían comprobar la verdad del mensaje recibido: un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Son signos que ellos, gente sencialla y a la vez vigilante, podían comprender y comprobar, pero que de hecho los llevan a encontrar al Mesías. El contraste con las espectativas humanas es evidente. Dios se ha manifestado en la debilidad y en la fragilidad. El paso de la fe implica siempre tener suficiente sencillez y apertura como para aceptar una cierta contradicción. Como dirá san Pablo, “lo que parece insensato de parte de Dios es más sabio que los hombres” (1Co 1, 25). El mensaje más sublime es colocaco entre las manos de quienes parecían, por su condición social, menos aptos para transmitirlo, y también en eso se manifestará la gloria de Dios.
Transmitir el mensaje
Los pastores son presentados como los primeros testigos de la buena nueva: han visto y anuncian lo que se les había dicho acerca del recién nacido. La verdad de los signos concretos queda iluminada y manifestada por la palabra del ángel. Es la última fase del acto de fe cuyo itinerario, como el de los pastores, va de la escucha a la admiración, de la aceptación de lo insólito a la interiorización convencida, y de la implicación personal a la transmisión a otros, como impulso que viene de dentro y como deseo de compartir con otros lo que se cree para formar una comunión de fe más amplia. Tenemos ya aquí la dinámica de todo el Evangelio.
Como imagen personalizada de ese dinamismo evangélico, se nos presenta a María, que ha acogido e interiorizado el mensaje y ha dado al mundo el Verbo de la vida.
10 Los magos (Mt. 2, 1-12)
Encontrar a Jesús
La escena de la adoración de los magos es una de las primeras de la larga lista de los encuentros con Jesús que vemos a lo largo de todo el evangelio. En esta ocasión Mateo subraya con fuerza la paradoja de que quienes estaban más cerca y tenían todos los medios para reconocer y venerar su Mesías, no hicieron nada para verificar lo que decían las Escrituras y comprobar los rumores de la gente de Jerusalén. Mientras tanto otros venidos de lejos y confiando sólo en el brillo de una estrella llegan hasta él. Es uno de los primeros casos en que se cumple el enunciado del Canto de María “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”, pero también muestra la forma típica de llegar a la fe por caminos que no son los establecidos oficialmente.
Adoración y ofrenda
Los dos gestos característicos de los magos al entrar en la casa y reconocer en Jesús al Mesías son la adoración y la ofrenda. Adorar implica la actitud corporal de arrodillarse y de postrarse, pero igualmente la actitud interior de rendir homenaje y reconocer la grandeza de quien la persona tiene delante. En la tradición bíblica el único que merece la adoración en sentido propio es Dios. La ofrenda de dones indica el sentido de participación y de comunión. En último término quien ofrece algo está diciendo que es él mismo quien se ofrece y se pone a disposición del otro para establecer una relación de amistad. Aparte el valor simbólico que la tradición ha dado a los dones ofrecidos por los magos está ese sentido religioso de la ofrenda y también seguramente una alusión bíblica a un texto del profeta Isaías (60, 6) en el que se presenta la afluencia de los pueblos de oriente como signo de la dimensión universal de la salvación: todos los pueblos y todas las personas están llamados a entrar en comunión con Dios.
11 El nombre de Jesús: Lc 2, 21- 24
“Ieshua”, Dios salva
Por su nacimiento, Jesús entra a formar parte del pueblo de Israel y queda soetido a la ley: “nacido de una mujer, nacido bajo la ley”, dirá san Pablo ( Gal 4,4). Y el primer precepto para el recién nacido es la circuncisión e imposición del nombre por la que entra en la Alianza de Dios con su pueblo. La atribución de un nombre tiene en la Biblia una importancia capital. Pensemos en la revelación del nombre de Dios a Moisés en el A. T. o en la proclamación en el N.T. del título de “Señor” dado a Jesús: “el nombre que está por encima de todo nombre” (Fil 2, 9-10). Además cada nombre bíblico está cargado de un significado que revela la identidad de la persona y su misión. El de Jesús fue elegido por Dios mismo y revelado a José junto con su significado: “(María) dará a luz un hijo y a quien pondás por nombre Jesús porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). El nombre de Jesús nos dice, pues, de forma inmediata que Dios es salvador y redentor y que en él ofrece una nueva vida a todos los hombres.
El consagrado
En los evangelios de la infancia, además del nombre que le fue dado a Jesús en el momento de su presentación en el templo de Jerusalén, hay varios otros que se le atribuyen y que revelan su condición divina, como hijo de Dios, hijo del Altísimo, Santo, Señor, luz de las naciones. Entre ellos está también el de “consagrado”. En reslidad el evangelista Lucas modifica el texto de los LXX que dice “Conságrame todo varón primogénito” (Ex 13,13) para atribuir directamente el calificativo de “santo” a Jesús, haciendo eco a las palabras del ángel a María: “Será llamado santo”. Que se trate de “santificación” o de “consagración”, en uno o en otro caso lo que se quiere expresar es la vinculación plena con Dios. Jesús es el santo de Dios, enteramente consagrado por él y nacido para la salvación de todos de la virgen María por la acción del Espíritu Santo.
La presentación en el templo hace público lo que hasta ese momento era un secreto familiar y nos invita a responder con generosidad a la llamada a la santidad que hemos recibido con nuestra consagración bautismal y las otras consagraciones particulares (ordenación, matrimonio, consagración religiosa)
12 La presentación: Lc 2, 25- 39
El testimonio del profeta
Al igual que los pastores en Belén, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, proclamn en el templo de Jesuralén quién es el niño que acaba de nacer.
Simeón es un profeta porque Dios le ha comunicado su Espíritu y lo que dice es revelación acerca de Jesús. Se sitúa así en la línea de los otros profetas que habían anunciado la llegada del Mesías para un futuro más o menos lejano, pero él se siente conmovido porque ha tenido el privilegio de constatar su presencia. Es profeta también por los gestos que realiza: acoge a Jesús alabando a Dios como se hace con un huesped o con un amigo, con respeto y amor, y bendice a María y a José reconociendo que son ellos quienes con Jesús le ha aportado la bendición de Dios. Es profeta finalmente por el mensaje de su palabra en el que alaba a Dios por su fidelidad en el cumplimiento del plan de salvación, en el que muestra cuál será el camino de humildad y de sufrimiento del Mesías, al que será íntimamente asociada su Madre, y cuál será su misión iluminadora para todos los pueblos.
El testimonio de la profetisa
La voz de la profetisa Ana se une a la del profeta. También ella se sitúa en la tradición de las mujeres movidas por el Espíritu, cumpliendo así la promesa anunciada para la época mesiánica: “En los últimos tiempos, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán”. (Hech 2,17; Jl 3,2). Ella también es testigo de ese momento de gracia que está aconteciendo en el templo, reconoce al Mesías en el niño presentado por María y José e inmediatamente se hace su mensajera. Habla de él a quienes “esperan la liberación de Jerusalén”. Se diría que su mensaje queda limitado por la disponibilidad de los que lo acogen, mostrando que la palabra revelada debe ser escuchada y acogida para que produzca su fruto de fe y conversión.
Simeón y Ana nos recuerdan hoy con fuerza que “Cristo, es el gran Profeta, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, y cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Act 2,17-18; Ap 19,10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana familiar y social.” (Lumen Gentium 35)
13 Egipto: ida y vuelta (Mt. 2, 13-21)
Como todas las familias
Los evangelios presentan a la Sagrada Familia totalmente integrada en las circunstancias del tiempo y lugar en que vivía, con las dificultades y problemas de una familia normal. Es otro de los aspectos que muestra bien a las claras el realismo de la encarnación del Hijo de Dios. A través del episodio emblemático de la huida de la persecución de Herodes, la familia de Jesús se identificaba con todos los perseguidos injustamente, con las familias que buscan casa y trabajo, con los emigrantes y los que se ven sometidos a la prueba en las condiciones normales de la vida. La huida a Egipto es ante todo la solución a una emergencia ante la que hay que actuar con realismo y competencia para evitar una catástrofe familiar. La intervención de Dios no hace sino apoyar esa lucidez humana ante el peligro.
Jesús recorre con su Familia el camino de liberación del Éxodo
Pero recurriendo a la Sagrada Escritura el evangelista hace una interpretación simbólica de esta bajada y subida de Egipto. La orden dada por Dios a José por medio del ángel de ir a Egipto conlleva el cumplimiento de una palabra de Oseas. El texto del profeta suena así: “Cuando Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1). Mateo toma sólo la última parte del versículo, pero leyendo el texto profético por extenso queda claro el sentido que lo que Dios quiere de su pueblo es que repita la experiencia del Éxodo y que se convierta a él. Aplicándolo el evangelista directamente a Jesús, realiza una personificación muy significativa. Jesús encarna así a todo el pueblo elegido. Es de notar además que en casi todas las referencias bíblicas de Mateo en estos episodios de la infancia de Jesús, aparece la palabra “hijo”. En el caso presente expresa claramente la vinculación completamente especial de Jesús con Dios.
14 La vida en Nazaret (Mt 2, 22ss; Lc 2, 39ss)
El Nazareno
La aldea de Nazaret dio a Jesús el nombre de “Nazareno”, que indicaba su lugar de origen, pero también una cierta calificación a su persona y a su mensaje, desmarcándolo desde el principio del encasillamiento religioso oficial judío. Pero además para Jesús la larga experiencia de vida en Nazaret traduce el aspecto durativo (de inculturación o de inserción, diríamos hoy) del misterio de la encarnación. “El Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (G.S. 22).
En ese ambiente de comunicación, de familiaridad, de mutua compenetración, Jesús asumió plenamente todas las posibilidades de su naturaleza humana para mejor ejercer su misión de restablecer la comunión entre los hombres, “reuniendo a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). Le Hijo de Dios, sobre todo con su vida en Nazaret “santificó las relaciones humanas, sobre todo las relaciones familiares de las que brotan las relaciones sociales, siendo voluntariamente un súbdito más de las leyes de su patria. Llevó una vida idéntica a la de cualquier obrero de su tiempo y de su tierra” (G.S. 32)
Lo nazareno
La Iglesia, iluminada por la Palabra de Dios, descubrió ya desde el principio en los acontecimientos que vivió la familia de Jesús un significado salvífico. “Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar” (Catec. Ig. Cat. 516). De hecho ha habido muchos grupos cristianos que a lo largo de la historia de la Iglesia se han inspirado en el ideal de Nazaret para marcar su estilo de vida y una espiritualidad. Pesemos por ejemplo en Carlos de Foucauld, pero también en muchos otros fundadores y fundadoras de congregaciones religiosas. La humildad y sencillez de vida, la comunión y trato familiar, la pobreza e identificación con el ambiente que rodea a la comunidad, el alejamiento de toda apariencia y pretensión de reconocimiento, el silencio, el trabajo y la oración, la valoración de la vida cotidiana, son otros tantos valores que se aprenden en Nazaret y comunican a la vida cristiana una frescura y cercanía de los orígenes que la hacen atractiva en todos los tiempos y en todos los lugares. La Sagrada Familia, como lo expresaba Pablo VI, representa para todos un modelo a la vez cercano e ideal: “Nazaret nos enseña lo que es la familia, su comunión de amor, su austera sencillez y belleza, su carácter sagrado e inviolable” (Discurso en Nazaret, 5-1-1964).
16 La otra familia de Jesús ( Mt 12, 46 – 50; Lc 11, 28)
La otra familia de Jesús
Son escasos y de difícil interpretación los datos que el Nuevo Testamento nos ofrece sobre el papel que familia de Jesús tuvo durante su vida pública y después de su muerte y resurrección en la comunidad cristiana. Pero es significativo que habiendo vivido Jesús por mucho tiempo la vida familiar de Nazaret, cuando llama a sus discípulos, crea un grupo con las características de una nueva familia, la familia mesiánica, en la que Dios es Padre y todos son hermanos. La condición esencial para entrar en ella es la adhesión a su persona mediante la fe y la acogida de su palabra (Lc. 8, 19-21). La nueva familia a la que Jesús convoca muestra, al mismo tiempo, el gran valor y los límites de la institución familiar que, como las otras instituciones humanas, no puede compararse con el valor absoluto del Reino de Dios. A la nueva familia que Jesús crea todos están invitados, incluso los que parecían perdidos (Lc 14, 21-23; Mt 10,6) pero no todos responden (Lc 14, 18-20). Existe, pues, una realidad personal, la fe, que nada tiene que ver con los datos biológicos para formar parte de esa nueva familia. Los lazos vitales creados entre los seguidores de Jesús son tan fuertes que deben superar a los de la carne y la sangre: “Y mirando a los que estaban sentados en torno a él dijo: He aquí mi madre y mis hermanos, pues aquel que realice la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 34-35).
Comunión familiar
Jesús en el evangelio nos revela el verdadero rostro de Dios y para ello emplea constantemente términos que se refieren a la familia. El uso del término “Abba” (Padre) para referirse a Dios lo sustraer del ámbito mítico-pagano y lo despoja de todo formalismo trascendente para situarlo en el ámbito de la familiaridad más íntima con la que un niño pequeño puede dirigirse a su padre. Lo mismo puede decirse del término “hijo” que Jesús emplea para autodesignarse y el de “hermano” para designar a los creyentes en todo el Nuevo Testamento. Y el Espíritu Santo es presentado siempre en el evangelio en íntima relación con el Padre y el Hijo. Esta dimensión familiar es la que da a la comunión eclesial toda su profundidad trinitaria en cuanto es la “muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” ( Lumen Gentium 4). Es una aplicación concreta del gran principio subrayado también por Gaudium et Spes: el Hijo de Dios “reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente”.
EL ESPÍRITU DE FAMILIA – LAS “PEQUEÑAS VIRTUDES”.
En el retiro anual de los Hermanos de 1934 el Hno Esteban Baffert, Superior General, dio una serie de conferencias sobre el espíritu del Instituto. Después de decir en qué consiste el “espíritu de familia”, muestra cómo vivirlo a través de la práctica de la virtudes características del Hermano según la regla: la humildad, la sencillez, la obediencia, la unión y la entrega; y termina tratando de las llamadas “pequeñas virtudes” en relación con el espíritu de familia.
La expresión “pequeñas virtudes” se remonta a San Francisco de Sales. En la Introducción a la vida devota parte III, cap. 2, el santo cita once pequeñas virtudes: paciencia, bondad, mortificación, humildad, obediencia, pobreza, castidad, dulzura con el prójimo, tolerancia de las imperfecciones, diligencia y santo fervor (cf. BAC 109, 127). Todas ellas son expresiones de la caridad en la vida cotidiana. Otros autores las han aplicado a la vida comunitaria. Puede verse por ejemplo, San Marcelino Champagnat en el libro “Consejos, Instrucciones, Sentencias”, del Hno. Juan Bautista Furet.
En el texto del Hno. Esteban, que presentamos a continuación, es interesante la conexión que establece con el espíritu de familia y el método que propone para la adquisición y cultivo de esas “pequeñas virtudes” resumido en dos puntos: la flexibilidad de espíritu y la delicadeza de corazón.
Aunque el texto está pensado para las comunidades religiosas de otra época, no resultará difícil leerlo hoy en un contexto comunitario, familiar o de grupo para quienes ven en Nazaret la escuela de humanidad.
SUMARIO:
I. La buena educación o cortesía
II. La afabilidad y la condescendencia
III. La disimulación caritativa, la indulgencia y la paciencia
IV. La ecuanimidad y la santa alegría
V. La compasión y la atención generosa
VI. Método para cultivar las “pequeñas virtudes”.
Por poco que hayamos vivido en comunidad, seguramente habremos encontrado algunos hombres cuyo carácter parece haber sido modelado a hachazos, practican enérgicamente algunas virtudes principales, pero no se preocupan de las virtudes que facilitan las relaciones con sus Hermanos y que hacen la vida más fraterna, más agradable.
Un Hermano piadoso olvidará la buena educación o cortesía, y lo que sería más grave aún, no se recordará, en la práctica, que el perdón de las ofensas es la piedra angular de la caridad y de la piedad. Otro será muy activo, vale por ciento en su trabajo, pero tiene sus gustos, sus ideas, sus opiniones y jamás condesciende con los que lo rodean. Un tercero será un excelente profesor, pero el barómetro de su humor tiene saltos muy bruscos que desorientan a sus alumnos y debilitan su autoridad como maestro. Aquél será un buen administrador de los bienes temporales, pero le falta la amable solicitad hacia las personas que le están encomendadas. Este otro, en fin, tiene cualidades especiales de inteligencia pero es poco amable…
En las páginas que siguen trataremos de “esas pequeñas virtudes” -como las llama San Francisco de Sales- todas ellas hijas de la amable caridad, virtudes que facilitan las relaciones entre los hombres, los unen en su actividad, los armonizan en sus sentimientos, contribuyen a evitar los roces que las circunstancias de la vida pueden ocasionar.
¿Cuáles son esas “pequeñas” virtudes?
Son la buena educación o cortesía, la afabilidad y la condescendencia, la disimulación caritativa de las faltas del prójimo y la indulgencia; la paciencia, la igualdad de carácter, la alegría religiosa; la solicitud, la compasión y la delicada atención para prestar toda clase de pequeños servicios.
Su enunciado es largo pero tienen afinidades comunes y secretas relaciones. La práctica de una trae como consecuencia la práctica de las otras.
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LA BUENA EDUCACIÓN O CORTESÍA
Empecemos por la buena educación o cortesía. Estamos muy propensos a descuidarla en nuestra vida ordinaria y en la vida de familia. Parecería que para algunos sólo existe ante los extraños. Por carencia de fe, se falta con relación a los Superiores. La familiaridad de vida hace que se olvide para con los iguales; A veces, nos dispensamos de ella para con nuestros inferiores y con los alumnos, por cierto sentimiento de orgullo, puede ser inconsciente, pero muy real. Y sin embargo, cuán agradable, cuán edificante es ver a los Hermanos tratar a su Director con deferencia y respeto y ofrecerle las atenciones que exige la autoridad que ostenta. Cuán agradable es ver a los Hermanos entre sí -como decía San Pablo a los Romanos- darse recíprocamente testimonios de honor. Cuán agradable resulta la compañía del que evita las palabras groseras y pide siempre en términos corteses; del que no finge ni pretende pasar por cortés a fuerza de política, del que sabe escuchar a su interlocutor; de quien no hay que temer a cada instantes las chispas de su humor, de sus chanzas o sus desprecios, del que en los juegos sabe ganar sin fanfarronadas y aceptar lasa derrotas sin amarguras; de quien sabe ceder a tiempo, ofrecer un buen lugar, y no se permiten tocar los objetos que son de uso de sus Hermanos. ¡Y cómo exaltar debidamente el bien que procura a las almas la cortesía de los Directores, de los Superiores y de los maestros! Es recibida casi siempre- como una muestra de la amabilidad del mismo Dios, ensancha el corazón, anima al alma, predispone al esfuerzo, abre ante quien la recibe un horizonte de alegría y esperanza. La autoridad la precisa para ejercerse con dignidad y conquistar la adhesión espontánea de los inferiores. La cortesía es un medio para obtener esa adhesión.
II LA AFABILIDAD Y LA CONDESCENDENCIA
Aunque las cortesías regule la corrección de nuestras relaciones con el prójimo, se refiere sobre todo a los modales. Pero la cualidad que regula nuestras palabras, su tono, su amabilidad, su bondad, que nos permite repetir las palabras y las frases con paciencia tantas cuantas veces sean necesario, es la afabilidad. Más que una calidad de la palabra, la afabilidad es humildad, es la bondad del corazón que inspira confianza a nuestro interlocutor y lo anima a hablarnos sin fingir, a abrirse a nosotros sobre toldo lo que le preocupa, a aclarar con nosotros todas las dudas, de dirigirse a nosotros, en una palabra, con la certeza que siempre será perfectamente recibido y escuchado.
El religioso, el maestro afable, no tienen ni antipatía, ni amistades particulares. A todos acoge con idéntica bondad, las importunos, los escrupulosos, los rudos, lo mismo que los que sufren y estan afligidos, a todos escuchan con la más benévola atención, a nadie reciben con menosprecio, ni trata con altanería, ni rechaza con modos altivos o prepotentes; todos reciben la palabra que ilumina y alienta, que tranquiliza y consuela.
La afabilidad en las conversaciones es hermana de la condescendencia en las acciones de la vida común. Condescender, en descender al nivel del humor, de los gustos de nuestros Hermanos, de nuestros alumnos cuando es conveniente; es olvidarnos de nosotros mismos y sacrificar nuestras preferencias para abrazar las de ellos, con tal que sean razonables y regulares; es practicar una virtud que puede aparentar ser pequeña pero que es una condición de paz y de unión. Uno quiere pan fresco porque sus dientes rehusan masticar; otro, pan duro porque no quiere tener indigestiones. Otro, durante un paseo quiere adoptar el paso de marcha, el otro no se siente con tal ánimo porque sus pulmones o sus piernas no son resistentes. Este se asfixia si no se halla en plena corriente de aire; aquél se resfría si todas las puertas y ventanas no están herméticamente cerradas. El de más allá, enloquece por la música y el de al lado, no puede soportarla. Este quiere jugar a la petanca, el otro a la pelota. Fulano desea conversar, zutano quiere trabajar y el de más allá ansía pasearse… ¡Qué vida de familia puede existir si cada uno no sabe sacrificar un poco sus gustos para condescender con los deseos de los demás!
Es inútil que digamos que todos tenemos la misma vocación, la misma Regla, los mismos Superiores, los mismos Santos Patronos, es inútil que nos dirijamos cada día al mismo Dios con las mismas plegarias y recibamos todos al mismo Dios en la mesa eucarística, si no sabemos agregar a esos contundentes motivos de unión, el último toque de perfección, tratando de unirnos con nuestros Hermanos hasta en los más mínimos detalles de la vida y condescender con su humor, con su carácter en todo lo que sea razonable, nuestra virtud de caridad fallará por la base y no podremos gustar los encantos de la verdadera vida de familia.
III. LA DISIMULACIÓN CARITATIVA; LA INDULGENCIA, LA PACIENCIA
Acabamos de examinar tres “pequeñas” virtudes que podemos llamar “activas”. Analicemos otras tres que podríamos calificar como “pasivas”, aunque para practicarlas exijan gran actividad interior, un gran espíritu de fe, una verdadera flexibilidad de espíritu y un corazón lleno de caridad. Son: la disimulación caritativa, la indulgencia y la paciencia.
¿Cuál será el objeto de la disimulación caritativa? Como su nombre lo dice, consiste en aparentar no darse cuenta de los olvidos, de la ignorancia, de los errores de nuestros Hermanos, de nuestros inferiores, y también de nuestrso Superiores. Y cuando se presenta el caso, aparentar no darse cuenta de las palabras que hieren, de maneras de actuar fastidiosas, de actos de maldad más o menos intencionados.
Es una virtud pasiva si se quiere, pero exige, como puede verse, un gran esfuerzo para ser practicada en todas las circunstancias. Así pues cuando nuestro cargo o la caridad no piden que avisemos o corrijamos a los demás, sepamos disimular las equivocaciones del prójimo, en presencia suya y en su ausencia, mues la maledicencia con la que pretendemos hacer interesante una conversación, es un fermento de discordia, de división y uno de los venenos de la vida de familia.
La disimulación caritativa engendra o supone otra virtud que mantiene el espíritu comunitario. Es la indulgencia, es decir, la disposición a excusar fácilmente las faltas y defectos del prójimo, a atenuarlas o a disminuirlas. Es la hermana menor da la misericordia, que Nuestro Señor designó como una de las bienaventuranzas. Y si la misericordia es una bienaventuranza, la indulgencia es al menos su comienzo. Consiste en no acusar a nadie, sino difícilmente, de mala intención, en atribuir las causas al olvido, a la ignorancia, a la falta de previsión, a la costumbre, a las circunstancias. Consiste en estar siempre dispuestos a creer en la buena voluntad de los demás. Si uno siente frialdad hacia un Hermano se esfuerza por cancelar en seguida ese sentimiento, se esfuerza por no evitar su compañía o mantener un silencio que pueda hacer sufrir a los Hermanos de los que se tenga motivo de queja y por tanto de contrariar incluso a quines no quiere desagradar.
La indulgencia lleva a la paciencia. La Paciencia puede ser llamada también pequeña virtud cunado se considera en ella únicamente su capacidad de producir la paz y de mantener el espíritu de familia. El artículo 252 del Directorio dice: -“Cada uno se esforzará en soportar, por amor a Dios, los defectos de los hermanos y todo lo que pueda hallar de penoso”. Tal es uno de los principales motivos de la paciencia; no sólo disimular, no solo excusar, sino soportar, sufrir sin amargura, sin resentimiento, olvidar, por así decir, lo que el carácter, el temperamento, los defectos del prójimo tienen para nosotros de molesto. Toda persona tiene mil razones para soportar a su prójimo: el amor de Dios, en primer lugar, los sufrimientos redentores de Nuestro Señor, la paciencia de Jesús con su Apóstoles, motivos a los que se agregan -para el religioso- el recuerdo de sus propios defectos, de sus propias faltas, de las múltiples gracias recibidas, el sentimiento de su debilidad y miseria.
IV. LA ECUANIMIDAD: LA SANTA ALEGRÍA
La paciencia da a la persona la ecuanimidad.
El alma profundamente convencida de su miseria pone su confianza en Dios. No se exalta en las circunstancias felices como no se abate en las coyunturas adversas. Poco a poco se asienta solidamente en la ecuanimidad de carácter que tan perfectamente predispone a la afabilidad. Siempre con el rostro tranquilo, nada de loca alegría, jamás se deja llevar por arranques de brusquedad, ninguna sombra de melancolía, jamás se enorgullece, jamás se muestra cobarde ante el deber, conserva la calma fuertemente asentada en la razón y en el corazón, por la fuerza, el ánimo y la confianza en Dios.
Tales disposiciones con apropiadas para engendrar una suave, perpetua y santa alegría; afortunada cualidad en los Superiores, maestros, ancianos y jóvenes; miel y dulzura que la naturaleza no da espontáneamente, sino que son el fruto sabroso de las continuas luchas contra nosotros mismos.
Afortunada alegría, que no se alimenta con opíparos banquetes, con largos pasatiempos, ni diversiones costosas; la que no brota de palabras picantes, de malignas alusiones, ni de relatos equívocos, sino que tiene la virtud de transformar agradablemente una palabra, un gesto, que anima y caldea las relaciones, las conversaciones, los recreos, que puebla los patios de palabras amables, risas francas, que divierte a los ancianos contemplando la vida exuberante de los jóvenes, que cautiva la atención de los jóvenes con los relatos de los ancianos.
Esta santa alegría es la flor delicada de la caridad, cuyo perfume embalsama la vida, disipa los pesares, purifica el pensamiento, aleja la impureza, dispone a la piedad, hace amable la pobreza y favorece la obediencia.
V LA COMPASIÓN Y LA ATENCIÓN GENEROSA
Otra flor de la caridad es la compasión, que sabe apropiarse las penas del prójimo para sentirlas con él y prestarle la delicada atención del sentimiento y de una ayuda efectiva.
¡Cuán agobiadores son los pesares, los sufrimientos, las incertidumbres, el aislamiento cuando nadie los comparte con nosotros! Se comprenden perfectamente aquellas dolorosas palabras del Sagrado Corazón: – “Busque consoladores y no los hallé”.
No endurezcamos nuestro corazón con la práctica de pequeños egoísmos como: descuidar el escribir a sus padres o a las personas a quienes debemos gratitud, despreocuparse de presentar las felicitaciones y parabienes con ocasión de la fiesta de un amigo, de su aniversario o de otras circunstancias semejantes, no molestarse en visitar a un enfermo que espera esa atención de nuestra parte, no condescender en acompañar en un paseo a cualquier Hermano, dejar que se aburra en el aislamiento un Hermano joven, en las dificultades de los comienzos de su vida activa en comunidad, descuidar de dar un consejo oportuno, no dirigir una palabra de consuelo a un Hermano que la pena visita o no tener la suficiente abnegación para ayudar a un Hermano que se halla en un momento difícil.
¡Cuánto más hermosa, más noble y más digna del amor de Nuestro Señor, es la actitud de esos Hermanos que están siempre llenos de solicitud y de atenciones para cuantos los rodean: alumnos, Hermanos, Superiores, y que tienen menos cuidado de aliviarse ellos mismos que de ayudar a sus prójimos para solucionar sus dificultades!
Podéis verlos durante las comidas; con qué delicadeza adivinan las necesidades o los deseos de sus Hermanos, por lo menos de los más próximos; ved con qué cuidado saben recordar las horas, los días, los períodos de intenso trabajos y ofrecerse para ayudar a los más sobrecargados; cómo saben embellecer los días de vacaciones que pasan en otras casas, prestando servicios, en todas las necesidades. Si un Hermano tiene dificultades en clases, se halla detenido en sus estudios por dificultades que solo no acierta a dilucidar o está preocupado por un asunto, no son de esos que aconsejan sencillamente que el otro se saque de apuros, sino que se pondrán sencillamente a su disposición. Si un Hermano olvida los cuidados que necesita su salud, la solicitud de los que lo rodean sabe recordárselas y aun procurárselos.
En fin, la solicitud mantiene siempre alerta el pensamiento, siempre el ojo atento, no para espiar o sorprender, no para criticar o murmurar, no para entrometerse donde no lo llaman, sin misión especial, o responder sin autoridad, sino para aconsejar fraternamente, para remediar discretamente, para ayudar prontamente. Saber otorgar un favor pedido, es el primer deber de la abnegación. Pero cuando un Hermano sabe prevenir los deseos y las necesidades del prójimo, se puede decir que sobrepasó ese primer grado y camina con paso resuelto por el camino de la práctica de la verdadera caridad y que se ha convertido en un elemento precioso e importante de concordia y del espíritu de familia entre sus Hermanos, en la casa que tiene la dicha de contar con él.
VI – MÉTODO PARA CULTIVAR LAS PEQUEÑAS VIRTUDES
Una persona de buena voluntad pude decir: “Todas estas virtudes forman un cortejo edificante, pero todas ellas son parientes cercanas y hermanas unas de otras; ¿Cuál sería su manantial, la madre común? ¿Qué cualidad necesitaría yo para adquirirlas?
Pues bien, muy sencillo, se necesita un poco de flexibilidad de espíritu y de delicadeza de corazón. El ejercicio de esas dos cualidades proporcionará el resultado que anheláis y todos los medios sobrenaturales vendrán en vuestra ayuda: vuestros ejercicios de piedad, la meditación, la lectura espiritual, el ejemplo de la Paternidad divina y de la providencia, la recepción de la Eucaristía, la devoción filial a la Virgen María.
¿Qué significa, tener un poco de flexibilidad de espíritu?
Es saber, por ejemplo, como dice el Directorio (art. 193) “sacrificar su modo de sentir cuando hay diferencia de opinión”. No pretendamos poseer el monopolio de la verdad. No siempre existe oposición en las diferentes opiniones, muy a menudo es un sencillo paralelismo. Lo que frecuentemente falta es la suficiente atención para comprender el modo de opinar de los demás; es también cierta carencia de claridad en el modo de expresarse del que habla.
El respeto por las opiniones sinceras, es una flor del buen sentido y de la caridad cristiana. Sin conceder nuestra confianza a todos, admitamos que las intenciones del prójimo son tan buenas como las nuestras. En una discusión, conservemos la simpatía de nuestros interlocutores, mantengámonos tranquilos, hablemos con calma, usemos argumentos sólidos, no juguemos con las palabras, discutamos con la intención de ser útiles sin humillar al prójimo por la vana satisfacción de triunfar con nuestras ideas.
La discusión debe proponerse llegar a la verdad. No busquemos un éxito de vanidad, defendamos nuestras ideas con tacto y con verdaderos argumentos. Aceptamos sin resistencia lo que hay de cierto en las ideas de los demás. Tratemos de comprender los puntos de vista particulares de cada uno según su edad y situación, uno es el pensar del anciano, otro el del joven; diferente es el del maestro en su clase y distinto, a su vez, el del Director de la casa. La dificultad radica, en cada caso, en buscar y hallar qué principio debe tener la primacía y saber aceptar los sacrificios recíprocos que es necesario consentir para que en todo reine el orden y la paz.
Es necesaria también cierta delicadeza de corazón que excluya toda clase de egoísmo.
Delicadeza que permite experimentar por adelantado, la satisfacción que proporcionará nuestra condescendencia y solicitud; el ánimo que procurará nuestra indulgencia y compasión; la dicha que sembrará a nuestro alrededor nuestra ecuanimidad y nuestra santa alegría; la confianza que inspirará nuestra afabilidad, la paz que conquistará y hará reinar nuestra paciencia. Dichosa delicadeza cuya amabilidad redundará en provecho nuestro y nos compensará al céntuplo por los pequeños sacrificios que nos impongamos para imitar, en cierta medida, la vida íntima, unión y armonía admirables de nuestros Santos Patronos
PEQUEÑA GRAMÁTICA ESPIRITUAL PARA UNA PASTORAL QUE ENGENDRE VIDA
P. Andrés FOSSION SJ
El P. Andrés Fossion fue invitado a participar como experto en nuestro Capítulo general de 2007. Pronunció una conferencia seguida de un diálogo con los participantes, Hermanos y laicos.
Presentamos la tercera parte de su conferencia que llevaba por título “Evangelizar de manera evangélica”. Sus reflexiones están en la base del mensaje de nuestro Capítulo y pueden inspirar la práctica pastoral en este año dedicado al apóstol San Pablo
Andrés FOSSION es un sacerdote jesuita, profesor del Centro Internacional Lumen Vitae. Enseña también ciencias religiosas en las Facultades Universitarias de Namur. Ha sido Director del Centro Lumen Vitae de 1992 a 2002 y Presidente del Equipo Europeo de Catequesis de 1998 a 2006.
Pero vayamos más allá en lo concreto. Quisiera proponer, en este tercer punto, algunas actitudes que favorecen una pastoral que engendre vida. No daré soluciones a los problemas que encontramos, ni proyectos que deben realizarse, sino más bien las maneras de ser, las maneras de implicarse entre un mundo que se va y un mundo que viene.
En su obra, “La crisis de la cultura“, Hannah Arendt habla de la brecha entre el pasado y el futuro. La cuestión no está en hacer valer el pasado de la tradición, ni siquiera imaginar el futuro, sino “cómo moverse en la brecha”.
De la misma manera, lo que quisiera proponer aquí es, básicamente, un conjunto de normas espirituales con destino a los agentes pastorales para mantenerse en la brecha al servicio del mundo que viene. Esta pequeña gramática espiritual compromete en primer lugar a un trabajo sobre sí mismo. Afecta al espíritu, al tono, a nuestra manera de situarnos en la pastoral, a encontrar nuestro lugar.
Propondré aquí una decena de actitudes que se articulan entre ellas, según un movimiento en tres tiempos: en primer lugar, desplazarse hacia otros; en segundo lugar, encontrarlos, solidarizarse, dialogar; finalmente, ocultarse, autorizar, hacerles protagonistas.
Desplazarse hacia los otros
3.1. Sentirse permanentemente destinatarios del Evangelio.
Cuando anunciamos el Evangelio, corremos el riesgo, sin darnos cuenta, de olvidar que seguimos siendo los primeros destinatarios del mismo. Todo ocurre entonces como si, habiéndonos apropiado adecuadamente del Evangelio, nos quedase sólo el transmitirlo a los otros. Es un poco como si no tuviésemos ya nada que oír o recibir del Evangelio. Como si fuéramos viejos “maestros ” en el arte de comprenderlo y vivirlo, y fuesen otros los destinatarios.
El Evangelio advierte a los pastores que pueden ponerse en una situación donde, anunciando el Evangelio, no se dejan ya evangelizar. La pretensión de saber, la tentación del poder, pueden cegar. Conocemos todos algunas prácticas pastorales que, aunque llevadas con celo en nombre del Evangelio, respiran más el espíritu de conquista, la voluntad de poder o la nostalgia del pasado que la misma Buena Noticia. De ahí la importancia para el evangelizador de permanecer destinatario incansable del Evangelio. En otros términos, la primera cuestión para el evangelizador no consiste en saber “cómo anunciar el Evangelio” sino en primer lugar: “¿Qué me dice hoy el Evangelio? “¿En qué el Evangelio es una buena noticia para mi? “.
Preguntas: ¿No hay entre los adultos cristianos la idea de que son evangelizados mientras que los jóvenes lo son poco o mal? Esta pretensión ¿no induce a una pastoral hacia los jóvenes desequilibrada, portadora aún más de prejuicios, pretensiones y voluntad de prepotencia que de escucha mutua y testimonio recíproco?
3.2. Oír una palabra que invita a desplazarse allí donde Cristo resucitado se encuentra:
“No está aquí. Les adelanta camino de Galilea. Allí lo verán”. (Mc 16,7). Ahora bien, si seguimos siendo destinatarios del Evangelio, ¿qué nos dice la mañana de Pascua?
“No está aquí… Ahora vayan a decir a los discípulos, y en especial a Pedro, que él se les adelanta camino de Galilea. Allí lo verán”
Este anuncio angélico nos interpela constantemente como evangelizadores. Nos invita a una inversión de perspectiva radical. No tenemos a Cristo como un objeto que nos pertenece, retenido, controlado que deberíamos transmitir a quienes no lo tienen todavía. El Cristo no es un objeto en nuestra posesión que podemos tener “aquí” para comunicarlo en otra parte. Debemos, para unirnos a él, salir de nuestras casas, dejar nuestro puesto e ir al lugar del otro – la Galilea de las naciones – donde nos precede.
En efecto, siempre se está precedido por el Espíritu del Cristo allí donde se llega. No aportamos a los otros lo que no tienen, pero nos juntamos a ellos en el camino para descubrir con ellos los rastros del Cristo resucitado. La fe es un planteamiento de reconocimiento de lo que ya se da secretamente.
El Espíritu del Cristo resucitado siempre nos precede. Desde este punto de vista, tenemos siempre que dejarnos evangelizar por los que tratamos de evangelizar. “Un mismo Espíritu está en la obra que lleva a cabo el evangelizador y en el evangelizado y el primero, si es consciente de lo que propone, acepta también ser convertido por el que quiso escucharlo”. Todo el arte del evangelizador está, desde entonces, en favorecer el reconocimiento, discernir e indicar con el dedo la presencia del Reino en las personas y en las distintas situaciones, incluso allí donde menos lo esperábamos.
Por tanto, tenemos que ir al otro no para ganarlo a nuestra causa, no para aportarle lo que no tiene, sino para reconocer con él, en su vida, la presencia del Resucitado de manera que podemos quedar sorprendidos. En este sentido, anunciar el Evangelio, es, al mismo tiempo, estar dispuestos a recibir de los que evangelizamos el testimonio de la obra de Dios ya en ellos.
Pregunta: Si aplicamos las perspectivas enunciadas a las relaciones entre jóvenes y adultos, ¿no nos lleva a una pastoral en la que uno va al otro no para aportarle lo que no tiene, sino para descubrir, en él y con él, los rastros del Reino de Dios ya presente?
3.3. Arriesgarse para la acogida del otro. Hacerse acoger tanto como acoger.
La tarea de evangelización a menudo se enuncia en términos de exigencia de acogida. “Nuestras comunidades cristianas, se dice, deben ser acogedoras”. Por supuesto. Pero ¿no hay en esta invitación a ser acogedor de los otros una posición de superioridad? En efecto, cuando multiplicamos las señales de acogida ¿no estamos dicVenid y encontraréis en nosotros lo que no tenéis en vosotros”? Así, en el juego de la comunicación, el que acoge se pone subrepticiamente en una posición alta mientras que el que es acogido se le envía a una posición baja. De ahí la dificultad de mantener un diálogo evangélico auténtico cuando entra en juego una postura de “dominantes/dominados”.
Para salir de esta situación, ¿no habría, siguiendo el Evangelio, que invertir la lógica: no pretender tanto acoger al otro en sí como arriesgarse a ser acogido por él, confiando en sus propias capacidades de acogida?
El Evangelio habla de hospitalidad mendigada. El Evangelio, en efecto, no nos dice: “Sed acogedores”. Nos invita más bien que nos desplacemos hacia otro para recibir hospitalidad.
“Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa.» (Lc 19,5). “Quedaos en la primera casa en que os den alojamiento, hasta que os vayáis de ese sitio”. (Mc 6,10). “Quién os acoge, me acoge a mí” (Mt 10,40).”Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo“. (Ap. 3,20)
Estas perspectivas evangélicas no suprimen, por supuesto, las exigencias de la acogida en sí, sino que aparecerá una óptica de reciprocidad en la que unos y otros dan y reciben. Una vez aceptada la hospitalidad, ésta reclama ser correspondida. ¿El término “huésped” no designa, por otra parte, tanto a la persona que recibe como a la que se recibe?
Preguntas. ¿Cómo desarrollar en los educadores adultos y en los jóvenes educandos la capacidad de tratarse unos y otros, confiando en sus capacidades de acogida? ¿Cómo evitar en la acogida a postura dominantes/dominados?
Encontrarse, solidarizarse, dialogar
3.4. Humanizar, fraternizar: un fin en sí. Situar la fe como algo añadido, deseable en el campo de la fraternidad.
Al arriesgarse en acoger al otro, se puede dar un esfuerzo de unirse a él, de establecer vínculos de solidaridad en una obra común de humanización. En el Evangelio todo comienza, en efecto, por un trabajo de humanización: se trata de que aparezca lo humano, salir de la violencia y establecer vínculos de fraternidad. Como señala la Constitución pastoral Gaudium y Spes del concilio Vaticano II, el discípulo del Cristo se siente íntimamente solidario con la humanidad:
“Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos del Cristo. Todo lo humano encuentra eco en su corazón“.
La primera misión del cristiano, a este respecto, es humanizar, tejer vínculos de fraternidad donde unos y otros estén llamados a reconocerse mutuamente en una benevolencia incondicional. Esta humanización/fraternización es un fin en sí. No es una estrategia pastoral para anunciar el evangelio. Pero, si la humanización/fraternización, respecto al Evangelio, es un fin en sí, resulta que, además, constituye el terreno favorable para el anuncio evangélico; abre un espacio donde el anuncio evangélico puede ser proclamado en un clima de fraternidad, en el diálogo amistoso, al margen de toda voluntad de poder sobre el otro.
Y este anuncio evangélico es un fin también en sí. El anuncio del Evangelio, en efecto, tiene su razón de ser por él mismo independientemente de la respuesta que se le dé. En primer lugar, porque el otro, en virtud del destino universal de la Buena Noticia, tiene el derecho a oírlo cualquiera que sea su respuesta. Además, porque el anuncio en sí mismo, es un acto de caridad en el que le se ofrece al otro lo mejor de uno mismo, lo acepte o no. Y si lo acepta, será una gracia suplementaria que completará la alegría de uno y otro, según la expresión de la primera epístola de Juan. Así la humanización, la evangelización y la conversión al Evangelio, van dentro de una lógica de “gracia sobre gracia”.
Preguntas. ¿Cuáles son las causas humanas por las que jóvenes y adultos, educadores y educandos pueden comprometerse solidariamente? Dentro de este compromiso solidario con causas comunes, ¿cómo el Evangelio puede anunciarse y compartirse en la fraternidad?
3.5. Distinguir y articular la “predicación de Jesús” y la “predicación sobre Jesús”.
En el diálogo con los demás, es conveniente distinguir un doble anuncio: el primero reanuda la predicación de Jesús, el segundo es una predicación sobre Jesús. ¿En qué consistía la predicación de Jesús? Llamaba a los seres humanos a ser más humanos, a la fraternidad y al reconocimiento, en la experiencia misma de esta fraternidad, con un poder de crecimiento personal que da la vida y con el que se puede orar diciendo a “Padrenuestro”.
La especificidad del Evangelio, a este respecto, es reconocer, en el ejercicio mismo de la fraternidad, nuestra común filiación en Dios Padre que nos hizo nacer y no nos abandonará en la muerte. Humanidad, fraternidad, filiación: son el objeto de la predicación de Jesús, toda centrada en el Reino de Dios que se acercó gratuitamente a nosotros.
Y, además, está la predicación sobre Jesús, que se centra en su muerte y su resurrección. ¿Quién es pues él que se atrevió a hablar así con el riesgo de perder su propia vida? Humanizó, fraternizó y llamó a los hombres a reconocerse como hijos e hijas de de Dios. Pero, objeto intensas controversias, acusado de estar aliado con Satanás, fue muerto por las autoridades religiosas de su tiempo. Injustamente condenado, crucificado, con todo no cedió al mal. Al contrario, confiándose a Dios, perdonó a sus propios verdugos. Así pues, “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
Y la resurrección es obra del Padre. Por la resurrección, en efecto, Dios hace justicia y da testimonio de Jesús. Al resucitarlo, el Padre mismo se revela mostrando que estaba a su lado de manera singular, que su obra era la suya. Así pues, como cristianos, reconocemos en Jesús el rostro de Dios, el hijo único de Dios y, a la vez, al hombre que creció bajo la mirada de Dios. “Este Jesús a quien habéis crucificado, Dios lo hizo Señor y Cristo” (Hech 2,36). Así se propaga, a partir de la confesión pascual, la predicación de los cristianos sobre Jesús.
En terreno pastoral, la predicación que une la de Jesús y la predicación sobre el mismo Jesús, pueden representar, según las circunstancias, objetivos o momentos distintos, aunque estrechamente unidos. La una no se da sin la otra.. La primera se quedaría a medio camino si no se diese la segunda. Y la segunda se haría imposible si no se apoyase en la primera. Una pastoral que engendra vida comienza por proclamar la predicación de Jesús, para conducir a continuación, al camino que da cuenta en la fe de su resurrección.
3.6. Poner “en tela de juicio” las imágenes, las representaciones de Dios.
En el camino, el anuncio evangélico encontrará seguramente oposiciones que vienen, en particular, de algunas imágenes de Dios que bloquean la fe, causan el rechazo o lo hacen vivir de manera servil. Esta es la razón por la que todo trabajo de evangelización requiere que se procure, en el diálogo, suprimir los obstáculos, incluso en nosotros mismos, que pueden representar imágenes de Dios que no son liberadoras para el hombre.
Recordemos la advertencia del decálogo sobre la trampa que ocasiona las imágenes de Dios que podemos fabricarnos. Por otra parte, el drama de nuestra humanidad, según el relato de la Génesis, comenzó con la falsa imagen de Dios que nos insinuó la voz de la serpiente. Ésta cambia el sentido de la prohibición divina haciéndolo pasar para un límite a la libertad humana y como expresión de un Dios celoso, competidor del hombre.
La prohibición, sin embargo, en la boca de Dios, no era un límite a lo permitido, ni una dificultad, sino una llamada dirigida a la libertad humana para que no actuase de manera arbitraria, para proteger la vida dada. En realidad, la prohibición – de robar, violar, matar, mentir – lejos de limitar la libertad, la refuerza y la hace una sociedad en la que se prohíbe la violencia, en efecto, es una sociedad que permite vivir en libertad.
Pero la serpiente cambia el sentido de las cosas. Allí donde, en el discurso de Dios, había un “pero” que llevaba a la responsabilidad, la serpiente ve un “excepto” que limita el permiso, veja al hombre y hace de Dios su adversario.
Así nuestras imágenes de Dios corren el riesgo siempre de desnaturalizarlo. Pensemos, por ejemplo, en las imágenes de Dios que lo ponen entre las causas inmediatas de todo lo que a nosotros llega, haciéndolo de este modo injusto o increíble. O aún, en las imágenes de Dios que envilecen al hombre en lo religioso en vez de poner la religión al servicio de lo humano. Es el debate en el que el mismo Jesús se comprometió: “el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.
En resumen, la pastoral que genera vida requiere un paciente trabajo con las imágenes para que honren a Dios tanto como al hombre. Pues los dos van juntos: un dios que falsea al hombre es un falso dios. Es en la excelencia de lo humano que la verdad de Dios se manifiesta.
Pregunta: ¿Cuáles son las imágenes de Dios, en los jóvenes educandos y en los adultos educadores que dificultan el acceso a la fe o son un obstáculo al diálogo?
3.7. Alimentar la memoria, animar el debate, favorecer la libertad de apropiación.
Estos tres términos designan una manera de hacer pastoral. La primera tarea consiste en mantener la memoria de la tradición cristiana en el campo cultural público: en el mundo escolar, en el mundo del ocio, en los medios de comunicación, etc.
Pero no basta con alimentar la memoria, es necesario aún animar el debate en torno ella. La tarea pastoral consistente aquí está en valorar en el debate la tradición cristiana, no como un bloque que se impone, sino como un recurso que está ahí, que “da que pensar” para vivir. “Dar que pensar“, la expresión parece acertada, ya que combina, a la vez, el aspecto de ligereza de fe que no se impone ni pesa, y también el aspecto de gravedad en la cuestión de lo que está en juego a niveles humanos. Un deber de comprensión se impone aquí. Lo que necesitamos, a este respecto, en la pastoral, es una teología inteligente, sencilla, no reservada a los científicos, que haga la fe comprensible y deseable, pero nunca simplista.
Y finalmente, en la raíz del debate, la tercera tarea consiste en favorecer la libertad de los sujetos en la aceptación de la tradición cristiana. La condición hoy de cualquier transmisión es que se someta a la libre valoración de los individuos.
Así sucede con la tradición cristiana. Cada uno asumirá lo que juzgue oportuno añadiendo lo propio. No podemos, a este respecto, ni prejuzgar los frutos ni el tiempo de maduración. Lo que venga quizá no sea la fe cristiana. Para unos, el fermento de la tradición cristiana – esta “parte seminal de nuestra cultura” según términos de Marcel Gauchet – seguirá dando frutos de cultura, ayudándolos a situarse en la historia, a pensarla y vivirla. Otros, extraerán una inspiración ética o una sabiduría espiritual. Y otros descubrirán un camino de fe que les lleve a proclama el Credo en la comunidad cristiana.
Proponer así la fe cristiana en el escenario público, no es ni imponer autoritariamente una verdad, ni normalizar las conciencias, sino permitir a cada uno y a cada una, un mejor ejercicio de su libertad de ciudadano o ciudadana, frente a quienes pretenden apropiársela o no, inspirarse o no, en provecho propio como una acción más de la sociedad. No es del todo seguro que, en el mundo pluralista y secularizado que es el nuestro, esta libertad de apropiación no confiera todas sus oportunidades al Evangelio.
Preguntas. En este sentido, ¿cuáles son los lugares, los momentos o las ocasiones donde jóvenes y adultos pueden encontrarse para mantener juntos la memoria cristiana y debatirla? ¿Vemos lugares, momentos, circunstancias, donde unos y otros se pueden ayudar a descubrir la fe y hacerla posible, hoy?
Autorizar, sentirse autor
3.8. Ver las resistencias como oportunidades.
Anunciar el Evangelio nunca se da sin encontrar resistencias. Uno puede afligirse, culpabilizar, querer forzar la puerta. Pero se pueden también entender las resistencias como oportunidades para un trabajo de enculturación de la fe. La historia pone de manifiesto, en efecto, que las enculturaciones que tuvieron éxito han sido fruto de una resistencia de las poblaciones locales a las formas del cristianismo que se les aportó, para crear otras nuevas, para abrir expresiones originales de la fe.
Esta resistencia no significa un rechazo, sino más bien una llamada a crear algo nuevo, “hacer surgir de las expresiones originales de vida, celebración y pensamiento cristianas”. Desde este punto de vista, lal enculturación de la fe es el proceso “por el que una población asimila el Evangelio, es decir, encontrando resistencias para apropiárselo, reconstruirlo y expresarlo a partir de sus raíces históricas y culturales, dando al cristianismo una nueva cara y una expresión original”.
Las enculturaciones de la fe que tuvieron éxito han sido expresiones, maneras de pensar, celebrar y vivir la fe que se inventaron o se renovaron debido a las resistencias encontradas. Por ejemplo, la misa en rito zaireño viene de una resistencia de las poblaciones locales a las formas heredadas de la liturgia del mundo occidental. Fue necesario inventar, en efecto, nuevas formas de liturgia adaptadas a una cultura de la lengua local, del tam-tam y de la danza.
Hoy, en nuestros países, se conocen múltiples resistencias a las formas heredadas del cristianismo: por ejemplo, a la práctica de la confesión, a las vocaciones sacerdotales y a las etapas que conducen al matrimonio sacramental, etc. ¿No habría también en ello una manera positiva de entender estas resistencias como una llamada a inventarse formas originales de pensar, vivir y celebrar que hagan al cristianismo de nuevo practicable y deseable?
Preguntas. ¿Los jóvenes manifiestan de verdad resistencias con relación al cristianismo de los adultos o instituciones cristianas? ¿En qué, concretamente, estas resistencias abren un espacio para que surjan formas originales de pensamiento, vida y celebración cristianas?
3.9. Diferenciar entre “creer con” y “creer como”.
En la perspectiva de permitir la llegada de nuevas formas de cristianismo, conviene diferenciar entre “creer con” y “creer como”. No creemos hoy como nuestros abuelos, y nuestros nietos no creerán como nosotros. Y con todo, a pesar de estas diferencias, puede vivirse una verdadera comunión en la misma fe. La cuestión planteada al hacer la distinción entre “creer como” y “creer con” es la del reto de la unidad y la diversidad.
Corremos el riesgo siempre como Pastores de querer que otro crea “como nosotros”. La transmisión de la fe se sitúa entonces en el horizonte de una reproducción o de una imitación de lo que nosotros mismos vivimos. Pero, el riesgo, entonces, es entorpecer el acceso a la fe por nuestras propias estrecheces imponiendo el camino y nuestra manera de vivir la fe.
Ya era la tentación de los judíos convertidos al cristianismo que querían imponer a los paganos convertidos al cristianismo sus propias tradiciones y costumbres. “Por esto pienso que no debemos complicar la vida a los paganos que se convierten a Dios” (Hech. 15,19). Estas palabras del apóstol Santiago, después de la Asamblea de Jerusalén, deberían inspirarnos sin cesar la necesaria reserva ante el otro, pues puede nacer a su propia manera al apropiarse el mensaje cristiano y de hacerse discípulo de Cristo.
A este respecto, el reto de las iglesias hoy, a menudo entorpecidas por sus tradiciones, es dejar nacer lo diferente. Es, por otra parte, lo que está en juego en una pastoral que pretende engendrar vida. Porque, en efecto, en un tiempo de cambio como el nuestro, es necesario dejar el campo a la aparición de una “biodiversidad eclesial” que contemple el derecho a las aspiraciones y a la singularidad de las personas y facilite así la gracia de hacerse cristiano. La transmisión de la fe no está nunca en el orden de la clonación, implica siempre una apropiación de invención. De ahí, la necesidad de articular la diversidad a la unidad.
Para comprender la relación entre la unidad y la diversidad, se puede tomar la comparación de la cara humana. Ésta es localizable por una forma común, y con todo, cada cara humana es extremadamente distinta. Así mismo para el cristianismo: tiene algunas características (la señal de la cruz, el Credo, la lectura de las Escrituras, la participación eucarística, el compromiso de humanizar) que permiten distinguirlo, pero las figuras concretas de su encarnación pueden ser distintas. De ahí, la apertura necesaria de un espacio de creatividad e imaginación en la invención del cristianismo.
La condición de la transmisión de la fe va unida a la capacidad de apropiársela de manera inventiva. La autoridad, a este respecto, en una pastoral que engendra vida, tiene por finalidad favorecer el crecimiento; consiste en velar por la comunión en lo que la fe lleva en sí de esencial, pero también “para autorizar”, es decir, literalmente, para volver al otro “autor” y “protagonista” de su propia existencia en la fe.
Pregunta. Los jóvenes no creen seguramente “como” los adultos y recíprocamente. ¿Cuáles son las diferencias que se manifiestan? ¿Cómo con todo pueden creer y celebrar juntos aunque diferentemente? ¿Qué pueden aportarse mutuamente?
3.10. Pedir y recibir ayuda. Contar con factores que no se controlan.
A menudo, la evangelización se concibe a partir de nuestras propias fuerzas y riquezas. Pero ¿porqué es necesario que la evangelización se produzca cuando se es fuerte y no cuando se es débil? ¿Qué hacer, en un tiempo de cambio como el nuestro, en el que somos víctimas de una convulsión que se nos escapa y que da la sensación que carecemos de fuerza?
Fue la pregunta de los discípulos a Jesús cuando hacían el inventario de lo poco que poseían para enfrentarse, en pleno desierto, a las necesidades de la muchedumbre: “Pero, ¿qué es esto para tanta gente?” En las situaciones del día de hoy, la parte fundamental es aportar lo poco que se tiene, atrever a pedir la ayuda de los otros y contar con factores que no se controlan.
Aportar lo poco que se tiene y atreverse a pedir ayuda, es la única solución disponible. El que no pide nada se siente autosuficiente; no vive. Por el contrario, en la lógica evangélica, la demanda abre una historia y da de qué vivir. “Pedid y recibiréis“, “llamad y se os abrirá“.
En nuestra misión de evangelización, nos es necesario no temer dirigirnos a los demás para pedir ayuda y consejo, no sólo en la comunidad cristiana sino también fuera de ella. Esta ayuda puede ser material, técnica, cultural, artística. Hoy personas, asociaciones, colectividades que, no perteneciendo al mismo tiempo a la comunidad cristiana, se muestran dispuestas a favorecer la vitalidad de la tradición cristiana en la sociedad dentro de un espíritu de benevolencia y apoyo de todo lo que solidariamente se hace a nuestra humanidad.
E incluso, sin haber pedido nada, debemos también, en nuestra tarea de evangelización, contar con factores que no controlamos, con aliados inesperados. Estos aliados inesperados pueden ser personas, acontecimientos, teorías, nuevas aspiraciones culturales: en un contexto dado, sin que se haya podido preverlos, vienen a aportar su ayuda y dar un peso suplementario al mensaje evangélico.
La evangelización, en este sentido, no depende de nuestras propias fuerzas; depende también de factores imprevisibles, como la imagen de Ciro, el rey de los persas, imagen del extranjero, que el Señor, contra toda esperanza, llamó para reconstruir Jerusalén y restablecer la libertad de su pueblo. “Yo digo de Ciro: Aquí está mi pastor, y sale para cumplir mis deseos. El dirá por Jerusalén: ¡Que la levanten!, y por el Templo: ¡Que sea reconstruido!” “(Is 44,28). El Espíritu obviamente sopla donde quiere. Cuando el cristianismo parece sin fuerza, el propio mundo secular puede venir en su ayuda y, de manera inesperada volver a dar vida al Evangelio.
Con este espíritu de confianza y de empeño, seguramente nos es necesario oír las palabras que Gamaliel dirigió al Sanedrín con respecto a la misión de los discípulos de Jesús: ” Por eso les aconsejo ahora que se olviden de esos hombres y los dejen en paz. Si su proyecto o su actividad es cosa de hombres, se vendrán abajo. Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirla, y ojalá no estén luchando contra Dios.» (Hech. 5, 38-39).
Preguntas. ¿Qué ayuda podrían pedir los adultos a los jóvenes en la obra de evangelización? Y recíprocamente ¿qué ayuda los jóvenes podrían pedir a los mayores en su descubrimiento del Evangelio? ¿Cómo favorecer la audacia de esta solicitud de ayuda recíproca?
He enunciado una decena de actitudes que nos permiten mantenernos en la brecha, de movernos para favorecer activa, lúcida y con competencia, el nacimiento de la fe en el día de hoy. El hombre contemporáneo, como en el pasado, está capacitado para recibir a Dios. El cristianismo que viene no será el producto solamente de nuestros esfuerzos por muy necesarios que sean. Será también el fruto nuevo inesperado, sorprendente de la libertad humana y del trabajo del Espíritu en medio al mundo.
[1] Hannah Arendt, La crise de la culture, Gallimard, Paris, 1972 – Edition de Poche, Folio Essais, 2006, p.25.
[2] Mgr Billé, Conférence d’ouverture dans Les temps nouveaux pour l’Evangile, Assemblée plénière, Lourdes, 2000 Paris, Bayard-Centurion, Cerf, Fleurus-Mame, 2001,p.21.
[3] Vatican II, Gaudium et spes §1.
[4] 1 Jn, 1,4.
[5] Marcel GAUCHET, « Service public, pluralisme et tradition chrétienne dans l’éducation », in Exposant neuf, hors série, juin 2002, n°1, p.9.
[6] Jean-Paul II, Exhortation apostolique Catechesi Tradendae, §53, 1979.
[7] Olivier Servais, « Inculturation et altermondialisation. Différences historiques et proximités logiques de deux concepts de résistance », in Lumen Vitae, mars 2005, p.